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De verdad ¿ellos creen que los demás somos tontos?

Pagamos la entrada, vemos la película y disfrutamos de la fantasía bien hecha. Pero no nos comemos el cuento. Y que lo diga Keyla Blank De Cnop, la jueza brasilera a la que le tocó lidiar con la denuncia de asalto que hicieran Ryan Lochte y los otros tres nadadores norteamericanos en las Olimpiadas de Río 2016.

Los “inocentes” nadadores dijeron que habían sido asaltados por un malandro tipo Alan García, Jimmy Smits, Javier Bardem o John Leguizamo…  no, Leguizamo, no quedó en el papel, era un hombre más alto, fuerte, barba espesa, peinado militar… peinado militar, sí puede ser, porque eso sí lo han comprendido bien los escritores de Hollywood: en el sur es muy difícil distinguir a los que se dedican al orden de los que se dedican al desorden, por decir lo menos, militares y malhechores se parecen.

La jueza pensó que esa descripción se parecía mucho a los malandros suramericanos que imaginan los guionistas norteamericanos cuando escriben sus películas, pero que no tenía nada que ver con el biotipo del malandro nuestro… y empezó a sospechar.

También llamó su atención que según los agredidos, los asaltantes sólo les quitaron los dólares y les dejaron los teléfonos, relojes, zapatos de goma último modelo, las franelas bling bling… se entiende que los nórdicos asaltados no alcancen imaginar que semejantes pequeñeces puedan ser de algún interés para los brasileros armados de pistolas. Definitivamente, no tienen ni puta idea ni les interesa imaginar cómo se bate el cobre por debajo de Texas.

La jueza pensó: “Unos nadadores estadounidenses lo menos que tienen es un iPhone de última generación. ¿Cómo es que el bandido se llevó apenas los dólares? Eso no es real…” -según entrevista concedida a BBC Mundo-.

Comparando la declaración de Lochte con la de los otros nadadores, descubrió que se contradecían en sus versiones, que si eran dos malandros, no, que si eran tres…  Claro, mientras más malandros, mejor parada quedaba su hombría y se engolosinaron con el cuento… Pero… si se acostaron en el piso, sobre el asfalto de la gasolinera, ¿cómo es que llegaron con sus pantalones blancos tan limpiecitos? La jueza sabe de lo que habla, seguramente es ella la que lava en su casa, porque aunque el tema doméstico como exclusivo de las mujeres suene antiguo, aunque la liberación femenina parezca un tema caduco, no hay que olvidar que eso sólo lo dicen los interesados en que las cosas no cambien para mantenernos pegadas al fregadero.

Y si a Lochte el bandido le puso el arma en la cabeza y sin embargo él fue el único que no se quiso echar en el piso, de nuevo, ese no era Lochte, ese era un desafío mas bien tipo Brad Pitt o John Travolta, mínimo. En Río las pistolas disparan balas de verdad, de esas que matan y se acaba la película de un sólo golpe y sin aviso. ¡Y a llorar pa’la funeraria! Así que si el malandro te dice que te tires al suelo, es al suelo, no es juego. Afortunadamente la sensatez de la jueza entrenada en la lidia de la violencia local, empezaba a ponerle orden al disparate de la versión del amedallado atleta, que o se estaba haciendo el turista inocente por inocente, lo que era muy sospechoso, o mostraba una descarada prepotencia imperialista, que daba rabia: “Esto no es posible, nadie se niega a cumplir una orden si lo apuntan con un arma en la cabeza”. Así de simple. Y lo cartesiano tropical, no se discute.

Lo que no imaginó Keyla la jueza, es que el asunto iba a adquirir las dimensiones olímpicas del escándalo. El caso cayó en sus manos por puro azar, ella estaba de guardia esa noche cuando los policías de la comisaría turística llegaron con la denuncia. Y si tomó las decisiones que tomó de retener los pasaportes de los nadadores y prohibirles la salida del país, fue por tratar de dilucidar el entuerto, seguir el rastro de verdad según le aconsejaba su noción de justicia más básica y sobretodo, brasilera: «Creyeron que estaban en un país donde podían hacer cualquier cosa… Creyeron que podían jugar con la institución, con la policía. Y no es así». ¿Será verdad que creen que en el sur somos todos tan tontos como los traficantes malos que atrapan las fuerzas del bien en las películas?

Y aunque Lochte se fue en la raya, si los demás nadadores hubieran logrado salir del país, no se hubiera podido llegar al final de la investigación y del proceso y la película hubiera tenido el happy ending, según consta en el video donde aparecen Lochte y sus cómplices nadadores justo después del “violento asalto”, entrando como Pedro por su casa a la Villa Olímpica, y aquí no ha pasado nada: ¿cómo es que los estadounidenses, tan acostumbrados a vivir en la tranquilidad de sus calles de bajo índice delictivo, llegaban tan tranquilos y sonreídos después del asalto con pistola en Río de Janeiro?

La jueza simplemente sospechaba, desde su identidad nacional, sin maliciar que eso la llevaría a la palestra pública dotándola de tan súbita notoriedad: “La verdad yo ni sabía quiénes eran los nadadores. No sigo mucho el deporte. Comencé a leer el caso por curiosidad y la forma como el nadador Lochte describía el asaltante me llamó la atención.” Tampoco atisbaron la fama los jueces de más alto rango, a los que el asunto los tomó obviamente desprevenidos, sin tiempo a ser ellos los que tomaran el papel protagónico. Y fue así como Keyla se robó el show.

Si Lochte terminó por pedir disculpas, después de haberlo evitado con mucha torpeza, es porque después de adquirir las dimensiones de portada del New York Post con el moto de “El Americano Feo”, encarnando lo peor de su nacionalidad, no era para menos. Con unas cuantas estupideces anteriores, Lochte había logrado llamar la atención, digamos que ya era conocido como “el tonto tierno”,  que pagó $ 25,000 por una parrillera con la bandera de Estados Unidos; “el bobalicón buenote”, que para todo decía «Jeah!» o que se tiñó el pelo de azul antes de meterse en otra piscina olímpica sin pensar en que los productos químicos reaccionarían y que saldría verde… quiero decir que no se puede decir que Lochte es un gran pensador, así como tampoco se puede decir de Trump. Por lo que ninguno de los dos son la mejor representación de su país, valga la cuña.

De cómo llegan a ocupar tanto centimetraje mediático es lo que preocupa. La sonoridad que adquiere la estupidez más ramplona, sobre todo la escandalosa, que consigue eco y rebota e inunda el espacio que nos comunica o nos aturde, y no nos deja espacio siquiera para escoger lo que pensamos.

Aunque Lochte se disparó a la fama después de los Juegos Olímpicos del 2012 en Londres, en parte por su talento como nadador, fue sobre todo porque él era una alternativa mas excitante comparada a la rigidez de Phelps. Phelps el estoico, Lochte el “bobo adorable”: «Mis últimos Juegos Olímpicos, tuve una novia – gran error. Ahora estoy solo, Londres va a ser buenísimo. Estoy emocionado»… otra de sus perlas, y todos pensaron que era un muñecote pa’comérselo. Y por eso se aferraron a Lochte, al bribón amable, a Trump, porque no tiene pelos en la lengua… Pero eso tiene un precio que puede ser muy alto. Sin embargo, así vamos, en manos del rating de los medios que con demasiada frecuencia nos llevan al borde del abismo irracional, a aplaudir lo monstruoso, a aceptar lo inaceptable, fabricando noticias como los circos se hacían de sus fenómenos.

El caso Lochte sirve para comentar el vaivén inescrupuloso de los medios: Lochte siempre fue el mismo patán, lo que ha cambiado es la manera de verlo. Sus mismas “cualidades” o personalidad de “bribón adorable” que le valieron un reality show, se volvieron de la noche a la mañana en su contra, convertido en la personificación de la falta de respeto, la imagen del despreciable americano etnocéntrico malportado en el extranjero. Gracias a la valentía de una jueza brasilera bien plantada. Porque hay que ponerse en los zapatos de Keyla, para dimensionar lo que es atreverse a retenerle los pasaportes a unas estrellas del deporte del país mas poderoso del mundo, en el tercer mundo. Bravo por Keyla Blank De Cnop, que nos hizo ver que el tonto no era tan adorable.

¿Será que algún juez de los que atajan las acusaciones de acoso, malversación y demás en contra de Trump, se atreva a darle la vuelta a la tortilla y mostrarnos que el empresario exitoso tal vez no es tan exitoso sino mafioso… que el millonario seductor tal vez no es tan seductor sino acosador… que el candidato a la presidencia de los Estados Unidos no es más que un recurso de la más fina premeditación política que impulsa el escándalo mediático por concentrar las voces de los americanos medios descontentos, en lo peor de su reclamo y así anularlas en lo que tienen de legítimo…?

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