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Una tarde con Kurt Leonhard

El crítico y escritor alemán Kurt Leonhard (Berlín, 1910 – Esslingen, 2005) llegó a Venezuela con motivo de una exposición de la artista Luisa Richter en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas en septiembre de 1981. Durante aquella visita recorrió incansablemente las calles de Caracas, las carreteras de los Andes y el Oriente, y el trecho hasta el Salto Ángel de Guayana recogiendo parte del paisaje, y las imágenes y palabras sobre las cuales trabajaría al volver a su país.

Poco conocido en Hispanoamérica fue, sin embargo, un intelectual importante dentro del mundo cultural europeo. Iniciador de la poesía concreta, especialista y traductor de Dante y Emil Cioran, amigo y traductor de Henri Michaux y Paul Celan, poeta y crítico de arte, Leonhard vivió muy de cerca el movimiento cultural del siglo XX, e hizo amistad con muchos de los autores y artistas sobre quienes escribió gran parte de su obra.

De Michaux nos dijo que era fundamentalmente libre, con una personalidad muy fuerte. De joven, como marino comercial, atravesó el Atlántico, quedándose intempestivamente en Río de Janeiro; una decisión que le salvó la vida pues al poco de zarpar nuevamente, el barco en que había llegado se hundió sin que quedara sobreviviente alguno. Allí empezó a escribir, mientras realizaba trabajos de ocasión, y encontrándose tiempo después en Quito conoció al poeta Alfredo Gangotena con quien realizó un extenso viaje por el país. Fruto de ese encuentro fue Ecuador, su primer libro.

A Celan lo conoció tras publicar su poema “Fuga sobre la muerte”, en 1948, presentándole a Michaux en la Galería Rive Droite de París, ciudad donde desde entonces Celan vivió y publicó su obra. Leonhard lo recordaba como un hombre melancólico que sufrió mucho con su soledad; la soledad del creador.

“Valéry también amó la soledad, yo también la amo porque la soledad es parte del juego, y el juego cubre todas las posibilidades de la creación”, me comentó una tarde en casa de Luisa Richter, mientras escribía sobre un papel lo siguiente:

Tres Puntos Firmes:

El Ego tiene el mundo

La Muerte cambia el mundo

El Momento regala el mundo

en el juego de la mente

con el amor.

Seguidamente dibujó un círculo y colocó en él la palabra mundo, encerrándolo todo en un triángulo cuyos vértices serían el Ego, la Muerte y el Momento. A los lados puso la mística, la música y la matemática. El conjunto quedó a su vez inserto dentro de un círculo mayor en torno al cual dibujó la palabra juego. “Tres aspectos de la única verdad vista de Curzio Leonardo” fue el título impreso al final de la hoja.

Poco espacio resultó suficiente para que este pensador concretara su manera de entender la conexión entre el mundo y el artista. El artista es Ego porque solo erigiéndose como centro puede desplazar de él al mundo y consecuentemente aprehenderlo. El artista es Muerte porque sacrifica parte de sí mismo con cada obra emprendida; así el “cambio” del mundo es la obra como resultado de la muerte gradual del creador. El artista es Momento pues la creación fluye más rápido que el instante; lo que ahora es presente al transcribirlo se convierte en pasado. Por eso el trazo sobre la tela, la palabra en la hoja, el gesto puesto a esculpir el detalle de algún rostro son obsequios del tiempo, el “regalo” que esa imposibilidad de apresar el instante le brinda al creador bajo la apariencia del mundo.

“Tú tomas la perspectiva”, siguió Leonhard. “Como tú puedes vivir, tú puedes jugar al juego más universal que existe. Ya lo dijo Valéry: ‘la gran música es el lenguaje del hombre completo’. Es el juego de la mente con el amor”. La mente diseña las reglas para el juego a partir de ecuaciones, tempos, la perfectibilidad de los símbolos que únicamente dejarán de ser un reflejo cuando la sensación se materialice en la obra de arte. Y volvemos entonces al punto de partida: la soledad; porque la obra es el resultado de esa soledad, distinta a la ausencia de compañía. Es la soledad por amor a la creación.

“En el arte/ las sensaciones/ se reproducen/ se provocan/ se maquinan/ se proyectan/ se ensayan/ se hacen repetibles/ se imitan sistemáticamente/ se reproducen/ se ejecutan/ se entregan/ como otra realidad”, leyó de un poema suyo. La realidad de donde el artista atrapa las experiencias y estímulos, convirtiéndose en una “influencia innumerable”, continuó.

Y es que cualquier sensación pesa al momento de completar un trazo sobre la tela o el papel, pues el creador posee y es poseído por el mundo; y así como hay influencias a las cuales ningún artista escapa, no deja de ser arriesgado, para el crítico, referirlo a un grupo que sobrepase ciertos límites de especificidad.

Posiblemente sea aquí donde se manifiesta lo certero del análisis. La tarea del crítico debe tener un rigor creativo, perdido a veces por exceso de referentes bajo los cuales sepulta a su objeto, asombrando y desorientando simultáneamente al lector; como esos caminos que los leñadores van configurando al talar los árboles y desaparecen de pronto, se acaban, al rato de habernos internado en ellos, dejándonos a la deriva.

Kurt Leonhard también se interesó siempre por los jóvenes y admiraba la superioridad de la cual se creen poseedores, por su voluntad de sentirse capaces de emprender cualquier sueño; el fenómeno de la pubertad al cual lanzó aquella tarde el reto de un sueño suyo: la comunicación entre los creadores nuevos, mediante el lenguaje de su arte como única vía para conocerse a fondo y madurar, consecuentemente, un lenguaje común que los identificara como generación, a fin de afianzar las bases de un nuevo Movimiento. Algo que, en Venezuela, lleva hoy el sello de la diáspora, donde tantos jóvenes talentosos hacen suyas las palabras de este visionario, creando con sus obras la patria que se les hurta por todos los rincones del planeta.

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