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William Ortiz

William Ortiz: ¡La salsa vive!

NUEVA YORK: La salsa es alegría y vida para la mayoría de seguidores en el mundo, pero no se vive igual para los músicos salseros profesionales en Nueva York. Falta de exposición en la radio, salarios bajos y cierre de establecimientos, son algunos de los retos que afrontan los artistas.

Cuando Rubén Blades, El Gran Combo de Puerto Rico y Oscar de León presentaron sus éxitos frente a un público de más de 18,000 espectadores en el Madison Square Garden de la ciudad de Nueva York el ambiente explotó de felicidad, nostalgia y patriotismo por los recuerdos que evocaban los canciones. Parecía que el sueño de Bolívar, de una Latinoamérica unida, se materializara en ese momento. “Ella era una chica plástica, de esas que veo por ahí…”, “pa fuera… pa la calle!”, “Lloraras y Lloraras”, en coro todos cantaban y se movían con ritmo siguiendo la clave, la sonrisa pícara y el piropo fiestero.

Sin embargo, esa noche faltaba un trompetista. William Ortiz, quién alguna vez tocó con varios de los integrantes de la Fania All-Stars, se quedó en casa después de una larga semana de trabajo en el Centro de Asistencia en sistemas de la Escuela de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Columbia.

El dinero y la fama que alguna vez consiguió tocando salsa hace parte del pasado. Hoy vive sobretodo del sueldo que gana en la Universidad de Columbia para sobrevivir como salsero en una de las ciudades más caras del mundo.

Muchos músicos de hoy añoran esas épocas cuando doblaban y triplicaban sus presentaciones cada noche. “Durante el día grabábamos en los estudios y por las noches nos íbamos a tocar a los bares. Eran épocas increíbles donde los músicos podían vivir de la música.” Cuenta William Ortiz, trompetista profesional. “Mira, déjame decirte algo, yo pude haber hecho mucha plata, pero me la gasté toda en las mujeres que tuve.” Ipanema, Casablanca, Casino 14, 80’s y Palladium, eran algunos de los bares en los que grandes artistas como Celia Cruz, Cheo Feliciano, Willie Colón e Ismael Miranda se presentaban cada fin de semana.

La salsa nace en Nueva York entre una fusión de ritmos africanos y caribeños que varios músicos del barrio Harlem mezclan a principios de los 50s. Una salsa de ritmos que dio origen a grandes exponentes del género como la Fania All-Stars y el Gran Combo de Puerto Rico. Ídolos que durante los 60, 70 y 80’s se presentaban dos o tres veces por noche en bares de Bronx, Queens, Brooklyn y Manhattan.

Sin embargo los tiempos han cambiado y muchos de esos bares cerraron. Para los soneros como el señor Ortiz, las cosas ya no son como antes. Después de haber trabajado 38 años haciendo música, hace cinco tuvo que parar y empezar a trabajar en la Universidad de Columbia, donde logró el puesto de técnico de computación gracias a la maestría de sonido que hizo durante su carrera como trompetista. “Este trabajo paga la renta y los gastos. Durante mi tiempo libre hago música en el estudio de grabación que tengo en mi casa”.

Willie, como lo llaman en el trabajo, mezcla, hace arreglos, masterización, da clases de música a jóvenes, hace film scoring, produce y compone Salsa con Yoko, una salsera japonesa que gana cada vez más reputación en el gremio.

Según él, la situación se agravó aún más después del 11 de Septiembre, cuando los neoyorquinos dejaron de salir con la frecuencia que lo hacían antes y muchos establecimientos cerraron sus puertas. Este hecho obligó a muchos salseros a abandonar la ciudad en busca de otras oportunidades y a emplearse en otros oficios.

Adicionalmente, la falta de promoción en las emisoras latinas de Nueva York ha afectado sustancialmente el desarrollo del género. “La radio de antes ponía todo lo que hacíamos, ahora, todo lo que se escucha es música de gente que ni siquiera vive acá y que paga para que sea puesta en la radio. Se está hacienda buena música, pero como la radio no pone los temas, nadie los descubre,” dice William Ortiz.

Por otro lado, el problema que va cerrando el círculo vicioso es que los jóvenes están regalando su trabajo y hay varios productores que están tomando provecho de la situación. En el concierto “La salsa vive”, se rumora que los músicos que acompañaron a los teloneros fueron pagados 150 dólares. Paradójicamente, ese era el costo de una boleta promedio, sin embargo, y el Madison Square Garden estaba a reventar.

Y como si fuera poco, la Alcaldía de Nueva York se ha puesto mucho más estricta con las licencias para los establecimientos y ha subido el precio de los permisos para venta de licor. Esto se ha traducido en el cierre de varios lugares donde los músicos presentaban su trabajo y recibían compensación por ello.

Estos problemas han generado un círculo vicioso que imposibilita el surgimiento de nuevos talentos y acaba con el género. La salsa, más que un simple género musical, es una expresión cultural. Si no se pone en la radio o se toca en los bares de la ciudad, las historias que se cuentan sobre América Latina y los latinos en Estados Unidos pueden perderse. El reggeaton, la bachata, y otros géneros recientes cuentan otro tipo de mensajes asociados al sexo, a lujos insostenibles, fiesta, alcohol y superficialidad. Lo preocupante de este tipo de mensajes es que no construyen un lazo social reduciendo la imagen del latino al goce permanente y dejando a un lado historias que relatan parte de nuestra historia como las de Pedro Navaja, Plástico, Juanito Alimaña, Idilio, El gran varón y Periódico de ayer.

El trabajo de William Ortiz, su pasión por la Salsa, y la fe que tiene en las nuevas generaciones de músicos, es una esperanza para el género y la cultura que se transmite a través de éste. “Yo estoy acá para ayudar a mantener la salsa viva. Mi trabajo es ayudar a los jóvenes que les interesa esta música para que logren sus sueños y promuevan nuestra cultura.” Sin embargo, recomienda a los nuevos músicos que no regalen su trabajo a los productores ni a las emisoras de radio.

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