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Una poética de lo inmediato: La enseñanza de la poesía (Parte III)

La enseñanza de la poesía

La poesía como técnica de lectura, método de conocimiento racional, fórmula de expansión del ser, ejercicio de creación, espacio de recreación de la crítica y técnica de investigación y de expresión literaria que es, es un fenómeno que no sólo puede y debe ser estudiado, sino algo susceptible de ser enseñado y aprendido en la medida en que se tenga vocación y disposición de espíritu para ello.

Ni la inspiración, ni la “visión” interior, ni el instante de “revelación” previo al acto de escribir, ni la forma particular de sentir y de imaginar el ser del poema pueden ser objeto de una enseñanza específica, porque son únicos e intransferibles en cada uno y forman parte inconfundible de la infraestructura emocional y espiritual de cada individuo. Si, como escribió Octavio Paz, “La llamada técnica poética no es transmisible, porque no está hecha de recetas sino de invenciones que sólo sirven a su creador”, esta no puede ser enseñada, entre otras cosas, porque cada alma -de acuerdo con “el compás de su ser” que menciona Aristóteles en su Poética– es portadora de un ritmo único y de una vibración distinta en la sinfonía del cosmos, de suerte que cada ser y cada alma son causa eficiente de sí mismos y habitan el centro de su propio afán.

Pero en la medida en que el ejercicio de la poesía, de ser juego lúdico de los sentidos y las facultades, pasa a ser manantial de un saber útil, conjunto de habilidades y destrezas para la expresión oral o escrita, conocimiento transmisible y dominio de una técnica literaria, en esa medida puede ser objeto y materia de un proceso didáctico de enseñanza y aprendizaje.

Uno vive en ese domicilio conocido que es el lenguaje, que a su vez es la casa del ser, y ahí experimenta todo tipo de sensaciones con el frío, la luz, el agua, la soledad, las preguntas “sin respuesta”, el hambre, la oscuridad, la ausencia, el vacío y… de pronto, una intuición o una revelación de muy adentro de nuestro ser nos lleva a la página en blanco: al intento de transformar lo sentido, lo vivido, lo imaginado, lo intuido o revelado en poesía escrita. Alfonso Reyes advierte: “no debe confiarse demasiado en la poesía como estado de alma, y en cambio se debe insistir mucho en la poesía como efecto de palabras (…) Hasta los perros sienten la necesidad de aullar a la luna llena, y eso no es poesía (…) El poeta debe hacer de sus palabras cuerpos gloriosos”.

Es válido que en ocasiones se escriba más con las urgencias e imperativos del sentimiento o la emoción, que con los dictados o la palabra en reposo de la razón. También es explicable que ocurra a la inversa: que un componente de razón, más que de sentimiento y emoción, predomine sobre las calles y avenidas de la página en blanco. Sin embargo, por lo menos desde nuestra perspectiva, siempre será mejor un texto situado en el crucero verbal que forman las corrientes vitales de la emoción y la razón, porque será un texto regido por la imaginación crítica, la mesura y el equilibrio.

Si la escritura transmite conocimiento a partir de los sentimientos, las emociones y sensaciones que el escritor ha depositado en ella, y que subyacen en el texto, transmitir ese conocimiento demanda plasticidad de espíritu, cierta preparación formal y habilidad para comunicar. Por ello, escribir poesía requiere dominio de los instrumentos del lenguaje y la capacidad de dar forma al sentimiento en greña, a la emoción en bruto, a la sensación en barro que toman en sus manos el acto de escribir.

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