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Adriana Cabrera

Volverse Nadie

Siguiendo los ritos, cultos, vicios o automatismos que los hombres adoptan en esta parte del mundo que se auto denomina “dominada”, “antigua colonia”, existe una tendencia que se generaliza en la juventud. La juventud de una única raíz, la de un único origen, la juventud desheredada, desprotegida desarrolla sin piedad la tendencia de crecer, hacer todo para ser autónoma y marcharse, irse de este lugar, de su lugar de raíz.

Esta parte del mundo lo ve como algo normal, así como adopta ese rol de “ex – colonizado”, se trata de un movimiento normal del progreso que le impone la cultura dominante. La misma que instiga a nominarlo todo, y así justifica su rol de dominador, nombrando desde las cosas más pequeñas hasta las más grandes, sin que la especie humana, ya tan vieja de sus siglos se subleve o se extrañe de aceptar por simple facilidad.

La tendencia de quererse ir, de dejar sus raíces, de irse y dejar de ser de donde se ha sido, podría ser vista como un “explorar” en busca de “ir al encuentro de uno mismo”, pero para tener esa ambición altruista se necesita haber sobrepasado y comprendido las necesidades básicas del hambre, del sobrevivir a la violencia, del sobrevivir a la imposición patriarcal, a las imposiciones societales o simplemente haber sobrepasado el umbral de la sobrevivencia humana y estar disponible intelectualmente para encontrar algo más de sí mismo y conocer al otro.

Esa tendencia de marcharse, de irse, no lleva tan alta ambición intelectual, sobre todo no entre tanta masa de jóvenes sin un futuro asegurado en su propia seguridad personal. Irse que es más que “morir un poco”, se ha convertido en un mismo acto bajo varios nombres. Crecer, buscar nuevos rumbos, buscar una educación de calidad, aprender otras lenguas y culturas, buscar un trabajo digno, pero, sobre todo, buscar a una vida donde se viva en seguridad, donde el trabajo, igual en todas partes del planeta, permita sobrevivir con dignidad. En pocas palabras salvarse.

Ansiar e imaginar otros modos de vida es ya partir un poco, hacer suya esa vieja y extranjera codicia, esa antigua ambición, esa eterna pretensión, pero no bajo la misma codicia, aunque eso se aprende, la de enriquecerse, sino desde la ignorancia inocente de que se podrá ser tratado y medido bajo los mismos patrones que los de allá.

Nunca se imaginan que se irán a vivir una vida de subhumano y que lo soportarán todo por querer alcanzar esa vida del otro, del que se cree mejor que todos por estar allá.

Irse a un lugar donde no se acepte la validación de los estudios hechos, donde no valga la profesión ejercida, donde no sean válidas las etapas avanzadas es consentir ante eso y aceptar ser usado como mano de obra barata, insignificante, anodina en pos de construir una sociedad que no es la suya.

El automatismo de venerar y reverenciar al extranjero de países donde la moneda domina al mundo económico, es el reflejo histórico de los señoríos cortejados por saltimbanquis que solo esperaban una moneda en una vida medieval.

Querer someterse de nuevo al forastero concupiscente, preponderante e impertinente, es admitir que la fuerza, el terror que utilizó para dominar esa tierra de sus orígenes durante sus campañas conquistadoras fueron válidos, como lo son ahora la extrema violencia y la codicia que borra la dignidad del que quiere después jugar el mismo rol. Aunque su propio país de origen siga siendo saqueado de sus recursos y de sus materias primas.

Dentro de los ritos, cultos, vicios o automatismos que los hombres tienen de ese lado del mundo, en el hemisferio norte, es frecuente el chauvinismo, la actitud que adoptan aquellos que piensan que su propia civilización según la “historia oficial” construyó el mundo que existe hoy y que es a partir de su cultura predominante que existe un “progreso”. Es frecuente de otros lados, que las otras culturas y civilizaciones, aunque sean milenarias, aprueban y aceptan ese rol opuesto.

El más fuerte se impone y los otros, la multitud, asiente. Esa aquiescencia anula el saber ancestral y no permite a los dominados creer, concebir que su propia cultura es única, que ella hace parte y es la base y el fundamento de lo que ese otro es, que la diferencia es la riqueza, que la principal riqueza que él posee es esa y que eso debería bastarle para no pretender ser otra cosa de lo que es. Podrá ser capacitado y diplomado, pero también llevar su propia riqueza, su origen.

La dominación le hace ignorar la diferencia que le debería dar la seguridad suficiente para vivir en la misma confianza en la que vive el dominador, el “extranjero”. Todo es cuestión de confianza y esos ritos se expanden a través del tiempo, de la geografía, y nos moldean, nos condicionan y nos forman como sociedad alrededor de una falsa idea. De una historia que el dominador impone como “historia oficial”.

Para lograr deshacerse de esos ritos hay que poner en duda las bases de lo que forma nuestra visión del mundo, nuestra utilidad y nuestra identidad en sociedades demográficamente inmensas.

Ir a ese extranjero, a ese lugar ajeno a las raíces propias, es perderse en esas otras, en esas deudas eternas. Es disolverse, literal y físicamente en una masa de trabajo que beneficia a un 1% que domina con la aceptación de un 99% consumidor restante.

Es un juego de palabras en el que falta la dignidad del ser humano como ingrediente principal, en el que falta la confianza como una actitud de poder, en el que falta el factor humano como punto principal para imponerse como cultural relegada.

Estamos en el punto en que consumir eso que “aparentemente” nos conviene, es en realidad devorar los recursos que ya no existen. No para tantos, y por lo tanto corremos ciegos hacia ese vacío, como la rueda de la ratonera a la que entramos, creyendo que corriendo más rápido llegaremos primero, sin ver que esa rueda gira por nuestra voluntad y que solo nosotros poseemos el control de pararla.

Irse es descubrir que los seres humanos viven allá también organizados por estratos, por orígenes, por profesión, por educación, por creencias sociales, por religión, por guetos, organizados alrededor de las conveniencias de una sociedad dominante.

Irse es ignorar que esa sociedad posee la comodidad que le da la expoliación que continua en su mundo de origen.

Es vivir ilusionados con la idea de alcanzar un “éxito” social que pasa por encima de otros. Esos otros que nunca llegan y que se hunden en medio del mar, o de la selva, o de la frontera galvanizada y que perecen en un desprecio mutuo, ante ese mismo capitalismo liberal deshumanizado.

Ir a ese extranjero, es llegar a un lugar a donde no se es mas quien se fue, donde se es un nadie, donde solo se es por ser un peón en una masa de peones. Mano de obra usada de todas las maneras existentes, que se mantiene bajo la idea de ser un ciudadano, pero no por ser de ese lugar al que no se pertenece, sino por el hecho de estar en una ciudad. Un ciudadano anónimo.

Ir a ese extranjero es llegar a una cultura que tiene “sus” propias tradiciones que no serán más las nuestras y que además tendrá sus propias ideas de lo que son las nuestras. Ideas que habrá que aceptar y tolerar, aunque sean clichés prefabricados. Ideas que serán difíciles de modificar aun con la convivencia, aun con el tiempo, aun con la coexistencia, aun con las pruebas mutuas compartidas, aun con el sacrificio de una vida entera lejos de su tierra y de sus raíces.

A pesar de todo ello no será ese nuestro lugar, y por ende será el lugar de donde no se es y adonde el rito del extranjero será el punto de partida de una elite, que desprecia y que usa sin prejuicio y sin sentirse concernida por la identidad de ese otro que le enriquece.

Ir a ese extranjero es convertirse en un nadie explotado para continuar siendo ese 99% que busca con ansiedad, persigue y cree convertirse en ellos, por estar en ese lugar, por poseer un auto, una marca, una casa-cárcel, decorada de deudas, desprovista de identidad en un mundo indiferente.

Irse es quitarle a nuestro lugar de origen la oportunidad de nuestra evolución, es poner en la palma de la mano de aquellos que no sembraron nada, nuestra mejor cosecha, nuestro vigor, nuestras ganas de salir delante, nuestros mejores años de vida.

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