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Y qué gane el peor, como casi siempre…

A principios de mes murió quizá el árbol más viejo de Nueva Jersey. Se calcula que tenía unos 600 años; estuvo en pie desde antes de los viajes de Cristóbal Colón.

A fines de junio serán los dos primeros congestionados debates Demócratas, dando formal comienzo a literalmente 17 meses de campaña hasta las presidenciales del 3 de noviembre de 2020.

Y decimos 17 meses de manera conservadora, porque Trump y sus muchos retadores arrancaron hace rato. Y es que para clasificar a los debates hay que acumular un mínimo de donaciones y porcentaje en encuestas nacionales, tarea que puede ser complicada en uno de los países más grandes del mundo.

Pero, ¿es realmente necesario invertir tantos meses de campaña para un período presidencial de apenas 4 años? ¿Cuánto se gasta en el ínterin? ¿Es eso garantía de democracia?

De momento, el menú incluye 24 pre candidatos Demócratas y 2 Republicanos (la última vez, 3 y 17, respectivamente). Son al menos 90% desubicados, liderados por el impopular alcalde Bill de Blasio, quien no contento con tener a Nueva York hundida en la incompetencia, salió a recorrer el país pidiendo donaciones para financiar su sueño de ser presidente… (no será el primero ni el último político descarado; y tenemos esperanza de que gracias a sus ausencias la ciudad se recupere).

Las presidenciales en EEUU comienzan así, con “las primarias”, más parecidas a algo de “cuarta” categoría. Son una tragicomedia bataclánica en la que “compañeros” de un partido se desguazan entre sí a los ojos del mundo, con el compromiso civilizado de luego pasar la página y apoyar al candidato que resulte electo a cuenta gotas, estado por estado (y son 50, más otros territorios).

Como quien se divorcia agriamente para luego volver a casarse con la misma persona pensando “en los niños”. Pero a veces la reconciliación llega demasiado tarde, cuando la hemorragia y el resentimiento son indetenibles. ¿Alguien alguna vez ha logrado revertir la crema dental dentro del tubo?

Así, irónicamente el izquierdista Bernie Sanders sin duda fue un gran apoyo para su “enemigo” Trump tras haber atacado tan ferozmente a su “compañera” Hillary Clinton en 2015-16.

Y es que sólo después de las primarias y las convenciones y proclamaciones, es cuando comienza la campaña presidencial en sí. Es como correr tres maratones en fila y sin ducharse, antes de pelear y asumir el cargo político más exigente del planeta. ¿Cómo ser un buen presidente después de 17 meses de agotamiento, pactos y concesiones?

Eso, si la suerte y las cuentas le soplan a favor, porque según este sistema electoral el candidato con más votos no siempre es quien gana, como ya pasó en 2000 y 2016. Y en general, casi siempre el peor llega al poder.

Al final, ¿cuánto de ese dinero se podría haber dedicado a causas más urgentes que alimentar el ego de políticos faltos de brújula? ¿Cuánto de ese espacio en los canales de TV pudo haberse usado en contenidos más constructivos y trascendentes en un país con escolaridad en retroceso?

Candidatos y presidentes van y vienen, y EEUU sigue sin atender sus problemas más urgentes: armas en cada esquina, violencia juvenil, drogas, racismo, universitarios endeudados por décadas y la salud como el más grande de los negocios.

Quizá aquel roble de 600 años decidió colapsar antes que presenciar un nuevo panorama electoral. Sálvese quien pueda; los periodistas no tenemos esa opción.

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