“Un viento de cambio está soplando a través de este continente”, dijo el Primer Ministro británico Harold Macmillan, el 3 de febrero de 1960, en su discurso ante el Parlamento de África del Sur en Ciudad del Cabo. Macmillan se refería a la creciente fuerza del nacionalismo africano que estaba cambiando la geopolítica del continente, a través del proceso de descolonización.
“Un viento de cambio” también sopló en América Latina, a finales de los años ’90 e inicios del siglo, a partir de la elección de Hugo Chávez en Venezuela, seguida por la llegada al poder de los gobiernos de Lula, los Kirchner, Correa, Ortega y Morales, entre otros. Con sus diferencias, la izquierda populista, más o menos radical, surgió como una ola en la región. El alto precio sostenido del petróleo en particular y de las materias primas en general permitió unas políticas distributivas, sostenibles y no, que mantuvieron la popularidad de estos gobiernos por más de una década. En el 2015, un nuevo “viento de cambio” está soplando en el continente. La seria crisis político-económica y moral en Brasil ha debilitado fuertemente el gobierno de Dilma Roussef y su partido el PT. La oposición de centro-derecha se ha fortalecido tanto en el Congreso, como en la sociedad en general. En Argentina, el terremoto político de la primera vuelta electoral anuncia, cualquiera sea el resultado de la segunda vuelta, el fin del ciclo kirchnerista. El peronismo perdió, por primera vez, en décadas, la Provincia de Buenos Aires, la principal región electoral del país (38% del patrón electoral). Tanto Scioli como Macri anticipan una reorientación de la política argentina hacia el centro y un alejamiento de la alianza con el “chavismo” continental. El mismo” viento” está soplando en Colombia con la pérdida de la alcaldía de Bogotá, después de 12 años, por parte de la izquierda y el fortalecimiento en general de los partidos que apoyan a Santos y su probable “delfín” el vicepresidente Vargas Lleras. También en Guatemala el independiente de centro-derecha, Jimmy Morales, derrotó abrumadoramente la opción de izquierda de Sandra Morales.
En Venezuela, por primera vez en 16 años, todas las encuestas serias coinciden en darle una ventaja de más de 20 puntos a la oposición, en vista de las decisivas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. El rechazo al gobierno de Nicolás Maduro es impresionante y creciente, provocado por el absoluto fracaso de un modelo socio-económico, basado en ideas muertas y que no sólo no crea riqueza sino ni siquiera distribuye con justicia la pobreza. La inseguridad, la incompetencia de la administración, la corrupción y la escasez de productos básicos terminan de diseñar un escenario desastroso. El gobierno tiene como objetivos fundamentales fomentar la división y aumentar al máximo la abstención de la oposición. Por eso, hay una campaña para promover la idea de que con un Consejo Nacional Electoral (CNE) desequilibrado a favor del gobierno es inútil votar. Oiremos cada vez más en las redes sociales frases como “dictadura no se vence con votos” o “los comunistas no entregan el poder con elecciones”. Sin embargo, los CNE que reconocieron las derrotas de Pinochet en Chile y de los sandinistas en Nicaragua 1990, eran controlados totalmente por los gobiernos, que además habían llegado al poder con las armas y controlaban totalmente las Fuerzas Armadas. Fujimori, en cambio, hizo fraude, pero fue tan evidente que no aguantó la presión nacional e internacional y renunció al poco tiempo. Algo parecido sucedió con el dictador Marcos en Filipinas. Al perder las elecciones de una manera evidente se pierde la legitimidad, nacional e internacionalmente. Frente a un fraude evidente, militares, jueces, fiscales, policías etc., pensando en su futuro, buscan caminos para abandonar la “nave” antes del “naufragio”. El voto masivo por la Unidad democrática es indispensable. El viento de cambio sopla más fuerte en Venezuela.