Esta conversación transcurrió en uno de los camerinos del Miami Dade County Auditorium, teatro en que se celebró el inicio del Venezuelan Art Festival 2014. Poco faltaba para que Ximena entrara en escena para concentrar en la presencia de su voz, todo el espacio. Afuera, se escuchaban los estruendos propios de una prueba de sonido. Adentro, la poderosa cantante se relajaba antes de la presentación. La recorre la música. Está claro que al cantar, la atraviesan todos los tonos y vibraciones que entendemos dentro de la sonoridad. Cuando se presentó, pidió silencio y nadie supo negarse. Es imposible. La mejor descripción de su arte estaría vinculada a las invasiones. Ximena Borges traza territorios mientras interpreta. Como una lámpara, se yergue sola en el escenario para ofrecer su canto. Tiene una potencia que su mirada tranquila sabe disimular. De María Callas, Wagner y Simón Díaz hasta Alfonsina Storni. Todo en el sitio que nace apenas pisa el escenario.
¿Cómo empezó tu fusión de estilos?
La técnica que yo estoy haciendo me ha permitido mezclar toda la música que he escuchado durante toda la vida. No siempre estoy citando cosas conscientemente. Picasso decía que un buen artista copiaba y un gran artista robaba. Me parece que hoy en día todo es un remix y que las leyes del copyright han opacado un poco eso, cosa que no debería ser, porque en el arte, en la época clásica, barroca, los mismos compositores reciclaban. Cada vez se pone más estricta la mentalidad de uno porque se va alejando de esas cosas. Tengo una cierta responsabilidad sabiendo que ellos lo hacían también. Además, son tributos, homenajes.
¿Esto tiene una diferencia con el trabajo que puede hacer un DJ?
Sí, porque yo lo estoy recreando. No estoy haciendo un “copy-paste”. Lo transformo al traspasar la música a través de mi voz. En ese sentido es diferente, pero no explica que uno sea mejor que lo otro.
¿Se podría llamar Collage musical a tu propuesta?
Totalmente. De hecho, la llamo sounding collage.
¿Cuándo empezaste a cantar?
Yo empecé cantando ópera a los 16 años… a estudiarla, porque no puedes empezar antes.
¿Cuál fue la primera obra que interpretaste?
“El elixir de amor” en 2004. Dirigía Aquiles Machado. Después seguí haciendo mucha ópera, pero sintiéndome muy amarrada, como con una camisa de fuerza. Es un mundo muy estricto, muy tradicional, donde las normas se han ido calcificando a través del tiempo. Yo quería hacer cosas diferentes y nuevas. Dentro de ese mundo es muy difícil, porque el público espera una cosa cierta. Además para la ópera se necesita mucha gente. Quise hacer algo que pudiera desarrollar de principio a fin sin depender de nadie.
Igual la ópera te acercó a la interpretación en escena…
Sí. Aunque eso ya estaba más en mí que en el entrenamiento de ópera. A los cantantes de ópera ni siquiera nos daban muchas clases de actuación… tienes que estar en el frente porque no hay amplificación, se debe oír tu voz y hay toda una tensión en el cuerpo. Yo siempre trataba de ser más libre en escena. Tomé clases de teatro en el Stella Adler y vi bastante teatro físico. Soy profesora de yoga, para mí, que físicamente me resultara fácil la soltura era un problema. Parecía una mariposa para atrás y para adelante, no tenía ground. No estaba anclada. Lo cómico es que este proyecto actual no me deja moverme, porque tengo los dos micrófonos. Eso me ha ayudado a anclarme completamente al piso.
¿Cómo decide una muchacha de 16 años empezar a estudiar ópera?
En mi casa se escuchaba mucho la ópera. Mi padre, Jacobo Borges, pintaba escuchando las óperas de Wagner. Cuando yo era chiquita mis cuentos para irme a dormir eran qué estaba pasando en Tristán e Isolda. Yo juraba que era “triste y sorda”. Nunca me sentí lejos, para mí la ópera era muy cercana. Además empezamos a ir a Austria todos los veranos, porque mi papá daba clases y estaba el festival de música, uno de los más importantes del mundo. Salzburgo es mínimo, lo caminas en hora y media. Entonces los cantantes me pasaban al lado en bicicleta y te tomabas el café con el tipo más importante de la ópera en la próxima mesa. Para mí era normal.
¿Qué sientes hoy en día cuando escuchas tu voz y tienes conciencia de que ese es tu instrumento?
Es muy difícil esa pregunta pero muy interesante. Es raro. Yo vengo de dos instrumentos, el violín y el piano, que “están” fuera de ti. En teoría sientes que puedes arreglar todo lo que está fuera de ti. Lo que te esté pasando influye en cómo tocas, pero no en cómo suena el instrumento. Especialmente el piano, el violín no. El piano está. Tu ves un piano y es él en sí. Igual que un libro o un cuadro. La voz es diferente, abstracta. Además, de todo lo que tú eres y sientes en ese momento y todo lo que te ha pasado, afecta la voz. No solamente a un cantante sino a todo el mundo. No llegas nunca totalmente a controlarla ni a entenderla. Se te escapa de las manos. Es difícil para mí decir que la veo, porque siento que nunca la veo. Y cuando la oigo… me logro separar y ser siempre crítica. Cuando vas a una clase y te corrigen la voz, te corrigen a ti como persona, tú lo sientes todo junto. Si el profesor te dice que estás cantando mal, sientes eso como una afronta hacia ti como persona. Esa parte es súper difícil, la voz eres tú.
¿Acaso la voz es el mejor instrumento contra la represión?
Sí, eso es verdad. Pero al mismo tiempo no puedes soltar todo porque no podrías cantar. No puedes cantar llorando.
¿Cómo es tu proceso de composición? ¿Algo te estimula en especial?
No me encierro en un cuarto, pero sí tengo que limpiarme un poco de influencias que no sean controladas por mí. Ruido de la calle, televisión… Me concentro y me pongo a oír cosas que sí quiero tener en el “back burner”, alimentar esa consciencia. Después empiezo por crear ritmos, jugar con mi voz para ver lo que va saliendo. Si sale algo, lo grabo. Así sale una cosa detrás de otra y de repente sale una que me gusta mucho. Cuando estoy componiendo me gusta trabajar en el piso. Me rodeo de libros de poesía y empiezo a improvisar con cualquier letra que sale, a ver si funciona.
¿Trabajas sola?
Sí, esto ocurre en la soledad.
¿Qué te da miedo como cantante?
Muy pocas cosas. Como cantante siempre te da miedo pensar en el día que no puedas cantar más. Mi mamá me crió sin miedos. Una de las piezas que hicimos con mi papá en Venezuela se llamó “La Tempestad”. Empezaba conmigo escondida en el público. Desde allí empezaba a cantar y me halaba un arnés hacia arriba. Eran 25 metros en los que yo subía cantando. Al final del día mi mamá me preguntó cómo me había ido y le dije que bien. No tuve ni picos de adrenalina. No tengo miedo a muchas cosas.
¿Tu padre y tú comparten gustos musicales?
Sí, claro. Además él entendió totalmente. En mi casa nunca me dijeron que no fuera artista “porque iba a sufrir”… jamás. No solamente eso, siempre hubo un apoyo absoluto por si cambiaba de camino. No estaba amarrada a lo que yo hiciera, entendiendo completamente que lo importante era y es hacer. Crear, crear, crear.
¿Cuál ha sido el concierto más importante en tu vida?
En Lincoln Center fui a un concierto de Bobby McFerrin con Wynton Marsalis. Fue alucinante y además en un momento dijo: “Paul, ¿por qué no cantas conmigo?” y se refería a Paul Simon con quien cantó Scarborough fair, una belleza. Otro concierto memorable fue en Salzburgo el día que murió Karajan. Me acuerdo de eso y tenía 4 años. Estaba Zeiji Ozawa dirigiendo. Parecía un insecto de esos de palito. Estaba también Jesse Norman, con su turbante. Entraron e iban a tocar un Adagio en honor a Karajn. Primero tocaron y después hubo como tres minutos de silencio.
Esos dos están bien, pero el que de verdad te quiero contar es este: cuando era chiquita, la Camerata de Caracas e Isabel Palacios, no tuvieron por un tiempo dónde ensayar. Ella estaba casada con Cabrujas y en ese momento, Cabrujas era uña y sucio con mi papá. Mi papá les dijo que los quería pintar, así que por qué no iban a ensayar en su taller. Entonces la Camerata estuvo ensayando en el taller de mi papá como por año y medio. Yo tenía una sillita y me sentaba al frente de todos ellos durante los ensayos. Parece que si yo me paraba o me iba, Isabel decía que alguien estaba desafinando o algo andaba mal. Cuando tenía como 20 años fui a un concierto de la Camerata y desde que salió Isabel yo me puse a llorar. Lloré las 4 horas del Haendel. Para mí ellos eran los músicos ideales que yo juraba que me había inventado de niña, pero no. Los reconocí. Estaban ahí. Fue alucinante.
¿Recuerdas qué sentiste la primera vez que escuchaste a María Callas?
Cuando conseguí el primer disco, se trataba de una Callas ya muy mayor, ya no cantaba muy bien, pero yo no podía saber eso en ese momento. Lo ponía todos los días. Desde entonces esa mujer me empezó a perseguir. Yo viajaba y pasaba por una librería tres días seguidos y el cuarto aparecía un libro enorme de María Callas. Después nos perdimos en París por un sitio y llegué de pronto a la casa donde ella vivió. O sea, por varios años antes de que empezara a estudiar ya ella estaba cerca. Era una cosa insólita. Se me aparecía en todas partes.
¿Qué recomendación le das a quien se acerca a la música?
¡Uy, que lo piense bien! (risas). Que tengan la flexibilidad y la frescura para entender cuál es su camino y que no es necesariamente el camino que se piensa al principio, pero que finalmente puede resultar ser el mejor. Cambiar de metas diferentes no es una debilidad sino parte de un crecimiento y una evolución. Tener esa capacidad de flexibilidad y no encajonarte en una cosa por siempre y si eso no sirve, dejarlo. Siempre hay otras puertas.
VICEVERSA PALABRAS DE IDA Y VUELTA
Montserrat Caballé: Gran cantante, no le importaba la letra ni el drama, sino solamente el sonido, instrumentista pura.
Liza Minnelli: Una persona totalmente suelta y sin barreras dentro de su expresión y su cuerpo. Muy diferente a su madre en ese sentido.
Ella FitzGerald: Mi cantante favorita del mundo y de la vida además de María Callas. Pero ella era la que yo… Sabes que cuando uno es chiquito uno guardaba sus centavitos de la mesada para comprar algún disco. Yo los guardaba para comprar los de Ella FitzGerald de los 9 a los 15 años.
¿Qué querías ser de niña?: Siempre pensé que como tocaba violín, sería algo que tuviera que ver con la música. Pero no vinculado al violín porque es mucho trabajo.
Algo que no aguantas de alguien: La falta de disciplina o falta de consecuencia.
¿Eres noctámbula?: Sí.
¿Qué es el éxito?: Poder hacer y vivir de lo que te esté gustando hacer. Puede ser en un sitio chiquito, grande, eso no me importa. Me importa tener la libertad de seguir creando y seguir cambiando. No quiero que me metan en una casilla de “tú eres esto y tienes que hacer esto para siempre”
Si pudieras leer el Tarot a alguien, ¿quién sería?: Le hubiera dicho a la Callas que no dejara de cantar cuando lo hizo.
¿Tienes pesadillas?: Me acuerdo poco de mis sueños. Anoche tuve pesadillas porque hicimos un esfuerzo grandísimo para hacer un aparato que brindara luz por debajo de la falda. Lo construí con otro artista y ayer dejó de funcionar. En la pesadilla me estaba ahorcando con las luces. Sentía que las luces estaban en todas partes y me iba tropezando. Muy obvio.
Una cosa que vuelvas a hacer siempre: Tengo una tradición secreta: siempre que estoy en un aeropuerto, me meto en el Duty Free y me voy a los perfumes Hermes y me pongo un perfume que se llama “Jardín de Mediterráneo”. Nunca me lo compraré pues solo me lo pongo en los aeropuertos.
¿Con quién te gustaría hacer un dueto?: Con Ella Fitzgerald.
¿Y de los vivos?: Sting, Laurie Anderson, Tracy Chapman, Diego El Cigala.
Dime 3 canciones fundamentales en tu vida: Ne me quitte pas… Por alguna razón Tracy Chapman en Talk about a revolution y Alfonsina y el mar.
Tres compositores de música clásica: Beethoven, Mozart y Verdi.
¿Si no hicieras lo que haces, qué harías?: Pudiera ser felizmente diseñadora gráfica o botánica. También cualquier otra cosa dentro del teatro.
¿Un día memorable en la vida?: El día que me aceptaron en el Manhattan School of Music fue memorable.