No defiendo ningún partido, a ningún político, a nadie que no haya sido capaz de hablar con la verdad ni ponerse del lado de la justicia y de lo humano en una Venezuela herida en lo más profundo…
Sí, yo salí a votar el pasado domingo 15 de octubre en las elecciones regionales celebradas en Venezuela y lo hice por sentirme en paz con mi conciencia. No por ilusión ni masoquismo y mucho menos por creer o apoyar a un Consejo Nacional Electoral parcializado.
Lo hice porque creí que debía hacerlo, más allá de los comprensibles motivos que tuvieron muchos venezolanos para abstenerse.
Voté pensando más allá de los resultados, y aún hoy tras el confuso panorama de unas cifras en discusión, sigo pensando que el no votar habría hecho mucho más fácil la trampa.
Caímos en un juego macabro, porque participando o no, la oposición sabía que todos los caminos estaban cerrados, teniendo como precedente el fraude cantado con la supuesta victoria de la Asamblea Nacional Constituyente el pasado mes de julio. Sin embargo, desde lo personal preferí optar por la opción democrática: el voto, sin engañarme sobre el escenario que pisamos, pues todos sabemos que este régimen tiene al país muy lejos de la libertad.
Sí, yo preferí insistir en aportar una posibilidad de cambio para Venezuela, (aunque sea por los momentos sólo una quimera), porque no podría perdonarme callar ante tanta miseria y desastre, porque aunque pueda parecer cliché, es innegable que si no intentamos luchar desde lo individual para sacar adelante a todo un colectivo, la urgencia de un cambio jamás llegará, aunque muchos aún no lo vean, no lo crean o no lo entiendan.
Y justo en la incomprensión de ese pueblo que aún defiende lo indefendible por los motivos que sean, es donde todavía me pregunto, ¿para dónde se escapó la conciencia? ¿Es que acaso no sobran los motivos para haber hecho de una vez por todas borrón y cuenta nueva?
A este punto no defiendo a ningún partido, a ningún político, a nadie que no haya sido capaz de hablar con la verdad ni ponerse del lado de la justicia y de lo humano en una Venezuela herida en lo más profundo.
No apoyo la destrucción del país ni de la moral de ningún venezolano, (sea de la corriente política que sea), como vía para mantenerse o alcanzar el poder.
Lo que ocurrió este año en Venezuela no tiene calificativo ni tampoco precedentes. El clamor de un pueblo que hizo arder las calles por largos cuatro meses se silenció de un plumazo con una Asamblea Nacional Constituyente que llegó para afianzar y empoderar aún más a los que llevan casi 20 años conduciendo a Venezuela por el camino del dolor y la amargura.
¿Qué más puede ocurrir en un país que se ha quedado huérfano de hijos, de valores, de todo lo que un día fue?
Nada puede calmar los golpes morales ni el dolor de haber visto caer a una juventud valiente por defender la paz y la libertad de toda una nación. Recordar a estos jóvenes, llorarlos, denunciar una y mil veces los hechos, no bastará para hacer justicia. Nadie los regresará a la vida, nada justificará tanto vacío, impotencia y dolor.
En el medio de dos corrientes navegan millones de venezolanos en Venezuela y expatriados que han sufrido como nadie tantas barbaridades: muerte, escasez, hambre, inflación, separación familiar e infinidad de problemas que sólo los comprende aquél que los sufre.
Y así van pasando las horas, los días, los años y Venezuela continúa muriendo lentamente ante los ojos del mundo, mientras la dictadura avanza y todo sigue peor que ayer.