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La Venezuela de Alexander Apóstol: apuntes para una mirada kitsch (Parte II)

La Venezuela de Alexander Apóstol: apuntes para una mirada kitsch (Parte I)


Siguiendo entonces con estas reflexiones, el video “Yamaikaleter” (2009) caricaturiza el pastiche de ambigüedades y equívocos donde se ha hundido Venezuela, al hacer que varios dirigentes comunales de los barrios caraqueños lean, en inglés, fragmentos de la “Carta de Jamaica”. El texto mediante el cual Simón Bolívar perfiló el porvenir de nuestra América, se vuelve ininteligible desde las voces de lectores poco versados en el idioma, espejeando así lo revuelto de las aguas donde se refleja el país y la tergiversación que el chavismo hizo del pensamiento del Libertador. Al apropiarse hasta la saturación del rostro, el cuerpo y la palabra de Bolívar, el “movimiento bolivariano revolucionario” no solo kitschifizó su sentido, sino se aprovechó también de la ignorancia de las masas, encharcándolas en una simbología que desconoce y contradice la esencia de los escritos del Prócer independentista, a fin de controlarlas y seguir detentando potestad absoluta sobre las instituciones.

Los poderes públicos, el Banco Central y los organismos culturales y educativos gubernamentales se hallan al servicio de la revolución, que ha seguido el modelo cubano, y cuentan con la injerencia directa del castrismo en los asuntos de Estado. La revalorización desde el kitsch, del patrimonio arquitectónico de la dictadura anterior, presente en los trabajos de Apóstol, contrasta ambos totalitarismos evidenciando su fracaso, agudizado en este milenio por la ampliación de la brecha entre riqueza y pobreza, de la cual el petróleo y los ranchos o chabolas son sus expresiones más certeras.

El video “Prototipo de vivienda en país petrolero” (2004) muestra la confluencia de estos asuntos, al documentar la metamorfosis en rancho del monumento al petróleo ubicado en una plaza caraqueña. Aquí, la escultura de un balancín para la extracción del oro negro ha sido reconvertida por un grupo de indigentes en improvisada vivienda, cerrando simbólicamente el abismo que el artista congela cáusticamente, cuando nos muestra un plano fijo de esta espontánea intervención urbana. Algo que no es sino producto de la insuficiencia habitacional que ha llevado a numerosos contingentes a invadir espacios públicos y privados, con la aprobación tácita y, en ocasiones, instigación del propio gobierno.

Esta y otras obras de Apóstol, ya analizadas, puntean además la simbiosis entre escasez y abundancia, dentro del contexto ciudadano, visible en la cercanía física entre viviendas improvisadas y planificadas. Junto a numerosas urbanizaciones proyectadas arquitectónicamente, encontramos barrios creciendo desordenadamente, con el consiguiente aumento del índice delictivo y el colapso de los servicios públicos, que fotografías y videos desconstruyen al señalar la degradación y ocupación de las principales obras de la arquitectura racional moderna venezolana. El Helicoide, las Torres del Centro Simón Bolívar, los Bloques del Silencio y del 23 de Enero significan, desde el reciclaje diseccionado por el artista, sueños de grandeza truncados por la pobreza, y muestran la perenne fricción entre lo elitista, lo masificado y lo popular como constantes del kitsch hispánico.

El quebrantamiento de la ciudad, con la consecuente destrucción de la memoria histórica, que los trabajos de Apóstol abordan para evitar su total desaparición, conlleva un replanteamiento de la identidad nacional y, por extensión, continental. “Creo que la historia urbana venezolana, donde Caracas es protagonista, nos explica fuertemente lo que en el fondo somos”, sostiene el artista, a fin de insertar sus preocupaciones en el complejo y contradictorio terreno del ser nuestro. Un terreno marcado, desde principios del siglo XX, por el choque petrolero como bendición y castigo, al otorgarle al país una riqueza fácil malversada, derrochada o transferida a otras geografías, y de la cual la gran mayoría no se ha beneficiado, más allá de las limosnas que los sucesivos gobiernos le han lanzado para mantenerla subyugada y dependiente.

“Caracas Suite” (2005-2007) acerca al camp un ejemplo de estos desencuentros, en los desacuerdos entre Armando y Anala Planchart, por la colocación de los trofeos de caza de Armando y las obras de arte de Anala, en la casa que comisionaron a Gio Ponti en 1953. Villa Planchart, considerada como una de las principales obras arquitectónicas privadas modernas del continente, representa también la sublimación de los intereses de la burguesía ilustrada latinoamericana en conflicto permanente con el populismo gubernamental. Esta perenne lucha entre civilización y barbarie se hace, pues, presente dentro del microcosmos de la casa, y es resuelta por el arquitecto mediante paneles móviles que, al girar, muestran los trofeos o los cuadros, a fin de satisfacer a ambos cónyuges por igual.

El video se detiene en tal coyuntura y le permite al artista utilizar la casa como punto de partida en su tarea reconstructora. “Desde entonces la modernidad en Caracas se ha debatido entre la funcionalidad y lo inservible, entre la escala y la desmesura, entre la reflexión o la importación, o finalmente entre la eterna dualidad del caos y el control”, sostiene el artista. Al consignar estas oposiciones binarias, Apóstol llega además a las raíces de las preocupaciones y temores contemporáneos, ante la escalada de los conflictos étnicos, los fundamentalismos y el terrorismo que han sumergido en el desconcierto a las sociedades en distintos puntos del globo. Una situación que ha desplazado igualmente a numerosos grupos, unidos por los mismos intereses religiosos, raciales o sexuales, escapando del ostracismo, las persecuciones y la falta de oportunidades en sus lugares de origen.

“What I’m looking for” (2002), se ocupa de un grupo específico, atenazado por algunas de dichas inquietudes: el de los jóvenes homosexuales latinoamericanos buscando por internet a un amante dispuesto a ayudarles a emigrar a Europa. Las imágenes digitales del artista, reúnen un collage de cibertextos y fotografías extraídos de los sitios virtuales de contacto, a fin de confrontar ilusiones, preconcepciones, ansiedades, intereses y deseos. El memento kitsch, constituido por promesas, ofertas, demandas y juramentos, se halla contenido en los fragmentos corporales, objetos personales, mascotas, canciones y lugares intercambiados, estableciéndose una relación de poder y sometimiento, donde los roles quedarán por lo general determinados de antemano, a fin de minimizar las sorpresas, en caso de que los protagonistas lleguen a un acuerdo. La mercantilización de emociones y sentimientos, producto del canje y sus secuelas, queda abierto a la imaginación del espectador, quien participará vicariamente de las experiencias completando la ecuación con sus propias usanzas, hábitos y costumbres.

El neocolonialismo latente en tales acciones, dificulta consecuentemente la “normalización” del colectivo gay, volviéndose aún más utópica en el mundo hispano, dada la marcada diferenciación social y cultural que obstaculiza la discusión abierta de la sexualidad en entornos abiertamente sexistas, machistas y castradores; con lo cual el flujo de lo buscado aparecerá permeado por estas taras y, por ende, truncará las esperanzas de tantos jóvenes en busca de su caballero andante. 

“Soy muy chileno y muy realista. Pero también soy muy romántico. Me siento como un caballero andante de antiguas leyendas y, por supuesto, soy un hombre, esperando por otro hombre, que quiera ser mi Dueño (…). Seguro me moriré si tú eres guapo, musculoso, velludo, tierno, Rico e Italiano. (DEFINITIVAMENTE viviendo en Italia, claro está)… pero es casi imposible que algún día llegue a conocer a alguien así”, leemos en dos de los mensajes seleccionados, donde lo cursi entra circundado por un aura soñadora, no exenta de intereses que van más allá de lo meramente sentimental, y se corresponde con los códigos heterosexuales de seducción, haciéndose por tanto doblemente kitsch. Lo elusivo del objeto, producto de la distancia social, racial y cultural implícita en el mensaje, conlleva además una renuncia tácita del objeto del deseo, a fin de preservar la ilusión de la búsqueda, amparada por el imaginario romántico de los libros de caballería y el modelo clásico de belleza. 

La apropiación que la obra de Apóstol hace de los anhelos de todos estos jóvenes,  aferrándose a la esperanza de que una vida abiertamente gay siempre sea mejor al otro lado del Atlántico, penetra literal y semánticamente el cuerpo de los textos, redimensionando su lugar en el imaginario queer hispanoamericano, oculto mayoritariamente en el closet como consecuencia de la persistente homofobia. Ello lo vuelve prácticamente invisible, fuera de los lugares de ambiente y los sitios de internet, en su mayoría promocionados desde Estados Unidos y Europa pero que, gracias a la fluidez de las redes sociales, les permite a muchos usuarios conectarse con personas y organizaciones, hasta hace pocos años inaccesibles para la mayoría y, tal cual el artista subraya, “escapar de sus realidades [y] sobrevivir a través de la fantasía de un amor italiano o francés”.

La acción de asirse al kitsch para rehuir una realidad hostil inscrita en la obra de Alexander Apóstol, rescata la añoranza por los lugares donde expresar, no solo una sexualidad hurtada por la normativa, sino la existencia de una arquitectura intervenida, desalojada o arruinada por el crecimiento indiscriminado de nuestras ciudades. Esto, como expresión de una identidad, siguiendo a María Ramírez Ribes, “inmersa en una continua y renovada esperanza de afirmación” que, sin embargo, no logra perfilarse más allá de lo que las representaciones alegóricas permiten vislumbrar desde los sanitados espacios institucionales. 

“Incas Rooms” (2005) se hace con uno de estos territorios, atrapando, mediante una serie de fotografías digitales, la simulación de la conquista del Perú, embellecida en el papel tapiz de un salón en la Americas Society neoyorkina. La comparación entre algunos de nuestros países y ciertos Estados de la Unión que acompaña cada toma, transforma en mueca lo ilusorio de las sangrienta destrucción de los incas, por parte de Francisco Pizarro y sus hombres, devolviéndole al genocidio todo su significado y más, al tiempo que encuentra conjunciones con las matanzas a lo largo de la Historia contando, en muchos casos, con la aquiescencia del Vecino del Norte. Algo que la composición de las fotografías revela, al apresar fragmentos de la escena vista de soslayo, como quien mira vitrinas, a fin de recalcar el propósito ornamental del empapelado impreso en Francia en 1832, es decir, durante el período de formación de las naciones hispanoamericanas, cuando la esperanza y el optimismo continentales no habían dado paso aún a la desmoralización y el desencanto.

El acceso al poder y a una mayor representación, que las minorías históricamente marginadas por los grupos dominantes exigen en el nuevo milenio, es, como el discurso entorno a la identidad continental, rudimentario e inconcluso. Un discurso oscurecido, simultáneamente, por los abusos a los que dichas minorías se ven enfrentadas cotidianamente, ya sea en el hogar, el trabajo o los lugares de encuentro. Ello, al interior de un marco signado por el caos, la violencia y el miedo, tanto del hampa común como la de cuello blanco, incapaz de garantizar la seguridad institucional que nuestras sociedades reclaman.

La facultad de desmantelar estas inquietudes, que las obras de Alexander Apóstol reflejan, contribuye a poner en perspectiva los absolutismos hoy, cuando nuevas autocracias apuntan, aliándose con las tiranías de otros bloques geográficos, buscando desestabilizar a Latinoamérica. Mantenerse alerta, a fin de evitar infiltraciones foráneas, es el reto para impedir que la soberanía de nuestros países peligre y nuevos colonialismos se apoderen de la región en el nuevo milenio. Un  peligro que podríamos pagar muy caro, cuando vuelva a girar la rueda de la Historia.

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