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Wesker my friend

Sir Arnold Wesker es miembro de la generación de dramaturgos que en los años 50 revolucionaron el teatro inglés, surgidos a partir de la explosión que significó “Recordando con ira” de John Osborne. Es autor de 50 obras de teatro, cuatro libros de cuentos, dos de ensayos, un libro sobre periodismo, uno para niños y poesía.  Sus obras han sido traducidas a 17 idiomas y representadas en todo el mundo. Nació en Stepney, un barrio popular, de madre cocinera y padre sastre. Fue un activo miembro del Comité de los 100, y en 1961 fue encarcelado, junto con otros prominentes miembros, por participar en la campaña de resistencia no violenta al uso de armas nucleares.

Tuve la oportunidad de conocerlo en Cuba, en los 60, cuando vino a montar su obra “Las cuatro estaciones” con el grupo Teatro Estudio, del cual formaba parte Ada Nocetti, mi mujer. Wesker no hablaba español, y los integrantes del grupo teatral no hablaban inglés. De a poco, casi sin darme cuenta ni proponérmelo, me fui convirtiendo en su intérprete. Y con el tiempo, en su amigo. Arnold tenía la amistad fácil. En una escena de “Las cuatro estaciones”, cuatro etapas en la vida de una pareja, el hombre preparaba un strudel de manzana. Uno de los oficios de Wesker había sido el de pastelero, y de allí surgió el material para “La cocina”, una de sus obras de mayor éxito. Arnold vino a nuestra casa y nos demostró prácticamente cómo se preparaba la masa del strudel. Había que amasar y amasar el hojaldre, hasta convertirlo prácticamente una sábana que Arnold agitaba y hacía volar sobre la mesa.

Como ya dije en una nota anterior, “Mi escarabajo de oro”, nos fuimos de Cuba en 1971. Habíamos quedado con Ada en encontrarnos en Londres, después de los compromisos de ella en Polonia y posteriormente con el taller de teatro de Grotowski en Marsella. Wesker vivía en un típico chalet inglés en un barrio del noreste de la ciudad, y nos invitó a instalarnos en su casa, en un cuarto que estaba casi en la bohardilla, con un ojo de buey por ventana, y un inclinado techo de madera oscura. Dusty, la mujer de Arnold, nos alimentaba como la madre que era de sus tres hijos: Lindsay, Tania y Daniel. Era una excelente cocinera, y sus tortas de chocolate eran memorables. Fueron dos meses de conocer Londres en su esplendor, la moda de Mary Quant, Kings´s Road, el Soho (el verdadero), Petticoat Lane, Picadilly Circus. Arnold nos invitó al Roundhouse, el teatro que dirigía en esa época, y a varios estrenos teatrales del West End. Nos invitó a comer a restaurantes griegos o italianos, más sabrosos que los ingleses del kidney pie.

El plato popular típico de los ingleses es fish and chips, pescado y papas fritas, equivalente a la pizza argentina o a la arepa venezolana. Londres está plagado de sitios que lo venden y te lo dan en bolsas de papel marrón, para que lo comas en la calle o te lo lleves a tu casa. Con Ada entramos en uno. Al no conocer la palabra inglesa que lo identificaba, comentó en voz alta “Y ese, qué pescado será?”. “Merluza, hija. Merluza”, respondió la vendedora con inconfundible acento gallego.

Los días  londinenses llegaron a su fin, nos despedimos del clan Wesker y seguimos nuestro viaje europeo.

Años más tarde, ya viviendo en Caracas, Arnold me hizo saber que estaba por estrenar en Broadway “Shylock”, una reescritura del “Mercader de Venecia” de Shakespeare, su respuesta a lo que consideraba un libelo anti judío. El reparto lo encabezaba Zero Mostel, famosísimo actor que había encarnado, entre otros personajes, al Tevie del “Violinista en el Tejado”. Arnold no cabía en sí de felicidad por la consagración que significaba ese estreno, en el Shubert, uno de los teatros más importantes de Broadway.

Se dio la feliz coincidencia de que yo debía viajar por trabajo a Nueva York, y pude estar presente en el estreno. Pero en el interín sucedió algo terrible: tras una serie de preestrenos fuera de Nueva York, Zero Mostel murió. El estreno tuvo lugar de todos modos, con el personaje protagónico interpretado por Joseph Leon, el actor que había trabajado como reemplazante de Mostel. Un actor excelente, de un físico incluso más apropiado para el personaje que el del titular. La función se desarrolló de manera impecable, la ovación final tranquilizó a Wesker, y fuimos a festejar con una cena en el Sardi´s, el emblemático restaurant del ambiente teatral.

Regresé a Caracas, y al poco tiempo me llegó la noticia. Los productores del espectáculo, temerosos de que la ausencia de Mostel implicara la deserción del público, decidieron cobrar el seguro y levantar la producción. Quedó así injustamente truncada la felicidad de Arnold.

Hace algunos años, en un breve viaje que hice a Europa, volví a visitar a Arnold y Dusty, que me recibieron con el cariño y la calidez de siempre. Y seguimos en contacto a través de periódicos emails. Hace algo más de un año Arnold me contó que había escrito una nueva obra de teatro, “Groupie”. Le pedí que me la enviara y me ofrecí a traducirla e intentar que se montara en Buenos Aires, donde Wesker es un dramaturgo popular desde sus primeras producciones: “Raíces”, “Sopa de pollo y cebada” y “La cocina”. En eso estamos.

Pero Arnold también me contó que se le había declarado un Parkinson, que avanzaba rápidamente y que los médicos no lograban controlar. La creciente dificultad para moverse lo obligó a renunciar a la soledad en que había decidido vivir. Debió abandonar su hermosa residencia en un cottage de Gales, y volver a Londres para refugiarse en casa de Dusty. Uno de sus últimos mails me destrozó el corazón. Alex – me dijo mi amigo Arnold -, el año pasado era un joven de 79 años. Hoy soy un viejo de 80. Espero darle la felicidad de estrenar “Groupie” en Buenos Aires.

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