Sujeta a una discutible traición del hombre, no dudo en afirmar que la Universidad tal-y-como-la-conocemos está sufriendo una crisis profunda. No me refiero particularmente a los problemas económicos que sufren las instituciones dignas del nombre hoy en día, sean estos referidos a sus altos costos o a su imposibilidad de pagar un salario justo a sus empleados. Menos aún verso sobre las enfrentas que han podido tener los institutos de altos estudios estos últimos años con sus respectivos gobiernos y la telaraña política en que algunos se han inmiscuido. No. Al escribir sobre la crisis universitaria contemporánea me refiero a un tema de mayor trasfondo, de mayor universalidad. Yendo directamente al punto: ¿ha pasado de ser la Universidad una fábrica de empleos en vez de una casa de conocimiento?
Si bien el asunto puede parecer, a primera instancia, una queja avejentada, la considero más bien un tema de debate a tomar en cuenta con preocupación. Piénsenlo: ¿a cuántos alumnos se puede escuchar en un cafetín universitario hablando sobre sus promedios como vía a empleos de altos salarios o, en casos aún peores, sobre la poca importancia que le dan a sus mismos promedios a causa de ya tener un trabajo estable? De igual forma, ¿cuántas personas incurren en la terrible tarea de caletrearse un texto, sin aprehender absolutamente nada de lo que ofrece, para obtener un alto puntaje en una evaluación? En este mundo globalizado, donde cada vez parece requerirse mayor especialización y currículo para subsistir con ciertos lujos, se ha visto una cantidad creciente de muchachos haciendo estudios de másteres solo para lograr lo previamente mencionado.
Se supone que las enseñanzas universitarias han de ser, sobre cualquier cosa, enseñanzas. Y sin embargo, estas son echadas a un lado por cuestiones de exigencia y estatus. No me malentiendan: no quiero decir con esto que todo el mundo debería dejar a un lado sus apuntes y fichas y dejar de interesarse por sus notas académicas. Ya el sistema (¿y realmente existe el infame sistema?) se ha configurado de tal manera que sería hasta irresponsable hacerlo. Solo me queda rogarles, supongo, que en el momento de salir al ámbito laboral tan (inevitablemente) deseado, hagan lucir su conocimiento ante cualquier cosa.
Me cuesta conseguir ejemplos que contrarresten mi noción. En efecto, es innegable que siguen existiendo universidades de prestigio que producen, a manera de obras de sus alumnos, nuevo conocimiento y que buscan divulgarlo masivamente. Pero, ¿es esta verdaderamente la mayoría? Tomando, por ejemplo, los Estados Unidos, es fácil presenciar centenares de universidades a lo largo del país; pero son muy pocas las que imprimen textos de calidad que se pasean por las librerías. Es más común, en cualquier caso, que estos se mantengan en estantes de las bibliotecas de las mismas universidades que los promulgan. Así, se limita el conocimiento producido a una serie de alumnos que probablemente apenas los ojeen para memorizarse párrafos a preguntarse en un examen.
En fin, sería demasiado ilusorio pensar que existe una solución concreta al problema planteado. Se me hace sumamente difícil no considerar la pregunta introducida al inicio de este texto como retórica. Bien uno podría soñar sobre cómo han de cambiar los requisitos laborales o los métodos de admisión universitaria para administrar mejor el conocimiento impartido, mas solo quedaría en eso, en soñar. Queda entonces a juicio de cada quien en hacer uso de los polvorientos libros de texto que han de reusarse una-y-otra-vez para culminar sus carreras elegidas, y así darles vida en vez de asesinarlos silenciosamente. Al fin y al cabo, sean fábricas de empleo o no, siempre ha de existir una serie de buenos profesores que busquen llenar el cerebro de sus estudiantes con ideas y preguntas de elevado contenido. Al menos en esto último espero no estar equivocado.