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Roberto Ponce Cordero
Roberto Ponce Cordero - ViceVersa Magazine

Verdad extática, ambición irracional

Estrenado en 1997, el documental Little Dieter Needs To Fly constituye una vuelta de tuerca más en esa larga exploración fílmica de sujetos visionarios y dementes que es la obra del director alemán Werner Herzog. Obsesionado por el extrañamente feliz recuerdo de la destrucción de su pueblo de la Selva Negra por parte de los bombarderos de la US Air Force durante la Segunda Guerra Mundial, Dieter Dengler “sabe”, desde la más temprana edad (desde que era “little”, pues), que “necesita” volar, cosa que consigue emigrando a Estados Unidos en su juventud y alistándose, después de unos años de trabajar indistintamente en varios oficios para sobrevivir, en la marina de dicho país. Como si de Ícaro se tratase, sin embargo, pronto Dieter ve cómo su sueño se convierte en pesadilla cuando, ya en su primera misión bélica en la guerra de Vietnam, tiene un accidente y es capturado por el Viet Cong. Después de meses de cautiverio y de semanas del terrible via crucis que es su escape por la selva, Dieter es rescatado dramáticamente y en último minuto, cuando ya literalmente no da más de sí, y no sólo vive para contarlo sino que además lo hace de manera no menos obsesiva que aquella con la que persiguió su sueño de volar y aquella con la que hizo todo lo posible, e incluso lo aparentemente imposible, por sobrevivir a la adversidad.

En efecto, la verborrea de Dieter, que llena los 75 minutos de la película de una manera insólita en el contexto de los filmes de Herzog, usualmente parcos en diálogo, no es sólo la de un sujeto que está orgulloso de lo vivido y que no deja de jactarse de ello (muy a pesar de que, al mismo tiempo, asegura no considerarse a sí mismo un héroe porque los héroes están todos muertos y él, Dieter, parece ser todo menos mortal en el recuento de sus penurias), sino también la de alguien tan excesivo en su capacidad retórica y narrativa como en su búsqueda de la felicidad por medio de la aviación y en su deseo de sobrevivir ante la adversidad. Pese a haber sido filmada con recursos relativamente escasos, entonces, y pese a carecer de las cualidades visuales de otras películas de Herzog que presentaban a personajes enloquecidos en mundos hostiles e inconquistables, como por ejemplo Aguirre y, por supuesto, Fitzcarraldo, Little Dieter Needs To Fly se acerca a la verdad extática –arguably, el tema de toda la obra herzogiana– más por medio de lo exagerado de la historia narrada y de lo exagerado de la forma de narrarla que por medio de la contemplación de la exuberancia natural o de la otredad radical de ciertas poblaciones humanas.

No obstante, estos últimos aspectos mencionados están presentes en el documental, si bien es cierto que de manera menos prominente que en filmes anteriores de Herzog. Las imágenes de archivo en las que se muestra todo el horror de los bombardeos de napalm pero desde una perspectiva tan distanciada que dichos bombardeos adquieren un carácter sublime son, sin duda, el mejor ejemplo de momentos puramente sensoriales en los que la enormidad de lo representado se desliga de toda narrativa y ocupa un lugar propio e imborrable en la memoria del espectador. Similar a la legendaria secuencia del bombardeo de napalm “in the morning” de Apocalypse Now (1979), para la que Francis Ford Coppola famosamente eligió tomas aéreas y, muy significativamente, música de Richard Wagner, e incluso también similar a la sección en la que Forrest Gump salva a su amigo Bubba de un bombardeo parecido en Forrest Gump (1994), estas imágenes se diferencian, en el contexto de la película de Herzog, sobre todo en el hecho de que están desligadas de la narrativa, como ya se dijo, y no parecen querer significar nada más allá de su misma condición de imágenes excesivas y arrebatadoras. En Apocalypse Now y Forrest Gump, las explosiones cumplen claramente una función y forman parte de una crítica evidente al proyecto intervencionista norteamericano en Vietnam. En el caso de Little Dieter Needs To Fly, la intención autorial no está tan clara y la respuesta del espectador, por lo tanto, está menos estandarizada: por un lado, por supuesto, sabemos que lo que estamos viendo es un verdadero crimen contra la humanidad y contra la naturaleza; por otro lado, y un poco como el mismo Dieter durante el bombardeo de su pueblo de infancia, no podemos dejar de estar fascinados ante este espectáculo incomprensible y sublime, ante esta orgía de destrucción tan exagerada que no podemos quitar los ojos de ella.

 

 

En cuanto a la otredad radical de ciertas poblaciones humanas como es representada en la obra de Herzog, en este documental los habitantes de Indochina reemplazan a los indios de otras películas como sujetos inescrutables que se guían por una razón propia y completamente ajena a la comprensión occidental. Cuando el anillo de matrimonio de Dieter es robado por guerrilleros de Laos, por ejemplo, los curtidos soldados del Viet Cong le cortan el dedo al ladrón y re-establecen las relaciones de propiedad adecuadas en un comportamiento que parece desproporcionado y quizás hasta contraproducente. Pero más que en las historias de guerra narradas por Dieter, es en la reconstrucción de los hechos llevada a cabo en la Tailandia de los años noventa que la otredad se hace más visible y que, de hecho, casi es recalcada por Herzog. En efecto, en todas estas secuencias el director usa a extras nativos como objetos de utilería, y no parece estar interesado en lo más mínimo en lo que puedan estar pensando sobre la filmación, sobre la historia reciente de la región, sobre su papel en ella, etc. En Aguirre, der Zorn Gottes (1972) y en Fitzcarraldo (1982) los indígenas americanos eran impenetrables pero se adivinaba una cierta profundidad en ellos, profundidad que Herzog, de alguna manera, parecía querer intuir y representar dentro de lo irrepresentable que era. En Little Dieter Needs To Fly, los nativos asiáticos son completamente vacíos y sus rasgos fenotípicos meros significantes de violencia, pobreza, barbarie y otredad.

Es, por supuesto, difícil de creer que Herzog no haya estado consciente de estos aspectos altamente problemáticos de su película. La historia misma de Dieter Dengler era, de entrada, ambivalente en el mejor de los casos, o francamente reprochable desde el punto de vista ético: ¿un sobreviviente de un bombardeo que se convierte en piloto de bombarderos pero no va a la guerra contra quienes destruyeron su pueblo (en lo que al menos constituiría un acto de comprensible, aunque injustificable, venganza) sino que, más bien, se enlista en sus fuerzas armadas? ¿Un hombre que se niega a condenar la guerra de Vietnam (haciendo de ese modo imposible su liberación negociada y pacífica) y equipara esta actitud a la de su propio abuelo, quien había sido el único ciudadano de su pueblo que no había votado por los nazis en 1933? ¿Un sobreviviente de guerra que parece gozar de la recreación de su propio martirio, así como uno cuyo pensamiento es tan positivo, o tan inexistente, que ríe y bromea ya en las conferencias de prensa de 1966 cuando le preguntan sobre la tortura y sobre sus compañeros de cautiverio muertos? ¿Un ciudadano que se enorgullece (¡en 1997!) de ser el único, aparte de J. Edgar Hoover (un villano, según el contexto histórico contemporáneo), en haber ganado un determinado premio por su valor y por sus servicios a la patria?

Pero es que, por un lado, Herzog ama la provocación y sin duda considera que el escandalizar tanto a los socialdemócratas y demás izquierdistas europeos como a los liberales de Estados Unidos es un precio digno de ser pagado a cambio de poder contar esta historia tan bigger tan life. Por otro lado, y quizás más esencialmente, Little Dieter Needs To Fly no es, realmente, una película sobre Vietnam, ni sobre una pequeña avería en un proyecto imperialista que se convertiría, como tal, en una avería mucho más generalizada y total, sino más simplemente, y también más complejamente, un pequeño retrato de locura humana y del descenso al infierno al que dicha locura puede llevar, matizado, esta vez (y a diferencia de en otros filmes del director), por una especie de final feliz aunque desmesurado en un cementerio de aviones en el que Dieter parece, finalmente, haber alcanzado la realización de sus sueños. Al fin y al cabo, la película está contada como una jornada heroica en la que Dieter (“The Man”, según el título de la primera sección del documental) tiene un objetivo visionario y aparentemente utópico (“The Dream”, según el título de la segunda parte) pero es acaso demasiado impulsivo en la consecución de éste y, por lo tanto, es castigado con la mayor adversidad posible (“Punishment”, la tercera sección), adversidad que, sin embargo, logrará superar en su escape inverosímil y acompañado por la muerte para, en definitiva, convertirse en el norteamericano ideal, en una especie de self-made man que se atrevió, efectivamente, a volar (“Redemption”, la cuarta parte). Héroe atípico entonces, Dieter, del mismo modo que Aguirre y que Cobra Verde, aunque menos aterrador que éstos; que Fitzcarraldo, aunque menos irracional; y que Stroszek, aunque menos marginal (por citar algunos de los más conocidos personajes de la filmografía de Herzog), pero héroe al fin, con todo lo problemático… muy al estilo herzogiano.

¿Será que Herzog, como agente provocador en eterna búsqueda de la verdad extática y fascinado por la ambición irracional de “héroes” propensos al desequilibrio, es, de puro rebote, el cineasta que mejor describe el estupor de la era de ensueño, o más bien de cómico terror, que nos ha tocado vivir?

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