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Venezolana en Venezuela…

… así decía su definición de sí misma, a mucha honra, encabezando el listado de virtudes y preferencias que la definen como para postearlo en Facebook. “Venezolana en Venezuela…”, es verdad, ella es venezolana y está en Venezuela, y siempre me ha gustado como piensa. Más aun, es parte de mis afectos… su “venezolana en Venezuela”, me dolió…

Porque esa definición, de manera aparentemente inofensiva, está cargada de una, si se quiere legítima, agresividad pasiva o encubierta: porque separa, segrega, acusa, señala a los venezolanos que no están en Venezuela, a los que no hacen las colas que ella hace para comprar alimentos, a los que si se enferman tienen acceso a las medicinas, los que disfrutan del servicio de luz y agua ininterrumpido, y pueden salir a la calle sin miedo… ¿Eso la titula a juzgar que los venezolanos que no están en Venezuela, son de otro tipo… menos venezolanos, tal vez, por decir lo menos? ¿Son culpables todos los venezolanos que son venezolanos lejos? ¿Culpables de qué?

Muy por el contrario de lo que se pudiera pensar, son muchos los venezolanos que viviendo sus días fuera de Venezuela, se van volviendo cada vez más venezolanos. Simplemente por sentido de sobrevivencia: porque su conexión con el gentilicio se vuelve la única garantía de seguir existiendo. Sobrellevar el choque de culturas, sin resignarse a desaparecer, requiere definitivamente de mantener los hábitos. Porque los hábitos fundan, constituyen, aun cuando no correspondan con las maneras que circundan ni con el modo de vida operante. Aferrarse a la cultura propia, es la única posibilidad de construir identidad en un espacio donde tu cultura no es hegemónica y donde no perteneces. Porque cuando empiezas a parecerte a algo que no eres y lo que eres empieza a desparecer, a desaparecerte, quisieras estar donde sabes estar, a pesar de que te urge aprender a estar en el otro lugar donde aprendes a estar de otra manera… Eso sin entrar en otras honduras que pesan sobre la condición de emigrado forzado, tipo sin papeles, sin trabajo, sin casa, sin reconocimiento, sin respeto… Venezolano fuera de Venezuela, eso también tiene su drama, ¿de quién es la culpa?

Es de decir que son muchas las maneras de ser venezolanos, dentro y fuera de Venezuela. Por seguir hablando de los que están afuera, he presenciado con espanto a más de uno que prefiere usar su segunda nacionalidad antes de identificarse como venezolano en otras tierras. Se avergüenzan de ser venezolanos, descaradamente. Y cuando nos sonríe el éxito y la fama, Marisol Escobar, nuestra tan celebrada Marisol, siempre se identificó como norteamericana, como lo certifica la nomenclatura adosada a sus obras expuestas en los museos del extranjero. ¿Qué le hizo Venezuela a Marisol? ¿Por qué se quería desmarcar, a quién no se quería parecer? ¿A quién se le murió Marisol?

La tenista Garbiñe Muguruza, por su parte, gana y suena el himno de España, para discordia y crítica de muchos venezolanos, de los de adentro y los de afuera. No basta con que diga que “Venezuela está en mi corazón y jugué para ella también”. ¿Es que se le olvidó que nació en Guatire? ¿Su mamá no es venezolana? Es verdad que se fue de Venezuela cuando tenía 6 años, y lo del tenis, pues… lo aprendió en otra parte. Pero nacida en Guatire, de vientre venezolano, que no sea venezolana, después de ganar el Roland-Garros, nos resulta una verdad muy incómoda por no decir triste.

Pero si los que sí se sienten venezolanos y tal vez por eso están en otra parte, empiezan a ser discriminados, ¿quién queda para querer lo que somos y podemos ser?

Por seguir hablando de los venezolanos de afuera, a propósito de los privilegios de poder ir al supermercado o a la farmacia a comprar lo que se necesita, prender y apagar la luz y ducharte cuando quieras, o simplemente salir a pasear al parque sin correr el riesgo de que te maten, y demás “detalles”, merece especial mención el servicio exterior venezolano. Aquello de los diplomáticos de carrera es asunto que dejó de ser en Venezuela. Ahora se llega a embajador o cónsul, agregado o consejero, por designación a partir de filiación sanguínea, como en las monarquías, o como premio o ayuda luego de los servicios prestados al gobierno. Los elegidos se mudan fuera de Venezuela con sueldo en divisas, casa, carros, choferes, y hasta peluqueros y maquilladores. Mientras más “heroico” el desempeño vinculado a la gesta del gobierno, o más poderoso sea el tío, cuñado, madre o padre, pues mejor es la embajada asignada y mayores los lujos. Entiéndase, el premio para los que “luchan por el país”, es vivir fuera del país. En artículo del 8 de junio de El Estímulo, se publica la lista de nuestros representantes internacionales, para escándalo de cualquiera que se quiera enterar.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Quiénes son los verdaderos venezolanos con derecho? ¿Los que penan aquí, allá, o los que gozan acullá? Venezolanos todos, no son invento ninguno, la golilla y la rochela la llevamos en la sangre. Para bien o para mal, en todo caso, gentes malas y buenas hay en todas partes. Y ser venezolano es en las buenas y con las malas, con sus buenos y sus malos. Y es asunto que trasciende banderas y fronteras.

En las próximas olimpíadas de Río, hay un equipo sin estandarte nacional, sin himno, sin país. Por primera vez hay un equipo de refugiados: dos sirios compiten en natación, dos nativos de la república del Congo, compiten en judo, un atleta de Etiopía compite en el maratón, y cinco de los corredores vienen de Sudan. No son importados pagados por la ingesta deportiva del mundo “civilizado”. Son refugiados, símbolos de resiliencia para millones de refugiados más, cuya permanencia en países de paz y bienestar aun se discute en asambleas del primer mundo, para vergüenza de la humanidad.

En estos tiempos de desplazamientos obligados, las particularidades de la cultura propia es lo único que nos sostiene. Y los pensamientos segregacionistas provienen todos del mismo sitio: la discriminación se esgrime cuando la razón no asiste.

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