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Venezuela, una lucha sin fronteras

Describir el drama que vive Venezuela se hace cada vez más difícil. Las palabras no logran expresar en su justa dimensión la magnitud de la crisis que atraviesa el país.

Faltan adjetivos, sobra el dolor. Por todas partes salpican historias que buscan escapar de tanto desastre. Millones de venezolanos han partido hacia otras latitudes, guardando su vida en una maleta, con la esperanza de un futuro mejor.

Afectos, recuerdos, ilusiones, momentos. Todo eso ha quedado detenido ante la vorágine emocional que agobia a los venezolanos. La prioridad es sobrevivir.

Familias separadas añoran el reencuentro en una Venezuela libre, pero pasan los días, pasan los años y ese sueño parece desvanecerse ante las dificultades que golpean sin piedad a la nación. Enumerarlas lleva al cansancio, ahoga la moral, retumba una dura realidad.

Mientras los apagones se hacen más presentes, las colas crecen en cada rincón. Los venezolanos buscan efectivo, comida, medicinas, agua, gas… Aguardan cada vez más agotados por el transporte público, prácticamente paralizado por falta de repuestos ante los elevados costos de reposición que superan cualquier ingreso.

La confusión se ha apoderado de la vida de los ciudadanos, que en lugar de alegrarse cada vez que se decreta un aumento salarial, sienten cómo el temor invade todo intento de comprensión ante una medida repetida, que lejos de solucionar el grave espiral inflacionario, lo potencia cada día más.

Y así, entre asombro y asombro y asfixiados por una economía destruida, comercios, empresas y medios de comunicación se suman a la larga lista de los que ya han cesado operaciones, de manos atadas y con el corazón de sus dueños partido en dos.

Todo va quedando en manos del Estado. Todo se va reduciendo a un control absoluto de Venezuela y de los venezolanos que, dentro o fuera del país, viven un verdadero calvario, como consecuencia de la opresión que se ha llevado todo a su paso: los abrazos de las familias, la esperanza de los enfermos, la ilusión de un porvenir.

Vidas enteras colmadas de sacrificios se van quedando en el camino de aquellos que cruzan la frontera, dejándolo todo atrás, sin más que el deseo de conseguir sustento y progreso.

No puedo evitar sentirme consternada ante estas imágenes de venezolanos caminando  durante días y días, bajo el inclemente sol de la mañana y el frío paralizador de noches solitarias, peligrosas e infinitas que llevan consigo el miedo, la resistencia y la esperanza de niños, jóvenes, adultos y embarazadas que huyen del hambre y la miseria que embarga a su país, de donde jamás debieron salir.

Es una pesadilla que causa terror, que no se puede ocultar y que debe encender las alarmas del mundo para que no quede duda de que en Venezuela se vive una crisis humanitaria sin precedentes que le urge ser atendida.

Todo esto como resultado de casi veinte años de decadencia que han acabado con una nación brillante y vibrante y que han hecho estragos bajo la sombra de la pobreza, el poder y la injusticia.

Venezuela trata de seguir de pie, lucha por no apagarse por completo con la profunda marca que le ha dejado este desgarrador episodio de su historia y que jamás se borrará de la mente y el corazón de los venezolanos que dieron la batalla, expatriados o en su tierra, sintiendo su país tan cercano como perdido en la lejanía del recuerdo de lo que en día ofreció: libertad, alegrías, sueños y oportunidades para todos.

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