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Zoología de los miedos y deseos

Para la zarigüeya la muerte es un capricho o un interruptor. Para la marsopa el delfín es un primo que sí logro la fama mundial; para las tortugas hispanohablantes la anglosajonas son suertudas porque ahí sí separan las de mar y las de tierra, tortoise and turtle. El toro seguro prefiere de jinete a Pan o al diablo que uno de esos bípedos sin cuernos. Para la jirafa los árboles son como un librero o un estante.

En cuanto al gato, seguro es el único animal que entiende el arte pero esconde sus lágrimas de conmovido con una brutal indiferencia. Para algunas medusas la juventud es como para nosotros el comer: cuando lo ocupan lo satisfacen, se retuercen en tentáculos añejos hasta ser un fresco pólipo. El escorpión tiene el más digno y socrático trago de cicuta en la cola.

Se sabe que el 50% de los cefalópodos se siente rechazado porque todos saben quien es el calamar y el pulpo, nadie sabe quien es la jibia ni el nautilo. Para el axolotl el humano es una criatura terrible que le roba el alma. La isópoda se enorgullece al tener un apellido de historia, un linaje antiquísimo. A las babosas lo seco de una piel y lo duro de un hueso les parece lo más asqueroso posible.

Todos los animales soñamos con tener armas de largo alcance como la mantícora, que podía lanzar dardos desde su cola de fábula, pero eso ya es criptozoología. No podemos imaginar qué piensan esos animales endémicos -que siendo tan pocos bien podrían vivir en un solo edificio de apartamentos y con algunos pisos de sobra- si tendrán el ego de sentirse únicos o complejos de fenómeno.

Tampoco hay registro alguno si los más longevos tienen piedad por las pobres criaturas como nosotros, que tenemos una esperanza de vida de 71 años. Aunque de seguro no, debe ser como cuando vemos esa cucaracha que eclosionó en el jardín, en una grieta bajo la luna, emigró desesperada a nuestra cocina atraída por olor a almidones, a quesos, a papas y cereales, y después se contorsionó de forma que el caparazón quedó contra el suelo y anudó sus patas; tal vez en un trágico bombardeo de insecticidas o de vejez, murió, por ejemplo, detrás de un basurero después de un par de meses y eso está bien, lo aceptamos.

Y para todos, sin excepciones ni dudas, solo los demás son animales, solo los demás son criaturas curiosas con hábitos inexplicables y vidas de fábula. Ahí podría, tal vez, haber una moraleja.

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