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Durante mucho tiempo se creyó que las señales venían del cielo, ¿de dónde más? Todo lo que no encontraba fácil explicación, muy probablemente había sido decidido en otras instancias, a otro nivel, y desde allí nos favorecían con el envío de señales, que había que saber decodificar. Señales generalmente vinculadas a premios y castigos, oportunidades y enseñanzas, santos y santas. Que no te hayan dado el trabajo podía fácilmente significar que no te convenía. Era una señal que no te prendiera el carro justo el día que tenías que ir a la entrevista.

Esa noción o sospecha de la existencia de otro mundo, de un mundo paralelo, de carácter mágico, surreal, que se expresa en lo inexplicable que ocurre afectando nuestra cotidianidad aunque fuera de ella, ha nutrido todo tipo de cosmogonías y creencias, religiones y militancias. Creyentes o incrédulos, la manera como nos explicamos el azar, la casualidad, lo inesperado, lo feliz y lo desafortunado, nos conforma y nos identifica, nos agrupa, nos divide, nos hace, hasta la muerte.

Hay explicaciones de lo inexplicable más divertidas que otras, unas más lúdicas otras más morales. Un actor que se prepara para la representación de un ángel, prefiere descifrar el misterio de la pluma blanca que encontró en el asiento del subway, como una señal del ángel que está por tomar vida en su cuerpo sobre la escena, que pensar que la señora que viajaba justo antes en ese asiento, probablemente venía de Bed, Bath and Beyond, (o es Bad Bed and Beyond?), y se había comprado unas almohadas de plumas, de las que se escapó una.

Quiero decir con esto que cada quien es libre de decidir cómo se explica las cosas y cuánto de su vida transita por territorios mágicos.

Sin embargo, no creo que nos estamos dando cuenta de que hay un territorio fuera de la realidad, que nos ocupa cada vez más, en el que invertimos cada vez más vida, más aun, donde nos hemos instalado a vivir y que sustituye esa instancia religiosa, de lo mágico que explica lo que no se entiende, que necesitamos todos. Hablo de la nueva religión que es Internet. De ese mundo paralelo donde estamos existiendo más de la cuenta.

De pronto lo entendí de un golpe, me cayó la locha: apenas abrí los ojos tomé mi teléfono de la mesa de noche como primer gesto de despertar habitual, para conectarme con la “realidad”, y fue ahí que el mundo se me vino abajo. Todo lo que creía mío, sólido, me lo quitaron de un solo golpe, mientras dormía. La magnitud de la desgracia que proviene de la experiencia de que te hackeen tus cuentas de email, son de esas cosas difíciles de comprender hasta que te suceden. No se lo deseo a nadie.

Confieso que nunca pensé que una cosa semejante me produjera un abatimiento tal, una destrucción moral de días, un padecer hasta las lágrimas. ¿Qué he hecho yo para merecer este castigo? ¿Por qué me pasa esto a mí? Esto es una señal… ¿de qué?

Urano, el maluco, Mercurio retrógrado… Cuando te violan el email, te cambian tus contraseñas y tus métodos de recuperación; cuando encuentras el teléfono de un extraño afiliado a tu nombre, y que ahora el acceso a tus cosas de trabajo, secretos de familia, confesiones de amigos, cartas de amor y eros, cuentas por pagar y por cobrar, dineros habidos y por haber, y pare de contar, ya no son tuyos con sólo teclear tu contraseña secreta sino que hay otra contraseña que los accede y que tú no te sabes, como tampoco conoces a la persona que te hurga por dentro sin permiso, ese que cambió tu contraseña y que puede leer todo lo tuyo… pues tienes que cerrar las cuentas de banco, bloquear las tarjetas, avisar a tu agenda de contactos, retrasar tus entregas de trabajo, y asumir que te desconectaron del mundo. Te quedas sin piso, desvinculada de los que te explican y justifican y dan sentido a tu vida… te quedas sin vida. Sin la vida que llevas en ese espacio paralelo, virtual, que ocupa cada vez más espacio vital.

Es mucho más que el espacio que ocupara la fe de otros días, y mucho más peligroso. Porque si la beata se quedaba sin imágenes que adorar o sin templo donde ir a rezar o sin velas que encender, siempre tenía su fe. Incluso en tiempos de las más feroces inquisiciones, podías recluirte en el secreto de tu creencia. Pero si en tu territorio de vida virtual se mete otro a joder, te quita la vida, te roba el aliento, te revienta las entrañas, dejándote solo y sin asidero, confundido y asustado, sin nada. El descubrimiento de la fragilidad de la contundente cantidad de vida que llevamos, invertimos y vivimos en Internet, descubrir lo vulnerables que somos, es aterrador. Después de haber pasado por la abominable experiencia del hackeo, me atrevería a decir que donde más existo es en la web. Tan simple como que si este artículo llega a tus manos es porque logré recuperar mis cuentas de email ergo mi capacidad de pensar, volví a ser persona.

Es tanto lo que tenemos invertido en la vida virtual que llevamos, que es menester tomarse muy en serio el tema de las contraseñas. Las contraseñas no se repiten, han de ser imposibles, complejas, todos los sitios te alientan a hacerlas difíciles, sí, difíciles de recordar también, pero toma en cuenta que es más importante que te acuerdes de tus contraseñas que de la gente que quieres, porque en última instancia la gente que quieres vive y se relaciona contigo, después que pones la contraseña.

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