Este mundo no es más que una jungla, un vasto ecosistema del cual todos somos una ínfima parte, actuando de manera individual, pero siempre parte del mismo colectivo. Partiendo de los preceptos de algunos antropólogos y biólogos, el ser humano, por más evolucionado y refinado que esté, es un animal, un animal bio-psico-social, cuyo espíritu y cultura lo separan del resto de las especies.
Como en todo ecosistema, el reino animal-humano tiene sus subespecies, están los depredadores, que se alimentan de otros para ganar provecho; empresarios, embaucadores, jeques multimillonarios, etc. Están también los herbívoros, personas más apacibles, sedentarias, felices de vivir en manadas o familias numerosas, hay carroñeros oportunistas, parásitos, sobrevivientes, camaleones, reptiles de sangre fría, caninos fieles y felinos solitarios. Cada persona guarda elementos bastante animalistas según su personalidad, así como humanizamos a los animales, animalizamos a las personas. Y así como somos animales en nuestras conductas y personalidades, hay personas que cuidan de los animales, los veterinarios emocionales.
Querido lector, ¿alguna vez te has sentido alicaído? ¿Cómo un perezoso sin ánimos de levantarse del sofá? ¿Cómo un ave enjaulada anhelando la libertad? De seguro que si, pues hay altibajos a lo largo de nuestras vidas, y en momentos así, es posible encontrarse con alguien especial, puede ser un familiar, un amigo, incluso a veces un extraño, la persona que menos esperábamos, que nos acoge bajo sus alas, y con cosas tan simples como escucharnos y darnos unas cuantas palabras de aliento, nos brinda nuevos ánimos para seguir adelante; si alguna vez te has encontrado con alguna de esas personas, has sido cuidado por un veterinario emocional.
También ocurre al revés, vamos por la vida y de repente nos encontramos con alguien, quizás ni siquiera lo conozcamos bien, pero podemos percibir, casi oler su miseria, nos damos cuenta de que está lastimado y hay un instinto que se activa, ya sea por identificarnos con su problemática o por simple compasión con aquel animal herido. Empiezan las conversaciones, nos sentamos a escuchar, brindamos un hombro para que lloren, secamos sus lágrimas con nuestras manos, les mostramos otro panorama y buscamos momentos para distraer a esa criatura de su mal rato. Se crea así una conexión terapéutica y nos sentimos bien por hacer sentir bien al otro.
Como todas las relaciones humanas, cosas orgánicas con vida propia, esta conexión animal/veterinario nace, crece, se desarrolla y eventualmente muere. Todo es cuestión de tiempo, ya sea un duelo por algo perdido o un conflicto emocional, el problema se va desvaneciendo, aquella persona herida que encontramos en el camino y que tantas alegrías nos dio con su compañía ya no es la misma, se fortalece, crece y aprende de lo que vivió. Es supervivencia del más apto, y eventualmente, al no necesitar de las muletas que le proporciona el veterinario emocional, sigue su camino, continúa con su ciclo de vida, dejando atrás esa parte de si mismo.
Ocurre lo mismo con el niño que tiene la rodilla raspada y deja a su madre apenas se siente fuerte para correr de nuevo, con la chica con el corazón roto quien deja de lado al hombre que la acompañó en su soledad, en cuanto empieza a quererse a si misma de nuevo, con el adolescente que vive su rebeldía con algunas amistades, y luego busca otra manada cuando descubre qué es lo que realmente quiere con su vida. Querido lector, ten empatía y trata bien a aquellos que están indefensos, ya que a veces somos el predador y a veces la presa, en algún momento somos aves con alas rotas y en otros somos las manos que vendan esas alas para que otro pueda seguir volando.