Un José muy querido fue acusado sin pruebas en varias ocasiones. Decidí no creerlo, era mas fácil seguir queriéndolo que asumir ese horror. Hasta que volvió a suceder, esta vez de manera inequívoca, con la hija de mi vecina. “Lupe, es malo no creer”, me dijo. Y aun me resuena la gravedad de su reclamo en la conciencia.
Directo al grano: es común que en las denuncias de abuso sexual se manejen dos versiones, ambas difíciles de probar. Sin embargo, la larga tradición patriarcal aconseja con extrema ligereza, no creerle a la mujer, desde siempre y hasta hoy. Aunque suene a exceso feminista, debo decir que la ilusión de equidad de géneros que proviene de la cotidianidad de mujeres cada vez mas independientes, con mas voz y voto en la vida pública que genera opinión, no es suficiente como para revertir esta tendencia de culpabilizar a la mujer que es víctima de una violación.
En las universidades norteamericanas, privadas y públicas, 1 de cada 5 estudiantes es víctima de abuso. Según RAINN –Rape, Abuse and Incest National Network-, la tasa de agresiones sexuales no denunciadas sobrepasa el 60%. Tal vez porque se sabe que el 97% de los violadores nunca será condenado.
Un estudio pionero de David Lisak, sicólogo clínico especialista en abuso, de la Universidad de Massachusetts, reveló que aproximadamente 9 de cada 10 violaciones, son cometidas por delincuentes en serie, que son responsables de un promedio asombroso de seis violaciones cada uno. Ninguno de los delincuentes sujetos del estudio de Lisak -entre más de 1.800 hombres universitarios-, fue jamás reportado.
Estos números me obligan a escribir estas líneas. Aunque no es un tema divertido, nada navideño…
Son 86 las universidades norteamericanas que tienen altos índices de violaciones en sus campus. Y no todas lo denuncian como pudiéramos pensar a partir de los actos de activistas en Harvard; no todas tienen clubes de «sexo-positivo» que promueven el orgasmo femenino como en Yale, ni artistas del performance que cargan con un colchón a cuestas como en Columbia. En la Universidad de Virginia (UVA), de 21.000 estudiantes acuden si acaso 500 cuando se realiza algún evento relacionado a la denuncia del abuso sexual. La falta de atención no es porque no sucedan violaciones en Charlottesville. Es porque en la UVA, las violaciones se mantienen secretas, tanto por los estudiantes -que asumen que semejantes agresiones acarrean víctimas lamentables pero inevitables en tanto son parte de su cultura festiva-, como por una administración que tiene menos que ver con la protección de los estudiantes que con la protección de la reputación de la institución.
La Universidad de Virginia, una de las mejores de USA, que maneja fondos similares a los de Cornell, donde acuden mayoritariamente estudiantes provenientes de familias tradicionales, blancas y adineradas, tiene una cultura del honor tan pronunciada que desde el año 1998, 183 personas han sido expulsadas por irrespeto a su código de honor. Esto se refiere a cosas como hacer trampa en los exámenes. Pero ni un solo estudiante de la UVA ha sido expulsado jamás por asalto sexual. Hasta ahí no les llega el honor. Su lema es estudiosos de día, salvajes de noche: «The most impressive person at UVA is the person who gets straight A’s and goes to all the parties». La revista Playboy los coronó como la universidad número uno en fiestas.
Mientras algunos la llaman la «UVrApe», gracias a su cultura de violencia sexual oculta, son muchos los esfuerzos que hace la UVA por ocultar lo que sucede. Oculta y no castiga, legitima con la impunidad, niega y responde a la denuncia con el descrédito, protege al agresor. Pues pareciera algo tácitamente asumido, que los “niños bien” de corbata que acuden a sus aulas, vienen a entrenarse no sólo en lo académico, sino en el ejercicio de su animalidad mas brutal.
Lo curioso es que el escándalo comienza, no cuando Rolling Stones magazine publica un extenso reportaje sobre la violación en los campus universitarios estadounidenses, -siendo el caso de UVA la historia central-, sino cuando días después, a finales de noviembre, la revista se retracta en detrimento de la víctima. La historia de Jackie, abusada por un grupo de hermanos de la fraternidad de UVA de forma premeditada, una violación colectiva, un horrible calvario de tres horas que la joven se atrevió a contar con detalle, fue borroneada días después con una harinosa «disculpa». La revista admitió que habían incumplido las normas periodísticas básicas al reportar la historia de Jackie negando sus peticiones de que retirara la entrevista -por miedo a las represalias-, y puesto que habían descubierto algunas incoherencias en su testimonio. Por eso la revista asumió que su confianza en ella estaba fuera de lugar.
Algo huele a podrido en Dinamarca… diría Hamlet. Se me hace fácil sospechar que la Universidad de Virginia tuvo algo que ver con la decisión de la revista de desmentir a la víctima de la violación. Resultaba simple y cómodo, poner en tela de juicio su testimonio, para salir del entuerto, pasar la página y olvidar.
Definitivamente nunca sospecharon que el resultado les iba a ser contrario: en lugar de desdibujar el relato, lograron atraer aun mas el interés de los lectores comprensiblemente horrorizados, y desatar una serie de dimes y diretes que ha puesto la lupa sobre UVA. Por un lado el asunto pica y se extiende en numerosas réplicas, -entre las más feroces las publicadas por The Guardian-; y por el otro, la nota de disculpa ha servido de base a una misoginia de dimensiones aterradoras que a su vez ha generado todo tipo de apasionadas respuestas, sobre todo en las redes sociales.
Era predecible que la historia desmentida de Jackie se podía convertir en bandera de cuanto anti-feminista sediento de la «prueba» irrefutable de que las mujeres con malicia o de forma recreativa incluso, mienten sobre la violación por arruinar la vida de los hombres. Sirvió para que se alzaran las voces de los que creen que la cultura de la violación no es más que propaganda feminista histérica. Y así le pasan por encima a los hechos: no importa que las incoherencias en la historia de Jackie no prueban nada en absoluto, pues es fácil entenderlas como producto del trauma, o la elasticidad natural de la memoria. Ni importa que los amigos de Jackie confirmaron que algo horrible le pasó a ella esa noche, aunque los detalles exactos no los tengan claros, pues Jackie nunca dijo nada. Tampoco importa que Jackie no acusó públicamente a ninguno, ni que tratara de retirarse de la historia antes de que la publicaran, aterrada como estaba. Así como parece no importar que de las cinco mujeres universitarias que conoces, al menos una ha sido violada sexualmente.
Las víctimas de violación son generalmente acusadas de beber demasiado, de llevar muy poca ropa o tener actitud provocadora… son culpables. Por eso el silencio es la norma. Contar su historia sería destruir a su familia. Quedaría marcada de por vida, dentro y fuera del campus. ¿Para qué pasar por la vergüenza de contar lo sucedido si de todas formas, es muy posible que no le crean? Si todo el mundo se entera, hablarán de ella con desprecio, la mirarán con asco, pensarán que si ya pasó una vez, podría volver a pasar. Si lo cuenta queda expuesta como presa fácil. Mejor es callar. Para poder seguir viviendo una vida normal dentro de la universidad… y como si nada hubiera pasado, tratar de olvidar.
Se entiende que Jackie haya querido recuperar su historia, entonces. Mal podría saber a sus 20 años, que guardar ese secreto significa nutrir para siempre su traumática percepción de lo que es el sexo y el amor carnal. Lo único que le importa es proteger su reputación. Y así decide cargar para siempre con la culpa de haber querido ser deseada y amada. Sintiéndose sucia por eso. Convencida de que ahora vale menos.
Cuando Drew invitó a Jackie a la fiesta, ella sintió que el corazón se le iba a salir por la boca. Aceptó de buen grado. Se compró un vestido nuevo y unas sandalias de tacón; pasó dos horas alisándose el pelo, mirándose al espejo, imaginándose protagonista, presintiendo lo mejor por venir. Era su primer semestre, su primera salida, un dolor de barriga alegre. Drew le gustó desde que lo vio por primera vez en la piscina. En la fiesta bebieron un poco, bailaron otro tanto, la música a toda mecha, para conversar había que ir a un lugar mas tranquilo. Subieron las escaleras y llegaron a un cuarto oscuro. Drew no encendió la luz, cerró la puerta, y otras voces surgieron de la nada. Eran seis los muchachos ocultos en la oscuridad, el terror. Jackie no pudo escapar. Mal podían sus gritos superar el volumen de la música. Fue violada en esa fiesta de fraternidad, por el muchacho que le gustaba y sus amigos, por mas de tres horas.
Cuando todo terminó, Jackie bajó las escaleras y se encontró con otros conocidos, pero no dijo nada. Devuelta a la fiesta, disociada de sí misma, trató de actuar con normalidad. Todo el mundo contento, a nadie le gustará ver la fealdad de lo que pasó. De todas formas, no puede ser deshecho. Jackie no fue a la policía -donde ni siquiera están habilitados con el kit para prueba de violación-. Se protegió del estigma guardando silencio. Un silencio que no la abandonará nunca y que de alguna manera, la hace cómplice.
Cuando Jackie se volvió a encontrar con Drew en la piscina, él le dio las gracias por el buen sexo, con sorna. Después de eso, ella renunció a la piscina. Y a la hora de las verdades, cuando estalló el escándalo, Drew simplemente dijo que él nunca había trabajado en la piscina.
Que en los campus universitarios exista una «cultura de acusación falsa» es tan absurdo como que no existe una cultura de denuncia en absoluto. Por eso la realidad es que la mayoría de las víctimas nunca dicen una palabra. El precio es demasiado alto. Los incentivos para que las víctimas guarden silencio son muchos mientras prácticamente no hay razones de peso para informar, ni sistemas de apoyo. Por eso la frase YO TE CREO, NO ES TU CULPA, se ha vuelto consigna militante, en un mundo que prefiere desconfiar de la versión de la mujer violada, en una realidad donde una de cada cinco mujeres es agredida sexualmente en la universidad.
Una ola de activismo ha servido de estímulo para que la administración Obama haya intensificado la presión sobre 86 universidades, anunciando investigaciones, según el Título IX de la ley, a las escuelas sospechosas de negar a los estudiantes su igual derecho a la educación por manipulación inadecuada o por denuncias de violencia sexual. Esas universidades corren el riesgo de sanciones económicas, incluida la opción nuclear inédita de revocar su financiamiento federal.
La Universidad de Virginia es una de las 86 escuelas ahora bajo investigación federal. A diferencia de la mayoría de las otras bajo escrutinio, algunas en litigio, UVA es una de las 12 escuelas bajo una investigación radical conocida como «revisión de cumplimiento». UVA por su parte alega que ha venido cumpliendo plenamente con la investigación. Pero el gobierno señala que UVA y otras escuelas de élite y prestigio, no responden bien a la crítica y por el contrario se escudan en la tradición, la calidad académica, la cacareada moralidad que esgrimen las familias adineradas que envían a sus hijos a estudiar a la institución.
Estos gestos desde el gobierno son buenos mas no suficientes. No son pocas las muchachas que viniendo de familias con capacidad económica, acuden a las universidades norteamericanas, desde todas partes del mundo, por hacerse más que de una buena carrera, de un buen marido. En el caso de las muchachas que vienen de lejos, que manejan códigos culturales distintos, se hace más difícil sospechar la mala intención de estos animales bien educados. Pero no es juego. No es fraternidad. No es fiesta y noche loca de jóvenes. Esto es un crimen.
Un mal social que nos afecta a todas y todos, porque los hombres tienen hijas, hermanas o amigas en quien pensar… aunque sea incómodo y doloroso reconocer lo que sucede.
Esta historia sugiere que aun tenemos mucho camino que recorrer antes de creer que las mujeres disfrutan de plenos derechos en el libre ejercicio de su sexualidad. Incluso en el primer mundo. La presidenta de UVA es una mujer, responde al nombre de Teresa Sullivan. La periodista de Rolling Stones que se retracta, es una mujer, Sabrina Ruby Erderly. ¿De qué se nutre su deslealtad de género?¿Cuántas mujeres guardan silencio por no perder a sus maridos, aunque abusen de sus hijas? ¿Cuántas jueces favorecen a los agresores por conservar su status? ¿Cuantas académicas prefieren enjuiciar la manera de vestir y la conducta alegre de la estudiante, como expresión de su amargo envejecimiento? ¿Cuántas amigas aconsejan el silencio cobarde por evitar verse ellas salpicadas del escándalo y tener que tomar partido? ¿Cuántas de ustedes aun intentan olvidar un silencio? ¿Cuántas se han equivocado en no creer?
Feliz Navidad.