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Una lección de Auschwitz

En un cartel sobre la entrada principal del campo nazi de Auschwitz se podía leer: «Arbeit Macht Frei» (El trabajo te hace libre). La leyenda trae a la mente una de las ironías más tristes de ese trágico lugar. Uno de los guardias en ese campo de la muerte, Reinhold Hanning, de 94 años de edad, está siendo juzgado en el tribunal de la ciudad de Detmold, en el oeste de Alemania, por su complicidad en la muerte de 170.000 personas, cuando tenía poco más de 20 años de edad. Aunque él no estuviera acusado de haber participado directamente en las matanzas que allí tuvieron lugar, los fiscales lo acusan de haber facilitado los asesinatos en su calidad de guardia.

Hanning había sido instado por su madrastra para unirse a la SS. Fue enviado a Francia y luego hacia el frente Este de guerra. Después de que sufriera serias heridas en Kiev, y luego de que su solicitud para regresar al frente fuera rechazada dos veces, fue destinado como oficial de servicio interno a Auschwitz, también conocido como Auschwitz-Birkenau, uno de los campos de exterminio más infames construidos por los nazis.

Los campos de concentración habían existido en Alemania desde 1933, como centros de detención para los judíos, presos políticos y los que se percibían como enemigos del estado nazi. Los campos de la muerte, sin embargo, fueron construidos con el único propósito de matar judíos y otras personas que el régimen nazi consideraba como «indeseables». Ese grupo incluía a artistas, educadores, homosexuales, comunistas, gitanos  así como a los discapacitados físicos o mentales que fuesen considerados no aptos para la supervivencia en la Alemania nazi.

Auschwitz había comenzado sus operaciones en 1940 y su primer comandante fue Rudolf Hess, quien tenía el antecedente de haber colaborado en la administración del campo de concentración de Sachsenhausen en Oranienburg, Alemania. En el momento en que el ejército soviético entró en Cracovia en 1945, los alemanes ordenaron la evacuación de Auschwitz.

Era el final de un ciclo inconcebible de muerte. Testigos mudos de este ciclo perverso eran montañas de cadáveres, cientos de miles de piezas de ropa, y siete toneladas de cabello humano que cubrían el campo.

Se calcula que murieron en ese infierno entre 1.1 millones y 1.5 millones de personas, la gran mayoría de ellos judíos. En ese campo murieron más personas que las que los británicos y los americanos perdieron en el curso de la guerra. Físicamente, Auschwitz se inició en 1940 y terminó en 1945. Moralmente, sin embargo, sus efectos se sienten aun hoy en día.

Es en este contexto que las acciones de Hanning se llevaron a cabo. «Las personas fueron fusiladas, gaseadas y quemadas. Pude ver cómo se trasladaron los cadáveres de ida y vuelta o como se eliminaron», admitió Hanning a la corte. Sentado en una silla de ruedas, dijo que lamentaba haber sido parte de una «organización criminal» que había matado a tantas personas y había causado tanto sufrimiento. «Me da vergüenza que con conocimiento dejé pasar la injusticia y no hice nada para oponerme a ella», dijo, con la voz quebrada por la emoción.

Si no fuera tan trágico, su testimonio podría ser conmovedor. En una declaración leída por su abogado, dijo: «He permanecido en silencio durante mucho tiempo. He permanecido en silencio durante toda mi vida. He tratado de reprimir este período de mi vida entera. Auschwitz era una pesadilla; Ojalá nunca hubiera estado allí….Yo podía oler los cuerpos ardiendo; Yo sabía que allí se estaban quemando cadáveres».

León Schwarzbaum, un sobreviviente de Auschwitz que había perdido a 35 miembros de su familia en ese campo, aportó pruebas en el juicio contra Hanning. Dijo que él seguía obsesionado por sus experiencias en el campo y describió a Hanning como «cruel y sádico». Schwarzbaum dijo: «Cuanto mayor me hago, más tiempo tengo para pensar en lo sucedido. Tengo casi 95 años y todavía a menudo me persiguen las pesadillas».

Pero la parte más notable del testimonio de Schwarzbaum es cuando declaró antes de entrar en la corte, «Voy a mirar a Hanning en los ojos y voy ver si es honesto, porque la verdad es lo que es más importante. No quiero venganza; No quiero que viva atormentado en la cárcel. El es solo un viejo como yo».

Después de haber vivido la pérdida de tres jóvenes primos de mi esposa, que fueron asesinados por el régimen militar durante la década de 1970 y de cuya muerte nunca pudimos saber la fecha exacta, no pude menos que maravillarme con sus palabras. Que a pesar de todo su sufrimiento personal, Schwarzbaum fuera capaz de poner la verdad y la justicia antes de su deseo de venganza es para mí la más grande lección de Auschwitz.

 

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