Durante 4 años, he buscado que a mi primer libro de cuentos infantiles, Martín y la parranda de los animales, se le abran las puertas editoriales en Colombia, Argentina, México, Perú y Ecuador; no por un afán de darme a conocer como escritor, sino porque el escenario en que suceden las acciones en este compendio de relatos —que también pueden leerse como capítulos de una novela— es precisamente en estos países. El plan: que la mitad de los fondos adquiridos en la venta de este libro sean destinados a varias fundaciones, cuyo campo de acción en la sociedad es precisamente el que se trata en el libro y, para alcanzar un volumen de venta provechoso, debía ser asequible el precio, tratándose, además, de un incipiente escritor como lo es este servidor.
Las entidades escogidas fueron precisamente dos en Ecuador y una en Colombia. Con esto no quiero decir que las editoriales, por dicha razón, estén obligadas a publicar el libro, ¡ni más faltaba!; por ahí no va la cuestión. El tema es más por otro lado… ya les contaré más adelante, si todavía no se han aburrido de leerme, como las editoriales que me rechazaron.
Fue Infolectura, una casa editorial del norte peruano la que, finalmente, encontró en estos relatos una forma de apostarle a algo que consideró aportante; por ende, el fin principal ha sido publicarlo en la tierra de César Vallejo y, para esto, se abrió un espacio en la Feria del Libro de Bernal y en la Feria Internacional del Libro de Trujillo; por consiguiente, la idea es presentar el libro allí y luego continuar un periplo por varios países con mis 500 libros a cuestas, viajando por vía terrestre.
Venía yo, con una ilusión tan núbil que parecía esperando a Godot, cuando en la entrada a Ecuador me dijeron que debía tener unos documentos que confirmen por qué publiqué el libro en Perú y no en la tierra de Pablo Palacio; o, de lo contrario, debería pagar una multa… en resumidas cuentas, mis pobres libritos estaban siendo contrabandeados por el autor mismo. Según entendí, solicitaban una factura o nota firmada por no sé quién y que diga «El presente libro se publicó por la editorial tal, de Perú, y no en Ecuador, porque en este las editoriales lo rechazaron y en nuestro país sí creímos en el libro, y resultó más conveniente para el autor y la editorial que fuera publicado por nuestro sello; pues el fin de este libro no es lucrativo, sino humanitario… por favor, déjenle entrar los libros a este pobre muchachito».
Quiero que algún especialista en leyes migratorias me explique este fenómeno, pues entiendo que los libros, en este sentido que entendí en Migración, son un tipo de mercancía que puede contrabandearse. Quiero que me explique si el mismo autor puede ser sancionado por entrar ilegalmente sus propias pertenencias —o mejor, las del mundo entero (entiéndase estas como propiedad intelectual)— a otro país. Que me saque de la duda de, si yo vivo en la República de los Mamoncillos, no puedo publicar libros en la República de los Cocos y llevarlos a los mamoncillenses, para que los lean. Quiero que me explique, para tal caso, qué función cumplen el régimen de «Depósito legal» y el del ISBN.
Lo que más me duele es que Ecuador, el país al que más he aplaudido en mis artículos por ser, entre otras cosas maravillosas, la patria en la que renací, tenga los índices más bajos en lectura, según las estadísticas más consultadas. Sí, este país en el que, desde la primera semana en que lo pisé, me di a la tarea de promover la lectura. Esta patria que me ha dado tanto. Pueden decirme —y avalo el argumento— que lo sucedido no influye en los índices de lectura, y les doy la razón en que los criterios para ponderar los índices no siempre se basan en medidas completas y reales; pero, de alguna manera, lo sucedido es una arenita para el costal. Aunque es considerable, también, que la excepcionalidad no debe leerse como una regla, pues no conozco a quienes les haya pasado algo igual o, siquiera, parecido.
Finalmente, aguzando a la buena voluntad y a toda esta carreta que les eché a los de Migración, pude entrar los libros al país de Gallegos Lara, pero con una desazón tan insondable que me muestra a que, por lo pronto, tendré que seguir tocando las puertas de muchas editoriales que parecen hechas con maderas de guayacán, a la espera de que alguien le apueste a las barrabasadas que escribo… y no me cansaré hasta que mis nudillos y falanges queden tan hinchadas como los del paciente de «Las manos que crecen», de Cortázar.
Sigo indagando si lo que hice fue ilegal, pero acuso a lo que leí de José Ingenieros, cuando menciona que la justicia y la ética son lo que, primero, debe buscar el ciudadano, incluso por encima de la ley; pues las leyes no siempre son éticas o justas.
Qué lindo sería que se me cumpla el sueño —que estoy seguro que es el de muchos noveles— de publicar en muchos países; por mi parte, yo tengo una espinita, no sé por qué, de publicar en Colombia y en Ecuador; sin embargo, tengo que esperar a que las autoridades promuevan ciertas políticas de restricción impositiva a las editoriales nuevas e independientes —o sea, a las que se motivarían a publicar a parroquianos comunes y silvestres como yo—, en un marco de planes de lectura municipales, cantonales, regionales e internacionales, por medio de acuerdos definitorios de libres edición y promoción… Es más, qué lindo que los gobiernos hagan caso al fin principal de los libros, romper fronteras.