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Venezuela está condenada a la espiral descendente

Más allá de que el final del chavismo sea a través de una intervención militar o una negociación suicida a la nicaragüense, el futuro del país seguirá enmarcado en el péndulo de la socialdemocracia o el socialismo. Dos sistemas que en la experiencia venezolana demostraron diferenciarse solo en la velocidad para aplastar a una nación con el crecimiento del estado.

Una vez que el chavismo esté fuera del poder, la única manera en que Venezuela podrá  superar el caos social y económico será mediante el liberalismo. Sistema, cuya  implementación sería tan difícil, peligrosa y anacrónica como intentar evangelizar a Arabia Saudita.

Porque una vez que caiga el socialismo del siglo XXI, lo que vendrá no será nada más que la socialdemocracia. Que la vuelta renovada de la cuarta república. El sistema bipartidista y socialdemócrata en el que AD y COPEI se adueñaron de la industria petrolera para convertir a Venezuela en un país dependiente del estado. Para ampliar el clientelismo, disparar el gasto público y despilfarrar en medidas populistas.

Sistema en el que en medio de la orgía de petrodólares se logró alcanzar cierta estabilidad que por su origen y desarrollo estaba destinada a ser calcinada por un caudillo iletrado, comunista o narcotraficante.

La cuarta república…

Un auténtico despropósito que además de sentar las bases para la llegada del chavismo hizo que cada presidencia creara nuevos mecanismos para fortalecer y hacer crecer al estado, hasta convertirlo en el poder omnipresente y el negocio más atractivo para cualquier político. Sobre todo para los inescrupulosos.

Un duradero proceso político en el que más allá de la relativa solidez institucional, se crearon todas las condiciones para hacer de la presidencia de Venezuela la posición de poder más atractiva de Latinoamérica.

El cargo en que se era dueño temporal del negocio que convirtió un país atrasado en la metrópolis sudamericana.

El trono más preciado del hemisferio occidental después del estadounidense.

Con las dos décadas de socialismo chavista, además de la destrucción absoluta del país, se llegó al punto de cambiar la constitución en gran parte para añadir como nuevo atractivo la reelección indefinida. La posibilidad de que se pueda disfrutar de las mieles del estado por más tiempo del permitido.

Ahora, llegados al punto en que el estado venezolano se ha convertido en una putrefacta articulación de intereses, mientras el país vive la peor crisis de su historia, la única forma de cambiar esta realidad es romper con el círculo vicioso en el que hemos vivido desde la cuarta república.

Porque todas las delicias que disfrutamos durante ese periodo no fue gracias a los políticos socialdemócratas de aquel entonces, sino a pesar de ellos.

Y claro, la realidad que todos prefieren obviar para no degollar la ilusión de un futuro distinto es que la oposición no es más que una versión moderna de adecos y copeyanos. Una versión con nuevos nombres, nuevas consignas y nuevas sonrisas. Una versión que continuará alejada del liberalismo y continuará con las políticas estatistas. Una versión que en el mejor de los casos propondrá medidas gradualistas como la cura de todos los males.

Y aún en el caso de que tomase el poder alguna de las escasas figuras liberales, difícilmente podrá resistir la tentación de tomar las riendas del estado para su propio beneficio, estabilizando el país lo suficiente como para que deje de ser un problema a nivel regional, y disfrutar de ahí en adelante de las mieles del petroestado.

Y lo peor es que si llegase al poder un gobierno que esté dispuesto a desaprovechar semejante oportunidad y cambiarlo todo de raíz, tendrá que hacerlo mediante una dictadura.

Que no se celebren elecciones hasta que el país vuelva a ser algo parecido a un país. Porque las medidas que habría de tomar serían impopulares, y en una democracia sería imposible aplicarlas.

Sobre todo cuando entre los partidos de oposición estaría la actual oposición y lo que quede del chavismo. Partidos que no tendrán reparos en querer vomitar populismo y demagogia barata para venderse como los defensores y representantes del pueblo ante los atropellos de un gobierno que sería impopular durante cierto periodo.

No se puede ser ingenuo.

Tomar semejante rumbo es imposible cuando casi todos los partidos políticos son antagónicos al liberalismo y cuando la amplia mayoría de la población lo desconoce. Punto sin solución al reinar en el ámbito político la idea de que ciertas propuestas no pueden funcionar porque “no suben cerro.”

Más aún, es imposible cuando nunca en la historia nacional se ha tomado este camino y cuando tanto socialdemócratas como socialistas han robustecido el estado hasta armarlo con todos los mecanismos necesarios para protegerlo de un sistema que por naturaleza intentaría reducirlo y retirarle poderes.

En Venezuela, pensar en que después del fracaso de la izquierda socialdemócrata y la izquierda socialista puede aplicarse un modelo liberal, no es más que una utopía que solo podrá materializarse de una forma autoritaria y antidemocrática.

Mediante una fuerza que neutralice el caos que surgirá cuando la clase política se percate de que el negocio del estado y la orgia de los petrodólares ya no será igual que siempre.

Mediante una fuerza que silencie y reprima todas las voces y conspiraciones que obstaculicen o atenten contra del desarrollo de este proceso.

Se trata de una realidad desafortunada y difícil de concebir.

Pero en un contexto en el casi que todos los partidos son de izquierda y no existe el compromiso político de anteponer la recuperación del país a los intereses y agendas particulares, la democracia será el mayor obstáculo para un gobierno que tendrá que ensuciarse las manos si quiere romper el círculo y convertir a Venezuela en el país que siempre debió ser.

Se trata de casi un siglo construyendo un sistema omnipotente y acostumbrando a la población a vivir de este.

Solo falta esperar que el líder opositor que en algún momento reemplace la dictadura chavista sea la figura íntegra y heroica que nunca fue para tomar medidas impopulares para las que el Venezolano no está preparado.

Solo falta esperar que todos aquellos partidos que no formen parte de dicho gobierno estén dispuestos a apoyar y aceptar un cambió que perjudicaría todos sus posibles negocios con el estado y con la industria petrolera.

Solo falta esperar que el chavismo no se fortalezca en este contexto y capitalice una vez más el descontento para regresar a Miraflores.

Solo nos queda esperar un milagro, e ignorar que estamos condenados a la espiral descendente.

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