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Gleiber Alvarez
Gleiber Alvarez - ViceVersa Magazine

Venezolanitas

El gobierno actual de Venezuela es un círculo de misérrimos cleptócratas y su oposición no sirve. Es una fuerza política sin experiencia ostensible para encarar los problemas en los distintos frentes de batalla. A lo largo de más de veinte años han demostrado ser una fuerza incapaz de llevar a cabo su muy fantasioso acometido principal: la eliminación ideológica de los que detentan el poder.

Pocas veces he entablado coloquio con líderes opositores para ahondar su noción de la argucia de la guerra económica, pero sus acciones hablan por sí mismas, dejando entrever no solo su inexperiencia, sino una profunda insipiencia en campos que son conditio sine qua non para la política, como la filosofía, la historia, la economía y así muchas otras.

Por ejemplo, en las oportunidades en las que les he preguntado a políticos menores de la oposición por la Politiká de Aristóteles, se han demudado de tal manera que han contestado con un lacónico “no” y permanecido silenciosos por unos instantes. Lo mismo pasa con los adeptos a partidos de centro o independientes, como ellos mismos se llaman. Ni hablar de los rojos…

Los anarquistas que “hacen” vida en Venezuela ignoran, parafraseando a Arendt, la condición dialógica inmanente a la política; también parecen ignorar que se trata de persuasión, de un espacio de deliberaciones en el que es indefectible el tesón de un retórico que muestre las palmas de sus manos a aquellos que militan en bandos de ideologías opuestas a las que ellos preconizan.

Si le pregunto a cualquiera de estos bandos antagónicos por su concepción de la dicotomía dialéctica responden con un fervor que suscita manos en el pecho y toda clase de histrionismos para tratar de convencer a quienes los escuchan de que la democracia per se es la libertad y que solamente es válida la participativa. Ante sofisterías y falencias de este orden, siempre he considerado que es mejor dejarlos expresar sus opiniones.

¿Los seguidores de los cleptócratas vestidos de rojos son un caso perdido? ¿Otro bozal de arepa?

Si los opositores siguen pregonando, con una vehemencia que se escucha en los templos religiosos, que la democracia es la libertad, únicamente columbro un énfasis en el adocenamiento que han venido demostrando incluso mucho antes de esta centuria.

El vulgo me dice que si no estoy de parte de este o de tal bando ya estoy derrotado, lo que de cierta forma me recuerda al fanatismo en períodos apocalípticos. Galimatías y las mismas boutades se oyen como un eco por las calles si no ejerzo mi voto: que no tengo derecho a expresar opinión sobre mi realidad social o que no debo quejarme sobre lo que pienso que es la esencia de nuestro problema como sociedad. (En efecto, reconozco que “se hace no haciendo”, como nos recuerda Savater, aunque esa no es la esencia del problema que suelen presentarme.)

Y no es que esta situación sea nueva, es que bajo la premisa de que la democracia es el régimen por excelencia se han promulgado tantas leyes y tantos saludos a la bandera que es necesaria una revisión exhaustiva para el replanteamiento de los estamentos occidentales.

Esto último que señalo estriba en una conversación que mantuve con un filósofo puertorriqueño, prolongada hasta la madrugada, en la que discurrimos sobre la democracia y otros regímenes. En primera instancia destacó tres caracterizaciones acerca de la democracia como modelo político, a su haber: es una dicotomía dialéctica; no es perfectible y al mismo tiempo es falible por su propia naturaleza.

Él me dijo que la libertad no es la democracia, pues la democracia es un ejercicio de la libertad y la libertad no es, a su vez, lo fundamental, ya que se trata de un ejercicio de la voluntad. Y la voluntad es un aspecto significante del ser humano.

Una cuestión de conocimiento, de enfoque, se muestra a simple vista ante tanta estupidez extendida en los revolucionarios, contrarrevolucionarios.

Venezuela es un país tan joven, heredero de muchos acervos, pero me atrevo a afirmar que durante el siglo XXI se han profundizado los viejos y nuevos males.

Repetir, dialogar y recordar se hacen necesarios en tiempos en los que imperan el bulo y la zozobra.

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