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Toni García Arias
ViceVersa Magazine

Yo soy América

No puedo negarlo. Estoy completamente de acuerdo con el presidente Trump: “América primero”. Todos los presidentes de todos los países del mundo deberían decir “mi país primero”: China, Argentina, España, Alemania, Túnez… Todos los presidentes de todos los países del mundo deberían preocuparse antes de nada por su país. En ese sentido, me siento tan patriota como el presidente Trump. Mi país primero. A pesar de lo que algunos puedan pensar, ser patriota no es negativo. Ser patriota significa amar profundamente la patria propia y trabajar por ella. No hay nada malo en esa definición. Luchar por mejorar nuestro país es algo digno de alabar. El problema viene cuando alguien -según sus particulares criterios subjetivos o según su interés económico o político- decide quién es patriota y quién no lo es, quién es América y quién no lo es. Y, lo que es más preocupante: quién es amigo y quién es enemigo de su país.

Mi bisabuelo emigró a Estados Unidos hace muchísimos años. Exactamente, a Nueva York. Allí vivió desde los veintidós años hasta que falleció en esa misma ciudad. Mi bisabuelo trabajó en la construcción de varios de los edificios que hoy se levantan en sus calles, en un Nueva York que estaba sin hacer, en un Nueva York violento, en un Nueva York aún sin civilizar. Mi bisabuelo ayudó a levantar esa ciudad virginal, ese Nueva York que comenzaba a encaminarse hacia la gran ciudad que es hoy en día. En algunos de esos edificios de Nueva York, está la mano de mi bisabuelo, su sudor, su sacrificio, su alma. Su historia vital está unida a la historia vital de Nueva York, a la historia vital de Estados Unidos, y nadie puede negarle el derecho a ser más estadounidense que cualquier otro, que el mismísimo presidente Trump, a pesar de su nacimiento, de su raza, de su color o de su número de calzado.

Americano -en el sentido al que se refiere el presidente Trump como sinónimo de estadounidense- es todo aquel que vive en Estados Unidos. Sea hispano, israelí, croata, chino o senegalés. El origen o la procedencia de cada cual es absolutamente indiferente. Da igual que esa persona a la que vemos todos los días trabajando en el McDonal’s de la esquina haya nacido en Queens o en Monterrey. Da igual que esa persona que trabaja en Apple sea de Kalorama o de Medellín. Nada los hace diferentes a la hora de ser considerados norteamericanos. La vida de un país es la suma de la vida de cada una de las personas que lo componen, de las personas que trabajan y luchan por mejorar ese país. Tanto unos como otros merecen la atención y –sobre todo- el respeto de su presidente, porque todos ellos -con su esfuerzo diario, con su sacrificio diario- hacen que Estados Unidos sea lo que es hoy en día.

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