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Viaje en el bosque oscuro

Cuando advertimos que estamos cansados de tanto trabajo, es usual que coincida con sentirnos hartos y enfermos de tanta ciudad, y es fácil concluir que lo que necesitamos es una escapada, contacto con el bosque o el mar, apostamos a que ese contacto nos curará el agobio y acudimos al llamado de la naturaleza. Una fórmula simple y mil veces repetida, aun más simple ahora, en la era de airb&b, cuando no es difícil encontrar algún getaway ajustado a cualquier presupuesto. Lo que queda es empacar…

Lo que no nos atrevemos a imaginar es que lo que necesitamos es mucho más drástico que la estadía en un lugar con todas las comodidades, agua caliente, toallas y sábanas limpias, desayuno incluido, aire acondicionado y buena vista o acceso a la playa… Pero ¿cómo saberlo si lo que es costumbre lo asumimos como garantía y en la vida de confort nada nos invita a tomar riesgos?

Con equipaje para pocos días, iniciamos camino con el comienzo del eclipse, bajo una luz extraña que parecía detenerlo todo, salvo los pocos carros que transitaban por la autopista, indolentes del evento astrológico; de modo que en poco más de una hora, estábamos en Connecticut en el lugar indicado. Apenas llegamos, supe que se trataba de una cabaña en medio del bosque, literalmente, sin bemoles. Sin baño ni agua corriente, una choza de madera, al borde del río, rodeada de ventanas, ventanas incluso en el techo. Acogedora y confortable, de mecedoras con cojines y cortinitas, de buen gusto hippie y almohadas y edredón de plumas. Aún era de día, de manera que pude constatar de buenas a primeras y para mi tranquilidad, que todos los orificios estaban sellados con malla anti mosquitos. Es normal, si siempre que sales de la ciudad, la conversación pasa por las garrapatas y el lime disease de manera obligada, que uno esté pendiente. Todo el mundo tiene una amiga o conocido que terminó en el hospital con el corazón dislocado o abierto por una mordida. Por decir que en general, si de algo nos cuidamos en estas excursiones al mundo natural, es de los insectos, que cada día se nos vuelven más amenazantes y extraños en la vida antiséptica que llevamos. Incluso en el norte, donde son muchos menos en cantidad y tamaño, que los estrambóticos bichos que nos acompañan en el trópico.

Cayó la noche con dulzura y a las 9:30 ya no había otra cosa que hacer que irse a dormir. Y fue allí que empezó mi viaje. De pronto escuché un primer sonido, luego otro, ¿serán sapos? ¿Y este otro… un grillo, tal vez? Suenan cerca… Aunque aquel suena más lejos… ¿y eso? A lo mejor es un búho… cada sonido dibujaba una línea que se entretejía con el otro, según fueran continuos y espasmódicos, de ritmo regular o aleatorio, altos o graves, la trama se iba complicando, cantos y chillidos, gritos y suspiros, expresión de unos seres de la noche, que se sumaban en un concierto de insospechada armonía. No son exageraciones de amante de la naturaleza. Soy de las que salía a acampar con una lata de Baygón en el morral, para fumigar mi carpa apenas pudiera, a escondidas de los amigos naturalistas.

Digamos que la malla anti mosquitos hizo lo suyo y me dejé llevar… En cualquier caso, era un espectáculo del que era muy difícil escapar. El aire todo estaba inundado por esa creciente cantidad de voces que ondulaban en el tiempo y el espacio… a ritmos caprichosos, sucedían arabescos armónicos insondables… me fui con ellos a un sitio que no conocía. Y en el camino, me fue necesario y natural, deshacerme del equipaje inútil en el viaje, deslastrarme del peso por capas, capas y capas de envoltorio, suerte de suaves costras que pretendidamente te protegen del entorno, se despegaron, se perdieron en la oscuridad del bosque, permitiendo que mi alma respirara a través de mi piel despierta, según me adentraba en las capas y capas también, del sonido de la floresta nocturna, que me condujo a una paz y liviandad inolvidables. Juro que no había consumido más que una copa de vino.

Amanecí aliviada y contenta, lúcida y dispuesta, como si me hubiere asido de una certeza ignorada, difícil de verbalizar, pero tan cierta como los árboles que silbaban con la brisa de la mañana al sol vibrando en su enramada. Estaba de regreso y con ganas de entender, dónde fue que equivocamos el camino que nos ha hecho vivir tan apartados de la naturaleza, incluso cuando planeamos las vacaciones en la naturaleza.

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