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Ya basta de atentados en las escuelas

Para entender el fenómeno de los atentados, recurrimos al concepto “compulsión a la repetición” como lo definió Sigmund Freud para dar fundamento al impulso de los seres humanos de repetir actos, situaciones desagradables, muy dolorosas. La tendencia a repetir experiencias, actuaciones, se vuelve una necesidad del yo para controlar las tensiones excesivas y derivarlas por catarsis en sujetos con un aparato psíquico dañado por el abuso de drogas, situaciones familiares y sociales. Vemos con tristeza como estas personas repiten situaciones perversas introyectadas en su aparato psíquico. La pulsión inconsciente del sujeto dañado mentalmente lo lleva a repetir más de lo mismo: una dinámica conflictual en la que interviene el principio del placer contra el principio de la realidad. La responsabilidad es de todos: padres de familia, las escuelas que permiten ingresar con armas y el Estado que fomenta la venta sin control.

La venta de armas es la principal industria de los Estados Unidos, luego el Karma se hace presente, les está cobrando la factura. A toda acción sigue una reacción. Qué paradoja: los sistemas bélicos como el de los Estados Unidos se destruyen a sí mismos, el detonante está en sus escuelas, entre lo más preciado de su futuro, los niños de la poderosa nación.

Tienen que revisarse a sí mismos y no solo fungir de fiscalizadores en otros países. Este fenómeno de odio y de atentados contemporáneo, nos dice mucho sobre la falta de educación emocional en la sociedad, derivada de la cultura consumista, permisiva y hedonista, en donde el placer deriva del matar. Lo vemos con tristeza en la guerra contra Ucrania.

Seguimos en la selva en donde imperan la ley del más fuerte y la lucha por la supervivencia. Lo triste es que también lo percibimos en sujetos enfermos de poder. Pero lo increíble y reprobable es que los poderosos no quieren cambiar la forma de la venta de armas. No es posible que después de ver tantos atentados en las escuelas hay quien siga defendiendo la libertad de comprar armas hasta en los mercados ambulantes sin pedir una identificación y sin obligar a los compradores a asistir a un curso sobre la responsabilidad que adquieren al tener un artefacto que ellos llaman de defensa, pero que se convierte en destructivo. Tener un arma en casa les da un falso sentido de pertenencia y poder a muchos norteamericanos sumergidos en una cultura paranoica.

Los enemigos como falsamente creen no vienen de fuera, los tienen dentro de su sistema. Las familias necesitan revisarse, se la pasan trabajando con la intención de mejorar su sistema de vida. Los fines de semana los destinan a las labores domésticas y los hijos crecen sin comunicación, sin su cercanía. La pandilla y los aparatos tecnológicos son su compañía. En la cultura consumista crecen carentes de límites y afecto, quedan atrapados en cualquier tipo de adicción, incluso a la comida.

El gobierno critica a otros países por la venta de drogas, pero no hace campañas para atender a la población necesitada de lo más elemental: los valores. Mientras no atiendan la demanda no bajará el consumo de drogas.

Los costos en la salud mental son altísimos, pero las ganancias están en manos de unos cuantos poderosos. Es así como Salvador Ramos (18 años) resultó el asesino de 19 niños y dos maestras. El joven publicó en Facebook que le dispararía a su abuela y luego iría a una escuela. La escuela primaria Robb en Texas se transformó en una de las peores pesadillas. Errores muchos, la escuela no tuvo vigilancia para ingresar, la policía tardó demasiado en llegar y también lo mataron, antes de saber cuál fue su motivación para este atentado.

¿Qué esperan los poderosos para proteger a los niños en las escuelas y a los ciudadanos en las calles? Los padres deben unirse, exigir cambios de políticas para no permitir una tragedia más. “Cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia” Mario Benedetti.

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