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Una opinión sobre la opinión

El piloto que estrelló deliberadamente el avión de la Germanwings, la poeta canadiense y su menstruación documentada en Instagram, Cuba y la próxima Cumbre de las Américas, y esto y lo otro, son eventos que, atravesados por su condición noticiosa, han puesto a opinar a todo el mundo. Y es que todos lanzan lo que piensan sin pensar en el blanco del lanzamiento; porque, lo que importa, al final de la jornada, es haber opinado sobre todo. Todo.

“Yo” pienso, “Yo” opino, es como siempre encabezamos el opinar: con una condición que parte de mí y sólo de mí pero que, por discretas razones codiciosas, asumimos que es de todos o, al menos, que lo debería ser. El “Yo” de mi opinión se transforma entonces en un “nosotros” asumido. Y es que, paradójicamente, esta forma de compañerismo y generosidad, no ocurre en otros terrenos; como en la inclusión del otro cuando hay posesión excesiva de bienes o cuando se conquista algún logro. Ahí, lo mío es mío y “yo’” soy “yo”, y los “otros” son los “otros” con las cosas que puedan, o no, tener. Cualquier cosa es problema de ellos. Por eso es que compartir una opinión nos resulta tan fácil, porque no abandonamos nada, no perdemos ni ganamos nada. La compartimos. La regalamos. Sin esfuerzo. Y sentimos que el otro, por educación, no debe despreciarla; porque nos han enseñado que todo lo regalado, se acepta.

Y por esto, porque la opinión parte de mí y la encabezamos con un “Yo” único y personal, es que ésta, desde el periodismo, la academia y las conversaciones cotidianas, debe ser más que aprobación o sanción; más que una pulpa pasada por coladores éticos que construimos desde la urgencia por generalizar y unificar. Porque mis ojos, nuestros ojos, cada par único, incomparable y singular, más que responder a la luz, responde a la inmensidad, a la necesidad de ser círculo, de ser enjambre e imaginación. Porque dos globos líquidos, galvánicos, excitados y unidos en horizontal, siempre (siempre) invocarán al infinito. Sin importar la nariz en medio, obstinada y envidiosa, que los separa. Una nariz no es problema para el infinito. Así entonces, la opinión ansiosa de adeptos y lanzadora de juicios, corrompe, como nariz, la posibilidad de alojarse, para siempre, en la infinidad.

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