La igualdad económica absoluta, como objetivo prioritario del Estado, ha conducido históricamente al totalitarismo. A cuenta de la igualdad, una burocracia ideocrática confisca y ejerce absolutamente, en nombre del “Pueblo” o del “Proletariado”, el poder político-económico, transformándose en una grotesca oligarquía de sátrapas como Stalin, Ceaucescu , Castro y la dinastía de los Kim, que convierte a la igualdad en una farsa donde , como nos decía Orwell: ”todos los animales son iguales, pero hay animales más iguales que otros”. El resultado histórico de esta larga “embriagadura” dialéctica de parte de la humanidad con la utopía marxista, ha sido el desastre socio-económico, político y ecológico del desmoronado ex Imperio Soviético y en buena parte de la continuación de la tragedia del subdesarrollo. En efecto, el aporte más significativo de la marxistoide “teoría de la dependencia”, a la solución de los problemas del subdesarrollo, ha consistido en sugerir excusas, coartadas y chivos expiatorios para la desastrosa gestión político-económica del populismo tercermundista, como el sedicente “socialismo del siglo XXI”. Los países que han logrado combinar la democracia política, el Estado de derecho y la economía social de mercado son los países que más han reducido la desigualdad económica, han hecho desaparecer, prácticamente, la desigualdad de status y han logrado mantener un alto grado de libertad, controlando y limitando el poder del Estado, a través de la ley. Como decía Cicerón: “legum servi sumus ut liberi esse possimus” (somos siervos de las leyes para que podamos ser libres). Sin embargo, es fundamental comprender e internalizar que la democracia no es, ni será nunca perfecta, sino sólo perfectible. No es la solución instantánea a todos los problemas, es sólo el camino más civilizado para buscar la solución a esos problemas, sin matarnos. Esta humilde democracia no resiste la comparación con la visión deontológica de la democracia, la “ciudad ideal” perfecta.
Ahora bien, el marxismo logró transformar el sentido original de la palabra utopía, que era “ningún lugar”, algo inexistente y/o imposible, en una verdad prematura, la utopía de hoy es la realidad de mañana. Así la “ciudad ideal” deja de ser un parámetro, algo inalcanzable, que nos sirve de modelo y se convierte en algo posible, un paraíso a realizar en la tierra, es la actualización del mito milenarista del ”reino feliz de los tiempos finales”, la “edad de oro” al final de la historia. Mito peligrosísimo y sanguinario, porque para el logro de ese fin todo medio es justificable. Las decenas de millones de víctimas de las purgas, de la colectivización forzada y, en general de la represión comunista en el ex Imperio Soviético, la China de Mao y la Cambodia de Pol Pot, entre otros, no deben olvidarse.
En la “Exposición de Motivos para la reforma de la Constitución”, que fue rechazada por el pueblo venezolano en el referéndum del 2007, pero que Maduro sigue, ilegítima e inconstitucionalmente, imponiendo en Venezuela, leemos lo siguiente: “La revolución bolivariana asume la consigna de reafirmar la existencia, la extensión y la esperanza de la solidaridad, como estrategia política para contribuir a la construcción del Reino de Dios en la Tierra”. Los gobernantes que, en buena o en mala fe, afirman la posibilidad del paraíso en tierra conducen los pueblos al desastre.