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Azucena Mecalco
Azucena Mecalco - ViceVersa Magazine

Víctimas y victimarios

En días recientes un amigo sufrió de un asalto a una cuadra de su propia casa. Disfrutaba de un momento de distención con una chica dentro del auto de ésta cuando unos tipos los amenazaron con una pistola, golpearon a mi amigo los hicieron manejar y, después de alardear que había otro carro que los apoyaba y si trataban de seguirlos o denunciarlos les dispararían, los abandonaron en otra zona de la ciudad.

Las respuestas de quienes se enteraron de lo sucedido fueron bastante extrañas para mi gusto. Hubo comentarios desde: «¿pero que hacían ahí?» hasta «eso les pasa por estarse besuqueando en una calle oscura». ¿Qué significan estas posturas?, ¿acaso la delincuencia se justifica si salimos de noche, buscamos un rincón oscuro para besar a alguien o usamos un modelo especifico de celular, reloj, cartera o automóvil?

Sin embargo, las peores declaraciones fueron las de la chica víctima del ilícito: «al menos se portaron buena onda y me dieron la tarjeta de circulación del carro». ¿Portarse buena onda es instigar, secuestrar y robar pero regresar la tarjeta de circulación? Peor aún fue cuando dijo «pudo ser peor». 

Desgraciadamente tiene razón en ese último punto, «pudo ser peor». Tan sólo el dos de mayo de presente año, La Jornada,  diario de circulación nacional en México, informó que «el robo de vehículos en la Ciudad de México alcanzó la cifra histórica de 27 mil 220 en el lapso de diciembre de 2016 a enero de 2018 ante el incremento de la delincuencia, que los utiliza para cometer ilícitos. Gustavo A. Madero, Iztapalapa, Benito Juárez y Coyoacán son las delegaciones donde se concentra este ilícito, informó Recaredo Arias, director de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS)».

Sin embargo, ¿ello justifica la agresión?, ¿debemos sentirnos agradecidos por no ser asesinados cuando alguien nos despoja de una pertenencia?, ¿vivir se ha convertido en un lujo al que no tenemos derecho y las posesiones materiales son un aliciente para incitar a los delincuentes a atacarnos?

La respuesta simple a todas esas interrogantes debe ser tajante: NO.

Ninguna circunstancia nos hace merecedores a convertirnos en víctimas de un delito. Justificar el robo o la violencia por el hecho de no ser precavidos, de transitar en una calle a oscuras o simplemente por usar un teléfono celular, portar un reloj, aparato electrónico o tomar una ruta de transporte sería tan absurdo como culpar a la  una víctima de violación por vestirse o actuar de tal o cual manera, o a un enfermo por deber usar medicamento. Sólo faltaría decir que los delitos son «voluntad de Dios» y como tal hay que acatarlos. 

La solución real no es reconfigurar nuestros hábitos cotidianos para volvernos más paranoicos, proteger mejor nuestras pertenencias, no portar cosas de valor, o no detenernos en una calle oscura a disfrutar de los besos de la pareja en turno. La solución real es  reconfigurar nuestras formas de pensamiento, dejar de culpar a la víctima por haber sufrido un ilícito, y parar de pensar que siempre existen peores escenarios y comenzar a buscar las posibilidades reales.

Como ciudadanos tenemos derecho a portar cualquier teléfono, aparato electrónico, bolso de diseñador, o BMW si eso queremos y sentirnos seguros de pasear en cualquier sitio a cualquier hora, libres de besuquearnos en un callejón oscuro o de hacer una caminata nocturna sin temor a que alguien más se sienta con derecho a agredirnos, y que los demás lo justifiquen porque «¿qué hacíamos en tal o cual lugar, hora, momento y usando esto o aquello?».

Es cierto que una ciudad totalmente segura es una utopía, pero no debemos dejar de perseguir ese ideal. Los actos violentos no son justificables bajo ninguna circunstancia. 

Es imperioso transformar esa manera de pensar que nos hace creer que las víctimas lo son por voluntad propia, y aunque en cuanto a los asaltos y actos de terceros no queda más que denunciar y esperar, podemos exigir a las autoridades y apoyar a quien sufre de una situación como esta en lugar de juzgarlo.

Asimismo podemos también variar hábitos corrosivos,  que pueden parecer simples pero forman parte de esa misma cultura de la violencia, ¿cuántos no conocemos a una persona que encontró un celular y en lugar de regresarlo le cambió el chip y comenzó a usarlo o incluso decidió venderlo?, ¿cuántos no han comprado un aparato o refacción robados porque son más baratos? Es un círculo, «ley de la oferta y la demanda», mientras exista un consumidor seguirá existiendo un mercado que oferte el producto. Y mientras no decidamos exigir que se persigan los actos de violencia o incursionemos en hábitos ilegales seguiremos fomentando la cultura de la corrupción, violencia y degeneración social que nos oprime.

Es momento de entender que las víctimas no lo son por gusto, que no existen los delincuentes «buena onda», y que el peor escenario no es el punto de comparación con el que debemos medir nuestro contexto o situación, que es posible exigir un mejor lugar para vivir pero también es necesario responsabilizarnos de aquello que podemos cambiar de manera inmediata en aras de progresar.

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