Es natural temer no poder hacer algo mejor después de algún logro, y más cuando este es un premio que conlleva muchas expectativas. Yamilet Fajardo, ganadora del Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2013, afirma que tenía miedo después de recibir el premio, pero que ahora ha entendido que nada pasará si deja de escribir. Asegura que el poeta debe hablar desde lo real, para desarticular ese lenguaje ya empaquetado que usamos a diario, y que, aunque la poesía no mejora la economía, puede ensanchar la vida.
Los premios son objetos de empoderamiento, tanto para quienes los reciben como para quienes los dan. ¿Qué representa para ti este premio? ¿Cómo te ves a ti y a tu escritura después del premio, tomará otros rumbos, algo se torna distinto?
La lucha que establece el escritor con las palabras y consigo mismo es ya de destacarse, aquél que lo hace con arrojo y pone su vida de por medio es ya un ganador, el poder leer un poema logrado en el escritorio o en la computadora es el premio del poeta y con eso se debería quedar. Sin embargo, está la otra parte, la que complementa cada poema: el lector. Toda obra de arte requiere para terminarse por completo la participación de un intérprete, de un lector, de un cuidador de la obra en términos de Heidegger. Esa participación del lector en ocasiones se vuelve más importante que el mismo autor, de ahí la “muerte del autor” de Roland Barthes. En estados como Zacatecas las oportunidades de publicar son muy escasas, más para un escritor joven; existen una o dos editoriales cuanto mucho, que en el mejor de los casos, te publican si eres de su contentillo o si tienes dinero para costearte la publicación. Así que participar en concursos como el Ramón López Velarde es la oportunidad para muchos escritores de llegar a los lectores y, a la vez, reconocer si realmente eres bueno en esto.
¿Ha cambiado algo en mi vida a partir de este premio? Claro que sí. He participado en talleres literarios desde que era una adolescente, demasiado ignorante para saber en qué me metía. Había publicado en revistas, algunas nacionales, otras locales, y para mí publicar un libro eran ligas mayores, así que de pronto dejé de intentar, sabes, dejé de postularme para becas y premios regionales como los florales y esas cosas, y me dediqué a un trabajo mucho más personal, interno, eso que a veces uno dice berrinchudamente, lo hago por mí y no para los demás. Así escribí La caja de cerillos, a mi tiempo y a mi modo, ni siquiera asistí a un taller literario para ver qué tal les parecía lo que estaba haciendo. De pronto tuve la obra, la metí a la primera convocatoria que encontré abierta para tener algo de emoción en mi vida y resultó ganadora. Después de eso me pregunto si podré escribir cosas mejores. La caja de cerillos prácticamente se escribió sola, el mismo libro me fue diciendo cómo quería escribirse. El mundillo literario te da algo de reconocimiento desde luego, apareces en foros, entrevistas, algo que jamás sucederá si no ganas un premio como estos. Sin embargo, sabes que cada intento de escribir un poema es un fracaso nuevo, y en nosotros está el intentar, ya lo decía T.S. Eliot.
En cuanto a qué se torna distinto, diría que absolutamente todo. Cuando tuve que ir a recibir el premio Ramón López Velarde, de eso casi un año, la prensa zacatecana se comportó muy entusiasta conmigo, la verdad no sabía si me merecía tanta atención, ahora me llaman “la promesa de las letras zacatecanas”, cosa que me causa mucha risa. Sin embargo, uno debe distinguir la parafernalia de lo que realmente importa. Te diré algo, luego de leer por primera vez algunos de los poemas de La caja de cerillos ante los poetas participantes de las jornadas lopezvelardeanas aquí en Zacatecas, Oscar Oliva, a quien se le homenajeó ese año, me estaba escuchando en la primera fila con mucha atención. Yo apenas y lo conocía en persona, pero cuando terminó la lectura, el señor Oliva me ayudó a bajar del escenario y me dijo: “Es usted una verdadera poeta”, eso vale más que cualquier premio. Luego yo le dije: “tengo miedo de que ya no pueda escribir nada mejor que esto, no sé, todos tienen muchas expectativas sobre mí”, y Oliva me respondió, “¿qué pasa si ya no escribes más? No pasa nada, la poesía no se pierde de nada, deja que la poesía sea, contigo o sin ti, tú eres lo de menos”. Esas palabras lo cambiaron todo y nada hubiera pasado sin el premio Ramón López Velarde.
Probablemente la poesía es cuestionada hoy más que en cualquier otro momento de su historia, ¿cuál es la función de la poesía en nuestros días (si es que la tiene)?
La cuestión es que la poesía no tiene un fin práctico, escribir poesía no le sirve a nadie para nada, es decir, no alivia el cáncer, no mejora la economía, no. El que alguien lea un poema de desamor, como hace uno cuando es adolescente, no te evitará que alguien te rompa el corazón; saberlo, el que sepas que alguien puede llegar a romperte el corazón, el que te lo advierta un poema, no sirve de nada, cada quien llega a su destino. La poesía es un asunto del ser como dirían los filósofos, un encuentro consigo mismo: “poesía es vivir en la carne, adentrándose en ella, sabiendo de su angustia y de su muerte”, escribe maravillosamente María Zambrano. Acaso la poesía ensancha tu vida. Verás, tu vida se alarga o se acorta conforme a las enfermedades que vayas teniendo, si fumas o si no fumas, si haces ejercicio y esas cosas, eso lo vas pagando con los años, pero las experiencias que hacen que tu vida se ensanche, eso te lo puede dar la experiencia de la poesía y el arte en general.
El debate existe entre los que defienden el oficio del poeta y quienes piensan que ser poeta implica mucho más que solo escribir versos. Como poeta, ¿cómo te ves respecto al mundo? ¿Crees en la figura del poeta comprometido?
Tal parece que estamos impedidos a asistir a nuestra propia realidad, así lo dice Zambrano, estamos ciegos frente a lo real, a lo que pasa, a lo terrible, es como si le pusiéramos disfraces a todo, ¿qué busca la poesía? Busca eso real que se nos escapa. Las palabras que utilizamos siempre vienen ya empaquetadas: Cómo estás, buenos días, encontraremos a los desaparecidos. Nos dejamos acunar por ese lenguaje, ¿cuál es el compromiso del poeta? Buscar las palabras precisas, hablar desde lo real, hacer visible aquello que los demás no ven, y sobre todo ser libres, que es una tarea ya demasiado ardua. Horacio en su poética, en carta a los pisones, dice que si algo se le debe reprochar al poeta es que no sea libre.
En La caja de cerillos hay una constante ambigüedad, hay pero no hay, pasa pero no pasa, ¿qué hay de autobiográfico en esto? ¿Qué buscas con esta exploración?
Tienes razón. La caja de cerillos es una novela en verso (la poesía tiene que buscar nuevas formas para que no desaparezca). En esta obra quise explorar una narrativa poética, este libro te cuenta una historia, pero a diferencia de una novela que te cuenta un inicio y un final, en La caja de cerillos desde el primer verso estás leyendo el final, una cosa también como Alessandro Baricco en Seda. De autobiográfico tiene muchísimo, el escritor nunca escapa aunque quiera a sus propios fantasmas. Está este asunto del encierro que pasan estos dos hermanos en su propia casa, este encierro me es muy propio porque viví un fenómeno que muchos jóvenes padecemos y es que hace algunos años uno podía salir a divertirse a altas horas de la noche sin que nada que no te buscaras, sucediera; de unos años para acá ya no se puede, la inseguridad te fuerza a estar encerrado en tu casa. Eso un joven lo resiente por muy dedicado que sea al estudio y eso. Sin embargo, la ficción impera en todo el libro.
En muchos de tus versos también está presente una preocupación por el estancamiento, la necesidad de volar cuando hay algo que lo impide, y la búsqueda de las causas que no tienen fin, lo imagino con connotaciones sociales, tal vez feministas, ¿cómo lo ves tú?
Me parece muy interesante tu lectura sobre la búsqueda de las causas que no tienen fin, yo soy ardua lectora de Fernando Pessoa, siempre que escribo pienso en él, el quehacer del escritor como mi vida misma, que van de la mano, la defino como Pessoa lo hizo en El libro del desasosiego, donde escribe lo siguiente: “La vida es la búsqueda de lo imposible a través de lo inútil.” Desde luego que se tendrá que reflejar en alguna parte de lo que escribo esta influencia, como la de los poetas norteamericanos Anne Carson y Charles Simic. El libro tiene connotaciones sociales desde luego, trata de asuntos muy cotidianos y mi voz femenina se refleja en la obra, también permitiendo el diálogo con su hermano, que es la otra voz en este libro. De ahí mi concepción de terminar con esta voz mesiánica de los autores del siglo XIX, nuestros grandes maestros del siglo XIX. Compartir la poesía como un diálogo, permitir diversas expresiones, tonos, voces, ritmos. Un libro al que le gusta compartir la palabra, así percibo a La caja de cerillos.