Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Venezuela: La venganza de Fuenteovejuna

El proceso electoral venezolano del domingo anterior (aún fresco para tirios y troyanos) significó un rompimiento de los paradigmas políticos y electorales de la Venezuela post-Chávez. Con la salvedad del referendo de reforma constitucional del año 2007, la oposición venezolana era ajena al dulce sabor de las victorias comiciales. La arrolladora mayoría obtenida por las fuerzas que se oponen al Gobierno del presidente Maduro supondrá un replanteamiento importante del balance de poder político en esa tierra al sur del mar Caribe.

Si bien es cierto que Venezuela sigue siendo (políticamente, además de en otros aspectos) una hacienda dónde el capataz reina casi sin control, la Constitución del año 1999 contiene provisiones que por intención o carambola salvaguardan el espíritu de contrapesos y balances que debe existir en el Estado liberal moderno. No en balde, en cualquier democracia es su parlamento el alma de la República. La función contralora (o de perrito guardián, según se vea) que complementa la tarea legisladora de la Asamblea Nacional venezolana no es poca cosa. El poder directo e indirecto que le proporciona el texto constitucional a los legisladores, sobretodo cuando obtienen una obscena mayoría, tal como es el caso, permitirá efectivamente detener cualesquiera añagazas (gracias Henry Ramos Allup por enseñarnos nuevas palabras cada vez que te escuchamos) provenientes del ejecutivo nacional. Solamente con el control presupuestario que detenta ahora la oposición sobre los dineros de la República, el juego político se ve severamente modificado.

Esta victoria electoral ocurre en una Venezuela que no está flotando sola en el vacío. Ocurre en una América Latina que se detiene a pasar revista de su última década. En Guatemala, Otto Molina compitió por el título de “el breve”, después de estar tan sólo tres años en el poder, el cual fue obligado a dejar por ser terriblemente amigo del dinero ajeno. En Argentina, Macri le canta el bye bye miss American Pie a la dinastía Kirchner. En Brasil, Dilma Rousseff se las ve canutas con la posibilidad muy real de un impeachment o juicio político (en otras palabras, dícese del proceso institucional mediante el cual la primera magistratura judicial del país en conjunción con un legislativo hostil le hacen las maletas al ejecutivo de turno). Pepe Mujica, otrora compinche del comandante intergaláctico, se convierte en una voz crítica del populismo autoritario. Luis Almagro, Secretario General de la OEA (quien fuera canciller de Mujica), tiene regular e intensa correspondencia con personeros del gobierno venezolano, en la que con una mano de clases magistrales de democracia y con la otra reparte bofetones didácticos sobre la izquierda como opción política. Resulta sumamente tentador pensar que se trata de una de aquellas ‘olas de democratización’ de las que hablaba Huntington. En cristiano: un proceso sistemático dónde la región empieza a sentir la piquiña de los malos gobiernos y como es natural, al que le pica se rasca.

¿Es Venezuela el siguiente movimiento de una ópera dónde América Latina desecha autoritarismos vetustos? ¿ha encontrado un nuevo amante joven y apuesto en el cuál depositar sus esperanzas de ser nuevamente princesa? ¿presenciamos acaso el nacimiento de una conciencia política más elevada que rechaza el autoritarismo y anhela institucionalidad y democracia?

La respuesta, a juicio de quién suscribe, es un triste ‘aún no’.

Siempre es seductor confundir correlación con causalidad. Así como siempre es tentador introducir las preferencias personales donde debería ir el análisis sosegado de los datos duros. La lectura plebiscitaria del resultado debe ser contrastada con las últimas elecciones a las que se les logró insuflar tal carácter: las presidenciales de 2013. En aquel momento la distancia que separó a los candidatos fue minúscula (y también sumamente cuestionada en cuanto a su veracidad), sin embargo fue el reflejo de lo que era el país en ese momento: dos mitades iguales de agua y aceite. Cada una de las fuerzas políticas en la contienda obtuvo aproximadamente siete millones de votos. Lo primero que salta a la vista con el resultado de las parlamentarias recientes es que la Mesa de la Unidad Democrática no aumentó de manera ostensible su base electoral, sacando de nuevo aproximadamente siete millones de votos. Lo revelador es la pérdida comparativa de votos por parte del sector oficialista. Si bien no hay aún resultados definitivos, se habla de una diferencia de un millón y medio o incluso dos a favor de la oposición. Debe notarse que estas elecciones no las ganó la oposición; las perdió el gobierno.

A juicio de quién suscribe esto debe entenderse como la operación del voto-castigo e inclusive la abstención-castigo del sector que tradicionalmente era la base electoral del ejecutivo nacional. La apremiante crisis económica que afecta a la población venezolana impactó de manera definitiva los resultados. La misma escasez que hace que cada vez haya menos venezolano (en términos de peso corporal), se tradujo una votación enflaquecida para las filas gubernamentales, a quienes se les imputa la responsabilidad por el desabastecimiento. La narrativa de la guerra económica que el gobierno ha buscado impulsar no logró calar en la mente del venezolano. A decir verdad se trataba de una jugada excesivamente Kafkiana, que la hermosa Venezuela no quiso creer por tenerla ya como excusa repetida mil veces.

Lo cierto es que Venezuela, como nombre y como país, es mujer. Y ya lo decía Congreve en La novia enlutada: “Ni el infierno tiene la furia de una mujer desdeñada”.

Hey you,
¿nos brindas un café?