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Francisco Martínez Pocaterra

Zurda conducta

No voy a hablar del programa en la televisora oficial de Venezuela. Nunca lo he visto y ciertamente, carezco de interés alguno por hacerlo. De hecho, rehúyo ese canal dedicado a la propaganda política del régimen. Me refiero con el título de este texto al comportamiento de ese sector de la izquierda que Teodoro Petkoff llamaba «borbónico» (porque ni aprende ni perdona).

Si bien en otras épocas, la izquierda era asemejada a lo demoniaco, a lo siniestro (del vocablo latino, sinister, que refiere a la «mano izquierda»), no es mi propósito hacer comparaciones propias del oscurantismo. Sabemos que la diferenciación entre la izquierda y la derecha políticas deviene del lugar de los delegados de la Asamblea de los Estados Generales el 5 de mayo de 1789 con respecto al rey Luís XVI. No obstante, ha sido, históricamente, el término para definir a quienes militan en las cruzadas progresistas, aunque en la práctica sean todo lo contrario, y que, en tiempos revueltos como lo fueron los que siguieron a las revoluciones americana (1776) y francesa (1789), recogía al pensamiento liberal y no a ideas que no vieron la luz hasta más de medio siglo después.

Poco importa que la mayoría de los regímenes izquierdistas hayan fracasado en su empeño por imponer las ideas de Marx y Engels, y que el gran ensayo leninista se fuera por el caño en diciembre de 1991. Siempre son ellos los portavoces de la verdad y por ello, garantes de la justicia. No obstante, y la historia ha sido elocuente en ello, una vez en el poder, los líderes izquierdistas actúan con mayor brutalidad que sus opuestos, y en palabras de Carlos Marx (que era un burgués bastante amargado y resentido, enemigo acérrimo de Simón Bolívar, quién murió de tuberculosis, 18 años antes de publicarse el manifiesto comunista), sus enemigos, porque su soberbia es de tal magnitud que obran con la misma ofuscación de un fanático religioso.

Para Marx y sus seguidores, la religión era el opio del pueblo, pero de todos los credos políticos, ninguno emula más a las religiones que el socialismo marxista. Sus dogmas son tan sagrados como los de una confesión religiosa. Claro, quienes creemos en alguna (en mi caso, la católica), lo hacemos libremente, sin apremio ni imposiciones, salvo en esas naciones ancladas en otras épocas anteriores a Locke, que aún asumen que la fe puede imponerse a garrotazos.

Para volver a nuestro asunto, y aterrizar en una Venezuela invadida por una miríada de carencias y penurias, todas esas desgracias son responsabilidad de otros. Como el mocoso irresponsable que aplazó el año, culpa a todos y a todo, pero no reconoce su error, sus fallas y su responsabilidad en la indigencia de sus logros. Claro, bien sabemos, el socialismo pregonado por la élite regente nace del resentimiento y fomenta la zanganería. Ese dogma tan propio de los ahora llamados «progres» por el cual los ricos son la génesis de las desgracias de los pobres (y de su pobreza) y de todos los males mundiales, no es más que la vulgar objeción de quien solo envidia al que cosechó la fortuna que trabajó mientras él malgastaba el tiempo.

No era Chávez (un felón amigo del atajo y del mínimo esfuerzo, indigestado con lecturas inconclusas matizadas por su ofuscación dogmática) quien inventó la excusa y el embuste del irresponsable para justificar sus innegables fracasos, sino los mentores de una ideología muerta a los pocos años de imponerse, una víctima más de la hambruna que aquejó a Rusia a principios de la década de los ’20 y enterrada 70 años después, y muy especialmente el gran embaucador del Caribe, Fidel Castro, quien le endilgó las inmensas penurias y el fracaso de su revolución al bloqueo de una sola nación (porque otras han hecho grandes inversiones en Cuba). Sin embargo, como militantes fervientes del socialismo (y que, como esos clérigos que de la religión han hecho un negocio lucrativo, se han enriquecido groseramente), Chávez y sus herederos no son los causantes del colapso venezolano (y en otras naciones, otros orgullosos izquierdistas), sino las iguanas, los monos y ratas, o el terrorismo fantasmal del que se habla mucho pero no se presenta evidencia alguna. El maluco gobierno de Washington – sea demócrata o republicano, llámese el presidente Franklin Roosevelt o Donald Trump).

La zurda conducta siempre encuentra formas para exculpar el caos que innegablemente crea. Y lo peor, no faltan quienes crean en esas zurdas promesas.

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