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Venezuela: Mas allá de las palabras

“Nadie sabe lo que puede un cuerpo” Baruch Spinoza

Después de semanas de épica resistencia de ciudadanos venezolanos contra la mayor desgracia de su era republicana, es difícil disimular las escamas del engendro. Una criatura informe que creció con la complicidad de muchísimos gobiernos y mafias que circulaban en su misma red de corrupción. Esa simpatía diplomática, un capitulo mayor en la Historia Latinoamericana de la Infamia, ahora destaca en su negro esplendor. Una entidad monstruosa que desde los delirantes orígenes chavistas evolucionó deformada de verborragia socialista, musculatura fascista, apropiación capitalista salvaje y vocación gangsteril. Su malignidad fue tenazmente desconocida por las figuras oportunistas de Podemos en España, la ultraizquierda fascista de Francia, la izquierda caviar de intelectuales necrofílicos de Argentina, la izquierda fascistizada por los oportunismos populistas que impregnaron el continente, la espiritualidad pragmática de un Papa saludador, y los románticos de café que suelen tener orgasmos con las imaginarias revoluciones latinoamericanas. Difícil entender el rango ético en las contorsiones a que arribó esa fauna. Sus posiciones, que años atrás preservaban cierta moralidad racional, una apuesta vaga por el bien genérico, justificaron abiertamente un maltrato cuya sangre les salpica en la cara.

La envoltura ideológica de izquierda, una referencia de la cultura occidental, amaga terminar en religión enfermiza, algo que otorga un suplemento de identidad, como las sectas o las certezas místicas. Carente de eficiencia, hace tiempo que rebota en la oquedad, un vacío que solo aplaca una dosis exaltada de pasión fascista. Solo eso explica la bonhomía ideológica persistente que guardan con los verdugos de un pueblo inerme. Cuando se leen artículos sin firmar que sugieren que hay dos bandos en la calles de Caracas, no un pueblo solo contra la monstruosa maquinaria asesina, se sabe que son escribas comprados. Equiparan la ciudadanía desarmada con la Guardia Nacional, la gente con el ejercito corrompido y los sicarios pagos del gobierno. Procuran una mirada mesurada, que preserve el equilibrio, como si estuvieran evaluando la puja de dos cantones suizos y no las calles sangrientas de un pueblo hambriento. Es sabido el esfuerzo de este régimen por construir el discurso de una guerra imperialista de cartón pintado, un panorama verbal que excuse el saqueo y los asesinatos a mansalva. Pero cuando la evidencia es dudada en niveles superiores, en plumas y voces que aparentan idoneidad y conocimiento, que parecen saber de una verdadera “guerra económica”, y del terrible “imperialismo”, y de la “formal democracia”, uno se pregunta sobre la hondura de esos seres.

Serán vocacionalmente brutos o infames, y vacilamos, no pueden ser tan infames, deben ser muy brutos, y luego, no pueden ser tan brutos, deben ser muy infames. Quizás sean equitativamente la dos cosas, pero lo cierto es que ven a un pueblo aplastado por delincuentes reconocidos y solamente pueden hacer especulaciones adolescentes desde la “belle indiference” de su aparato ideológico.

Harto de palabrería, un pueblo reunido por las redes digitales, salió a la calle casi sin líderes, con la honda certeza de su inermidad y su razón justa contra un gobierno forajido. No “amaneció de bala”, como decía un verso legendario de la vieja izquierda, sino con decisión de resistir. Fue la represión, el acoso, el hambre programado, contra una voluntad popular tan difusa como genuina. Sin comida, usando un poco del excremento posible, las bombas llamadas poputov defienden y también ilustran simbólicamente ese lugar rebelde del cuerpo, el hambre que no los ha doblegado, y les permite echar a los opresores su verdadera sustancia. El “pupu”, nombre venezolano del excremento, pone afuera la verdad desnuda de esta confrontación. Ya había aparecido un manifestante desnudo, luego una mujer mayor que ofrendaba su debilidad a una tanqueta, ahora son bombas de excremento, un testimonio del furioso interior y un rechazo del palabrerío ideológico. Es la zona desconocida del cuerpo social que sucede metafóricamente mas allá de la palabra.

Cabe recordar que uno de los mejores cuentos fantásticos venezolanos se llama “La maquina de hacer Pupu”, una suerte de ironía sobre las primeras y sombrías décadas del siglo XX, y ahora convertida en una ironía profética. El petróleo, a su vez, fue llamado literariamente “el excremento del diablo”, y los balancines que pican la tierra de los yacimientos “los buitres carroñeros”. También la corrupción pertenece a esa química de la fermentación, una administración delictiva que se pudre, y ha sido comparada con la falta de control de esfínteres, porque compulsa sin reglas y no diferencia afuera y adentro, lo propio y lo ajeno. Esta dimensión metafórica intestinal, que también expresa la convicción “hicieron mierda el país”, está hoy en el aire, aunque no se nombre en un discurso. Sucede en una simbolización silenciosa, implícita e incesante.

Aquella pintura de Giradoux, “La libertad guiando al pueblo”, y las fugas en “Los miserables” de Victor Hugo, difundieron las metáforas de barricadas y turbas del siglo XIX incluso entre los que jamás oyeron hablar de ellos. La corriente de gente impedida por el dique del poder, subyace en esas primeras gestas urbanas. Las calles son el lugar del transito público, no había barricadas en las guerras campesinas, y ese transito impedido a las “masas” se volvió también una metáfora. Casi todas las ideologías populares la sostienen sin explicitar, el pueblo como correntada y el poder como represa, en frases como “La marea de protestas anegó el poder”, “canalizaron el descontento”, “no pudieron obstruir la confluencia de los pueblos”, “La voluntad política se abrió un cauce”, “la represión impidió”, que suponen una corriente y un impedimento. Esa metáfora era tanto ideológica como urbana, basta recordar “El hombre de las multitudes” de Edgard A Poe, casi coetáneo con los tumultos de Paris en los “treinta” de ese siglo. Casi doscientos años viajaron esas metáforas en folletines y tratados, y cuando se agotaron malversadas ( metáfora de la metáfora), y el cuerpo real no tuvo representación que lo manifieste, fue el excremento, como en la histeria el vómito, lo que trató de expresarse. En Caracas, donde los manifestantes tenían que escapar por la cloaca del Guaire, como Jean Valjean por las alcantarillas de Paris, es el excremento lo que guía al pueblo, un testimonio cabal del cuerpo sin banderas que está expulsando el mal envuelto en sus declaraciones mentirosas. Perdido el símbolo, es el signo físico lo que circula en esa violencia.

Walter Benjamin sostenía que la alegoría es al lenguaje lo que las ruinas son a las cosas, y Venezuela, una sociedad en ruinas, con un lenguaje pervertido por la mentira y la falsa emotividad ideológica, no puede sino alegorizar con su cuerpo, hasta que las palabras vuelvan a ser sustantivas. Las primeras protestas se llamaban “guarimbas”, nombre que deriva de un juego de calle infantil, y que extiende en la protesta sus reglas de juego. La actuales, incesantes, impredecibles, temerarias, abandonaron ese nombre y están buscando el suyo. Las “poputov” son las primeras letras.

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