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Una pregunta…

Blue jean ajustado, chaleco repujado sobre camisa blanca de puños ruchados con un lazo, botines de gamuza, cartera grande de piel, zarcillos largos con perla al final. Melena rubia a tinte, ajustada en cola de caballo alta, mirada de dueña, piel blanca, uñas rojas. Sin embargo, o tal vez justamente por todo eso, al pasar por el chequeo de seguridad, le abren el carry on. ¿Será verdad que sospechan de alguna criminalidad en su equipaje? ¿O es cuestión de la necesidad de poner las cosas en otro sitio, ahora que tiene la oportunidad de estar por encima, el mucho más moreno y seguramente mucho menos aventajado económicamente, oficial de aduanas? De lo más vino tinta y ordenada su maleta de mano, reveló en los rayos X alguna anormalidad. Probablemente alguna cremita de esas que ofrecen detener el tiempo, con más mililitros de los permitidos, levantó la sospecha y les dio a los empleados de aduana, la oportunidad de detenerla y registrarla y fastidiarla un rato. Nada grave. Nada que le pudieran quitar en la pesquisa de “seguridad”.

Desde la sala de espera, otra joven mujer observa la escena con mucho interés, mientras da de mamar a su bebé robusto y hermoso, un bebé a todas luces, feliz. Ella también es hermosa, pero de su felicidad no se puede decir pues no muestra mucho. Delgada, piel castaña, su pelo negro recogido en un moño alto, mirada limpia, cara lavada, su bebe se queda dormido en sus brazos. La vi antes de entrar en la sala de espera previa al abordaje, cuando le tocó transitar por los rayos X, justo antes que yo. Pude ver cómo los oficiales de seguridad le hicieron abrir su maletín de mano gastado, demasiado lleno como para abrirlo y cerrarlo con facilidad. Tenía montones de cosas que no era fácil identificar, metidas en bolsas plásticas, entre la ropita del bebé, algún zapato, apareció un buen pedazo de queso, a todas luces producido artesanalmente, que le quitaron sin pensarlo dos veces, a pesar de que ella dijo que lo llevaba de regalo para la familia. Un potecito que contenía alguna bebida lactosada, se lo dejaron pasar, aunque sobrepasaba los mililitros autorizados, cuando ella explicó que era para el bebé. La temprana infancia es algo que aun conmueve hasta a los oficiales de seguridad de los aeropuertos. El bebé, que ya no estaba en brazos de su madre, sino en los de una oficial de aduana desconocida, una trasgresión contra natura, supongo que por facilitarle a la madre alguna manipulación de sus cosas que hiciera falta… pues el bebé, lo observaba todo con una tranquilidad y seguridad pasmosas. Parecidas a la elegancia con que su joven madre lidió con aquel registro demasiado exhaustivo que le hizo el pedazo de oficial, que metía sus manos impúdicas entre sus pertenencias. Pude ver cómo la mujer indefensa, miraba resignada sus recuerdos revueltos y expuestos, sus necesidades, sus ganas, sus maneras, sus importancias que llevaba metidas en un maletín, ella toda metida en el maletín, violentada por los gruesos dedos de un desconocido uniformado que hurgaba buscando no sé qué, con mirada de relamida sospecha. Pude ver cómo la joven madre, no dejaba de chequear, de minuto en minuto, a su bebé en brazos de la extraña.

Yo era la siguiente en la cola. Ya la revisión se estaba tomando demasiado tiempo de espera. Demasiada incomodidad presenciar la vehemencia intencionada del hombre que revisaba las cosas de aquella mujer expectante, maniatada. Suficiente como para llamarle la atención a la oficial que sostenía al bebé, que tan entretenida como estaba en fisgonear la revisión como si se tratara de un divertimento, no se había percatado de que la cola de los pasajeros había crecido y empezaba a inquietarse. Yo más que inquieta, ya me sentía revuelta. Mientras la joven madre impávida, sin exponer el menor sentimiento en su rostro, esperaba pacientemente que el oficial que la revisaba, se cansara tal vez. Mi reclamo logró que el bebé volviera a los brazos de su madre, pues la oficial como si de vuelta de un sueño, se dispuso a ocuparse de los pasajeros que esperábamos atrás. Hasta que el oficial que registraba a la joven madre, se cansó y la dejó pasar.

Ahora ella observaba, desde la sala de espera, cómo el mismísimo oficial, no se atrevía a meter las manos en el carry on vino tinto de la pasajera altiva, sino que le solicitaba a la dueña de las cosas, que las sacara ella misma del maletín. La mirada de la joven madre era incisiva, estaba como hipnotizada viendo aquello, tal vez pensaba que el trato con ella no había sido el mismo… tal vez se entretenía con los accesorios de la mujer rubia, sus botines con flecos, la cinta escarchada que adornaba su cabello… tal vez quisiera ser como ella, ¿o sentía rabia de presenciar la desigualdad en el trato del oficial?… No lo puedo saber. De nuevo, no había expresión alguna en el rostro de aquella mujer, ningún indicio que pudiera revelar alguno de sus sentimientos. Aquella joven madre era solo dignidad. Sólida. De una pieza. Y la dignidad tiene una elegancia que ninguna otra cosa tiene.

Hasta que de pronto, sí… pude detectar una pregunta, al rato de tanto observarla, logré percibir una pregunta en su mirada. Una pregunta que encierra esa incomodidad inexplicada que flota en el aire, en todas partes, y que nadie contesta. La pregunta que es el motivo de estas líneas. ¿Por qué ella tiene y yo no?

¿Es más bonita que yo por eso?… ¿Me gustaría tener sus derechos… viajar en primera, con sus pulseras… me gustaría viajar acompañada de un joven apuesto y dispuesto a mi menor solicitud… me gustaría…? “Me gustaría ser de su color”. Así me dijo una niña retenida en un albergue de niñas migrantes no acompañadas, en franca incontinencia verbal… “se lo he pedido a Dios, pero no me lo ha concedido”… una pregunta… ¿qué será que le pasó a Dios que los hizo blancos solo a algunos, si hay que ser blanco para ser feliz?… ¿cuántos no han de acallar la inocencia de esa pregunta en la conciencia, cuando tratan de explicarse su lugar en este mundo?

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