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Francisco Martínez Pocaterra

Una penca de pescado maloliente

La política se basa en negociaciones. Siendo esta revolución bolivariana expresión inequívoca de la anti-política, resulta obvia la imposibilidad de que un instrumento claramente político pueda cumplir su cometido. Hemos atestiguado las declaraciones de Diosdado Cabello en su intragable programa «Con el mazo dando» y del propio Nicolás Maduro, apresurando interpretaciones y secuelas de unas conversaciones que apenas comienzan y cuyos efectos están por verse.

Si bien no soy optimista en cuanto a sus beneficios, creo que es temprano para juzgar las intenciones del Reino de Noruega y de la delegación opositora. Al fin de cuentas, Maduro está presente, aunque sea con un interlocutor intragable, pese a que exigió infinidad de condiciones que ciertamente no le fueron satisfechas.

La ciudadanía aguarda con el mismo escepticismo mío. Asqueados por una conducta irresponsable y tramposa de una élite comprometida con infinidad de intereses opacos, son pocos los que confían en el éxito de las negociaciones. Casi todos creemos – por no decir que estamos convencidos – que cuando las conversaciones versen sobre temas álgidos, como lo son aquellos que directa o indirectamente afectan intereses non-sanctus de grupúsculos que nos son ajenos, Jorge Rodríguez dará una patada a la mesa y se largará. Al fin de cuentas, él y el hijo del mandamás están ahí porque tienen mucho que perder.

No conozco a los representantes de la oposición. Salvo por lo que concierne a Gerardo Blyde, a quien conocí (no éramos amigos, aclaro) en el campus de la Universidad Católica Andrés Bello y le tengo por hombre serio, no puedo – ni me atrevo – a garantizar qué anima a los demás delegados. Confieso que desconfío.

Miguel Henrique Otero refiere a encuestas que sin dudas reflejan lo que a diario palpamos en las calles: por un lado, la urgente salida de Maduro del poder, y por otro, el descrédito de una dirigencia opositora que no ha logrado cambios significativos. Por otro lado, Tulio Hernández decía que, de fracasar la mesa de negociaciones, la ciudadanía se volcaría hacía los radicales y, agregaría yo, lo que augura el propietario de El Nacional: una demoledora manifestación de hartazgo.

Los negociadores opositores y chavistas (salvo por lo que atañe a Nicolás Maduro Guerra y Jorge Rodríguez, que tienen intereses propios en la preservación del statu quo) deben tener presente ese hartazgo, esa apetencia popular por un cambio drástico. Su supervivencia – sobre todo la de los chavistas – pivota sobre el reconocimiento del caos que Maduro Moros y sus conmilitones han causado y de su inaplazable desalojo del poder, así como de la urgente reinstitucionalización.

El chavismo sensato (que existe, aunque permanezca silenciado por el ruido estridente de los más conspicuos voceros de este desastre) tiene ahora la responsabilidad de reconocer sus errores, y como lo hiciera AD tras la caída de la penúltima dictadura militar en enero del ’58, declinar su ambición hegemónica y reconstruirse como una fuerza respetuosa de las reglas democráticas. Debe pues, como los militares de Pérez Jiménez entonces, deslastrarse de Maduro Moros, que es hoy por hoy, una penca de pescado demasiado fétida para trastearla en el lomo.

Aunque no soy muy optimista al respecto, las conversaciones en México podrían ser una oportunidad para reeditar el pacto de Puntofijo, y, sin imposiciones, construir, entre todos, un modelo político justo que incluya al mayor número de facciones posibles, y que encauce a Venezuela hacia el desarrollo. Más que esperar, rezo por resultados eficientes que satisfagan las apetencias ciudadanas y no las necesidades particulares de dirigentes, sean chavistas u opositores.

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