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Ven gansa, de Washington a Nueva York

Pocos infiernos son tan democráticos como el actual transporte público en Nueva York.

Pocas cosas son más insoportables que un chico caprichoso y malcriado. Peor cuando ese “niño” tiene casi 73 años de edad, preside una de las economías y ejércitos más desarrollados del mundo y la suerte parece acompañarle sin límites, en una versión maligna de la caricatura Mr. Magoo o la novela “Being There” de Kosiński.

Aquí, más que “suerte”, torpeza del enemigo. En 2016, los Demócratas dejaron escapar una presidencia que lucía cantada. Dos de los líderes mejor posicionados del partido –Obama y Sanders- cavaron una de las más humillantes derrotas, frente al candidato más ofensivo, incongruente e ignorante de la historia. Y la militancia los sigue venerando. Obviamente no han entendido nada, ocupados como están en subir fotos a las redes sociales.

Tres años después, el contraataque es una comparsa de precandidatos que parten de una premisa equivocada: democracia no es abultar una precampaña costosa y larga, que apunta más al ego que a la realidad. La gran mayoría de ellos no tiene ningún chance y lo saben bien, pero aún insistirán en atacarse, pedir dinero al electorado y… fortalecer al narciso mandatario.

Faltan más por lanzarse. El más desubicado de todos sería el alcalde de Nueva York, el segundo puesto de elección más importante en EEUU tras la Casa Blanca.

Bill de Blasio (cuyo nombre era el muy alemán Warren Wilhelm Jr) es un ejemplo de cómo se puede hacerlo mal cuando se tiene todo a favor. Y el gobernador Andrew Cuomo no le corre muy lejos.

En Nueva York -estado y ciudad- los Demócratas ejercen un poder absoluto desde al menos 2014, reforzado con su “tolerante” retórica anti Trump, que no deja lugar a los Republicanos, incluso si aparece alguien decente y cuerdo.

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