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You’re our Blue Sky

En un lugar de espectáculos en Nueva York apareció un mensaje en letras blancas: “RIP GREGG, YOU’RE OUR BLUE SKY, THANK YOU”.

Tenía 16 cuando los Allman Brothers entraron en mi vida. ¡The Allman! Una banda que descubrí luego de tener mi obsesión por los mejores guitarristas de todos los tiempos y toparme con la lista de Rolling Stone, como le pasó a muchos adolescentes. Antes de que la lista se re-acomodara en 2015, se decía que en el primer lugar estaba Jimmy Hendrix, en el tercero B.B. King y en el segundo, ¿quién? Un chico que murió a los 24, rubio y con barba sureña: Duane Allman.

Los Allman. Conforme pasaban las semanas encontré un tipo de música que se alejaba del blues normal, el de Clapton, el de Albert King, para centrarse en algo que parecía más country, pero sin serlo, y más jazz, pero sin serlo, ¡y más rock! Esta vez siéndolo. El grupo era norteamericano y sobrevivía después de una lista de tragedias que recordaban a las de los músicos de la cultura pop de los 60 y 70. Drogas por donde sea, encuentros violentos en las tocadas en bares y una música bellísima que salía de esos trotamundos que recorrían las carreteras de Estados Unidos. Su espíritu parecía la unificación de cómo se debe vivir cuando se tiene talento. Libre, libre, como en la canción Freebird, dedicada a Duane por Lynyrd Skynyrd.

Como es costumbre en las ciudades mexicanas, encontré su música en sitios de descarga clandestina. De ahí los Allman me sorprendieron con sus principales éxitos, en especial con Melissa y Blues Sky, dos piezas que parecían entregar notas de guitarra como difuminadas por una mano dulce (como maullido de gatito) y que después me enteré obedecían a la técnica llamada slide. Un amigo músico me la mostró (sin albur). Me llevó tras un edificio del colegio y me dijo “rompe esta botella”. Lo hice, tomó la boquilla de vidrio, se la puso en un dedo y tocó un poco de Blue Sky.

Por eso me sentí particularmente herido cuando en un programa de radio, Dispara, Margot, Dispara, anunciaron la muerte de Gregg Allman. Uno de los conductores, Sergio Zurita (mega fan de Bob Dylan) parecía la única persona en medios nacionales que sintió el zarpazo de semejante pérdida (aunque sí se acordaron otros foros, sobre todo por el pésame de Cher). Zurita nos recordó: “Su hermano, Duane, murió hace mucho tiempo”. Y sí, décadas antes de que yo naciera. Sin embargo no se me impidió sentir la desaparición de las dos piezas esenciales en mi vida. Ambos hermanos Allman habían muerto, con diferencia de medio siglo y en circunstancias diferentes. Gregg nos dejó, partiendo en el lecho tranquilo de su cama en Georgia, a unos años de Duane, quien voló unos instantes por los aires antes de quedar debajo de su moto en el 71. Heridas internas y un deceso trágico en el hospital.

Zurita lo mencionó: “Gregg estaba joven”, ya tenía sus 69. Hacía una referencia amable, en otro universo el músico podría seguir con nosotros. Los otros conductores apuntaron una vida de excesos y matrimonios fallidos. Una trayectoria acelerada.

Después de acabar de oír la transmisión fui a Twitter y vi los mensajes de los fans. No era un músico que atrajera a jóvenes, sino a los nostálgicos y amantes del jam. En esa ecuación yo no cabía, por ignorante y “poco experimentado”. La imagen común que tengo con los demás fans son los solos instrumentales dentro de mis audífonos al cruzar las puertas del vagón del transporte. Una y mil veces escuché a Duane y a Gregg, y a todos los destacados músicos que hicieron escuela en el grupo. En aquellos momentos íntimos todos estaban vivos, resucitados por el ritmo.

Al saber de la partida de Gregg me sentí traicionado por la vida (aunque sé que ella no traiciona, más bien uno no la aprovecha bien). La razón principal era que no los había podido ver a los Allman en vivo. Me dolía que Duane ya no siguiera en la Tierra, y ahora con Gregg las cosas se ponían peor. Dejé la computadora y le comenté a mi hermana que dolía como cuando descubrí que me encantaba Nirvana y de Kurt llevaba años muerto. Me imaginé en algún universo donde las cosas pasaron diferente. Yo saliendo del país a perseguir a los Allman por Estados Unidos y algunas partes de Europa. Me los encontraría en algún lugar con olor a tabaco y whisky (para que valga el estereotipo). Los vería por fin y saldría conmovido. En otro universo a lo mejor se aventarían toda una gira en México, pero eso ya es pedir mucho.

Lo admito, lo pensé mejor: México no escuchaba a los Allmans, aunque de vez en cuando aparecían referencias a ellos y algunos decían “sí, el grupo de la trágica historia”. Siempre fue muy grato, porque lo que parecía otra música instrumental de fondo, para mí era oro. Era tan burdo y magnífico como ver los Simpson y escuchar de pronto Jessica, o buscar a grupos de flamenco, como los españoles Pata Negra, y encontrar un extrañísimo cover de esa misma canción. Algo que conectaba a dos grupos con sonidos distintos, tal vez unidos en algún punto por la interpretación del jazz y del blues. La voz de Dios.

En fin, los Allman llenaron distintos momentos de mi vida. Aunque tengo cierta preferencia a los trabajos de Duane, dentro y fuera del grupo, las composiciones de los Allman en general las amo. En equipo se reconocían fácil y eso era lo maravilloso. Murió Gregg ¿qué le puedo hacer? Tengo la esperanza de que el grupo no se desintegre, o por lo menos, se reagrupe en un concepto similar. Por el lado de Duane tenemos un lustro y pico de canciones para disfrutar, con Gregg, más de 40 años de música, por no decir las maratónicas presentaciones en vivo, y el alma, que seguro la dejaron en el escenario. 

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