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Adrian Ferrero

Una agenda pendiente: ofender al semejante por su opción sexual

Pido disculpas si en el presente artículo o nota utilizo palabras que no son de buen tono o de buen gusto, pero lo hago a los solos efectos de evitar eufemismos y de ser ilustrativo del desprecio que ciertas personas manifiestan hacia los homosexuales femeninos, masculinos u otras sexualidades alternativas.

Recuerdo aun el shock que me produjo, luego de haber escuchado un bellísimo álbum de recopilación de música popular anónima del dúo de intérpretes y cantautoras Leda Valladares y María Elena Walsh, el ver en los comentarios, lo que había escrito un sujeto de la peor calaña, quien de modo ofensivo, se refirió con solo en dos palabras a ellas: “las tortis”. “Tortillera” en Argentina valía hasta hace no demasiados años, por “lesbiana”. Ahora, yo me pregunto: ¿de qué modo la ley puede admitir que a dos ciudadanas de tan respetable jerarquía artística se las ofenda de semejante manera en una red social, para el caso Youtube? ¿qué derecho autoriza a pronunciarse de esta manera tremenda a un sujeto respecto de la sexualidad de dos creadoras o estudiosas de la talla de María Elena Walsh y Leda Valladares en un álbum que circula públicamente, que queda públicamente inscripto sin ser eliminado, al menos no en lo inmediato? Del mismo modo pensaría si no se tratara de celebridades o personas del ambiente del arte, pero para el caso es el que a mí más me importa por mi formación y mis inclinaciones en lo relativo al consumo de bienes simbólicos  y sensibles. Porque precisamente yo estaba tras los pasos de álbumes de música folklórica anónima, no precisamente hurgando en la vida privada de dos personas, para el caso de dos mujeres, que me merecen el mayor de los respetos en virtud de su trayectoria, de su carácter innovador, de su trabajo creativo y del modo en que preservaron e hicieron circular el patrimonio cultural argentino anónimo y popular. Directamente este sujeto de atributos descarados debió haber ido sancionado con la cárcel, ya no con una multa. O debió haberlo sido con una sanción grave además de con un pedido de disculpas, como mínimo o una retractación. Una sanción como ser despedido de su empleo y no  poder ejercer ningún otro nunca más. Lo digo sin el menor asomo de dudas. Su comentario quedó por escrito y naturalmente cada persona que ingresaba a Youtube al álbum se encontraba con esa ofensiva expresión.

Esta anécdota viene a cuento de que las palabras en ocasiones resultan tener un peso tan inolvidable para ciertas personas que las padecen aun o las han padecido a lo largo de sus vidas, que ciertamente no me parece justo que eso suceda cuando son hirientes. Dejan marcas identitarias traumáticas, en ocasiones irreparables. Son razón de un sufrimiento destructivo sin parangón porque precisamente al ser ofensivas y agraviar son evocadas al haber sido registradas en la memoria en su carácter de experiencia. Y responden a una lógica propia de un sistema de persecución del distinto que aboga ya no digamos por su descalificación, sino abiertamente por su destrucción, empezando por la psíquica. Ya no digamos por su discriminación, sino por su abierta exclusión de la sociedad. De su eliminación como ciudadano o como sujeto de cultura. Estas personas se convencen merced a semejantes atentados a sus  personas que no tienen derecho a vivir tal como son. 

Pienso que este mundo puesto en estos términos ideales el así llamado “distinto” o las minorías sexuales deberían ser tratadas con todo el respeto que corresponde al semejante. Si se comportan del modo tan respetuoso como aspiran a ser tratadas, debería ser recíproco ese comportamiento. Ahora bien: si se infringe ese pacto, soy partidario no de un insulto sino, en todo caso, de una puesta de límites, de la interrupción de una relación, de una toma de distancia. Pero no avalaría jamás la intervención dolorosa sobre el semejante al punto que lo denigrara aun en condiciones de que cometiera el acto impulsivo de molestar a un heterosexual.. Si considero que alguien se desubica o no se ubica según el comportamiento que se aspira a tener con él o ella, pues sí soy partidario de tal puesta de límites. O bien de la interrupción de una relación si esa acción fue grave. Pero una interrupción no es una agresión y si fue grave la acción está justificada.

Esto me recuerda un atentado repudiable que sufrió la filósofa de género estadounidense Judith Butler, una autoridad incuestionable en lo relativo al campo de los estudios de género, una personalidad lúcida e innovadora. Precursora en lo relativo a revolucionar las perspectivas según las cuales se concebía tradicionalmente a la noción de género. Muy influida por las teorías de Foucault, entre otras, particularmente por los estudios sobre el lenguaje y el poder, revisaba la noción material de género, del cuerpo como entidad orgánica y revisó también la noción de género a partir de una lectura  crítica de Simone de Beauvoir. Lo cierto es que Judith Butler había acudido con su pareja lesbiana a Brasil a un congreso, conferencia o jornada en el marco de la cual iba a disertar en torno de un tema de su especialidad. Pues las familias del ala más conservadora de Brasil la esperaron en el lugar en el que ella estaba, y quemaron un muñeco que representaba su efigie como si fuera una bruja en la hoguera, tal el caso de Juana de Arco o bien de las brujas de la Inquisición. Imagino la imagen vergonzosa que de América Latina se habrá llevado una personalidad de la talla de Judith Butler, quien además es militante del colectivo LGBT. Habrá confirmado punto por punto tales prejuicios y habrá tomado nota de las persecuciones y repudios a intelectuales, académicas o estudiosas que defendían los derechos del colectivo LGBT. Tan desdichadas circunstancias me hacen pensar en que el mundo no ha progresado en lo absoluto respeto de su avance en lo relativo a su avance cronológico. En verdad más bien diera la impresión de ocurrir todo lo contrario. De que el universo social se hubiera estancado o caído en un retroceso producto de ideologías neoconservadoras y persecutorias que naturalmente aspiran a tener que vengarse en nombre aun no comprendo de qué falta o al pudor o a un atentado a la civilización del colectivo LGBT por alguna malsana razón de la cual son portares. ¿Porque son incapaces de reproducirse en algunos casos? ¿porque son portadores de enfermedades? Ese dato se ha revertido por completo y son portadores de enfermedades venéreas o de HIV tanto heterosexuales como homosexuales de ambos sexos o miembros de otros grupos  ¿han hecho algún daño al prójimo que admita o justifique el destrato, la ofensa o la exclusión? ¿han realizado algún tipo  de daño social que exija la  sanción social además de, eventualmente, la penal? Estimo que se trata de episodios que me resultan inadmisibles. 

Estas preguntas naturalmente no se detienen y siempre conducen hacia otras. ¿alguien condena a los donjuanes aun cuando provocan gravísimos daños en el psiquismo de mujeres a las cuales destratan o bien a las cuales producen un tremendo sufrimiento destructivo? ¿alguien destrata o discrimina a las mujeres heterosexuales que mantienen relaciones promiscuas salvo, a lo sumo de tildarlas de ligeras o bien de ejercer costumbres que faltan a la ley ética? (este es un dato a apuntar: una mujer promiscua es tildada de ligera, de fácil; un don Juan es elevado a la categoría prácticamente de un virtuoso, de un héroe, por sus atributos de gran conquistador) ¿Alguien condena a grupos de varones que se dirigen a mujeres sin necesidad de llegar al insulto pero de un modo impropio que a ellas las irrita, no lo desean, las pone en situación de malestar incómodo y perturbación? La sanción social corre para ciertos grupos de personas y no para todas las que tienen conductas sexuales que no son las más frecuentes o han comenzado a serlo en estos tiempos de relaciones efímeras. Esto es: se trata de una intervención selectiva. En un mundo gobernado, en términos generales, por varones heterosexuales, carismáticos, muchos de ellos prepotentes (creo que la realidad empírica me exime de ejemplos, no hace falta más que evocar al reciente gobierno de EE. UU. de modo paradigmático) que se rodean a su vez de equipos de similares características estoy seguro que verían con muy malos ojos contar entre sus voceros o personas socialmente visibles a homosexuales o grupos LGBT. Sería  a sus ojos claramente un bochorno o bien algo que desluciría, desmerecería su imagen pública, los avergonzaría, sería una mancha de difícil higiene, como si llevaran la marca del estigma encima. Esto se nota muy claramente cuando los políticos ganan las elecciones ya que lo primero que hacen al obtener el triunfo, es salir de sus bunkers con las esposas exhibiendo su heterosexualidad para que nadie en la sociedad dude de su virilidad.

Estas circunstancias evocan naturalmente otras en la Historia de la Humanidad en las que “el distinto” o las minorías también fueron perseguidos y, peor aún, ultimados  mediante genocidios para los cuales se emplearon cámaras de gas, fusilamientos en masa, muerte por subalimentación, por frío, por enfermedades, entre muchas otras causas de naturaleza irremediable. Dejando, una vez por fin realizada la liberación, terribles secuelas entre los cautivos que estuvieron, casi todos, en riesgo de muerte. El escritor español Jorge Semprún, no en razón de ser judío sino rojo, describe con lujo de detalles por lo menos en tres de sus novelas su estancia en un campo de concentración alemán y, por un lado, se aprecia el sufrimiento al que eran sometidos los cautivos. Por el otro, narra asimismo la evaluación médica de los liberados muchos de los cuales pese a recuperar nuevamente la alimentación regular, la higiene y los medicamentos, el abrigo y la ropa, el descanso y las costumbres más saludables, iban a morir producto de las huellas de las enfermedades o deterioros que en sus cuerpos había dejado el pasaje por esas experiencias. Considero que este sí es el tipo de personas que merece una exclusión definitiva de la sociedad y, es  más no solo el confinamiento en cárceles de por vida sino también la exclusión social más completa del ostracismo. Esa que para los griegos era el peor castigo de todos los concebibles en la sociedad helénica.

Estoy en este momento procurando pensar en esa matriz poderosa, potente, que hace que exista un patrón todopoderoso que gobierna a la mayoría y es de naturaleza normativa. De naturaleza destructiva. De naturaleza despectiva. De naturaleza peyorativa. De naturaleza irracional, sobre todo. Y compulsiva. De naturaleza radical. De naturaleza prácticamente supersticiosa. Y que es la génesis de la exclusión aparentemente de  naturaleza irremediable.

Recuerdo perfectamente en la escuela primaria episodios de esta naturaleza que sucedían cotidianamente. Pero también lo recuerdo en la escuela secundaria, en la adolescencia, la edad de las grandes preguntas, de las grandes decisiones, de los grandes terrores cuando se experimenta la diferencia o se pertenece a la diversidad. Pero mucho peor aún, recuerdo haberlo visto y escuchado en pasillos de la Universidad. Una Universidad Nacional, pública, democrática, laica, en la cual se estudiaban humanidades (espacio en el cual en principio, sería lo esperable, se cuestionan los estereotipos y lugares comunes, se establecen críticas a la sociedad) y se estudiaba en ella literatura. Hubo episodios célebres y chismes de cuarta categoría hacia  profesores respetables por el modo de moverse, de gesticular, de hablar o de incorporarse del asiento. Y a la inversa, hubo profesores homófobos que se reían de figuras públicas o de colegas. En fin, se trata de capítulos penosos de la Historia de la Humanidad que no pueden resolverse en una nota de opinión ni tampoco pueden tolerarse. Esto debe quedar bien claro. Los homosexuales y los grupos LGBT tienen todo el derecho de iniciar demandas, a mi juicio, cuando existan ofensas hacia sus personas sin que ellos las hayan motivado, ni producido razón alguna que pudiera justificar un repudio y unas reacciones violentas. Me parece que los argentinos (país al que pertenezco y que se muestra particularmente homófobo) y el mundo (existen países mucho más intolerantes respecto de la diferencia sexual que otros) deberían revisar seriamente estas conductas incivilizadas. Son inconducentes. Producen sufrimiento destructivo. Carecen de todo fundamento cuando no existan motivos de perturbación hacia el semejante. Y me parece que sí debiéramos pensar en profundidad como sociedades a qué aspiramos éticamente en nuestro trato hacia el semejante. Con nuestra noción de semejante. Si el semejante es distinto porque mantiene relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo por ejemplo ¿qué autoriza a un heterosexual a designarlo con un mote ofensivo, con palabras irrespetuosas y desagradables, chocantes, e hirientes, verdaderos agravios a personas que no se comportan como ellos en el lecho matrimonial o con sus ocasionales parejas o amantes? Naturalmente en la noción de semejante ya interviene otra noción: la ética. Tanto privada como pública. Y se me ocurre que éticamente las sociedades, por lo menos las occidentales, que son a las que he tenido acceso por viajes o por trato con habitantes de otros países o bien por los medios de comunicación que se sirven de mi mismo idioma, por haber estudiado la literatura occidental, o bien por las producciones culturales que no pertenecen más que a Occidente (si bien sí he visto films de Oriente, por citar otros ejemplos) son reveladoras de una abierta manifestación de exclusión del semejante perteneciente a las minorías sexuales. Su universo social es el del heterosexual que reina de manera todopoderosa. Toda persona que infrinja identitariamente ese modelo heterosexual de inmediato padecerá la sanción social, el epíteto despectivo, peyorativo, indefectiblemente destructivo que persigue su descalificación. Lo verbal queda puesto al servicio de lo destructivo, de lo ofensivo. De modo que para quienes escribimos y nos servimos de las palabras en nuestra expresión y en nuestro trabajo vemos con peores ojos aún ese uso de la palabra que la adultera en su valor digno.

Desde mi especialidad y mi campo de estudio, que es el único  sobre el que tengo competencia para hablar en profundidad y técnicamente, que es la literatura argentina contemporánea y también con énfasis en la literatura infantil y juvenil argentinas me interesan algunas propuestas realizadas por gays o lesbianas así como me interesan otras tantas realizadas por autores o autoras heterosexuales. Me gusta mucho, por ejemplo, la literatura de Manuel Puig, si bien su novela El beso de mujer araña, donde aborda la temática gay más abiertamente no es de las que más me gusta. Pero no porque aborde ese tema sino  porque hay  novelas en las que encuentro niveles de mayor experimentación por las que siento más curiosidad o afinidad para investigar. No cerraría ese libro por tal motivo, como lo hizo nada menos que un psicólogo con el que cierta vez conversé en una reunión y era un psicoanalista reconocido. Tampoco me sentiría particularmente atraído hacia esa novela por sus contenidos.. Pero no dejaría jamás de leerla por tal motivo. Otros autores españoles como Luis Cernuda, de exquisita y dolorosa poética así como Federico García Lorca, de una potencia dramática a la que pocas veces he asistido, también son autores que leo con mucho placer. Pero no porque sean gays o dejen de serlo. Tampoco porque sus temáticas lo  sean. De hecho no recuerdo que la dramaturgia de García Lorca la haya abordado o me incline a leerla por ese motivo. Sino por lo buena que la considero. Su escritura me resulta virtuosa. Este es el punto aquí. Desde la esfera de lo estético me resultan irreprochables, que es lo que a mí como lector de literatura, como lector exigente, y como estudioso me importa y me tiene que importar. ¿Qué interés puedo llegar a tener yo en saber con quién compartían su lecho o dejaban de hacerlo estos autores? A la hora de estudiarlos a investigarlos ¿me guío por una revista de chismes o por los estudios literarios serios? Estoy atento a sus libros, a su poética, a su producción literaria por su alto nivel de perfección. Otro autor que me gusta mucho es Oscar Wilde. Sé de la tragedia y he escrito sobre ella. Pero porque me ha parecido un tema que merecía la atención pública para llamar la atención acerca de su recepción actual y de su recepción por entonces, que estuvo rodeada por el escándalo y la incomprensión en tanto ahora es venerado. Siento devoción por los libros de Marguerite Yourcenar. Pero por la belleza exquisita de su prosa, la calidad excepcional de sus ensayos, de su  pensamiento desprejuiciado con un nivel de apertura descomunal, de la variedad de intereses que despliega, por la capacidad de atravesar culturas y de sumergirme en Oriente lejano o bien en Francia. De Japón a la India. Por sus conocimientos múltiples. Por su sabiduría. Sobre todo por eso. Pero no  porque el protagonista de su novela más célebre, se haya enamorado de Antínoo en Memorias de Adriano. Me parecen sublimes algunos poemas de Adrienne Rich, el trabajo intertextual que realiza en su poética, entre muchos otros, si bien resulta difícil desde Argentina acceder a sus libros, al menos a mí me ha sucedido eso. Pero me tiene muy sin cuidado su militancia por el colectivo LGBT. No la leo por eso. Y del mismo modo, también leo a muchísimos autores heterosexuales. Infantiles, juveniles y para adultos. La opción sexual no ingresa aquí ni siquiera en el caso de que la aborden en el discurso literario. No es ese el punto. En tal caso, se verá de qué modo lo hacen. Y si me interesa leer ese libro en particular o ese autor o autora lo haré o no según el carácter o el tenor de su escritura. Me interesa en todo caso su escritura dotada o no. No leo pornografía jamás, esa literatura no me interesa. Y la literatura erótica sí me interesa. Y de hecho he escrito bastante literatura de ese campo de la producción literaria, así como también he escrito bastantes cuentos infantiles, además de crítica sobre libros de ese campo de la producción literaria.. A mis ojos se trata de una ecuación tan sencilla como obvia. La otra me resulta descabellada y simplista Y si vamos a casos literarios, un autor que me parece ha hecho un papel tristísimo en el  panorama de las poéticas argentinas es Adolfo Bioy Casares. Su donjuanismo, pese a estar casado con la también escritora Silvina Ocampo lo llevó a una cadena infinita de romances. Y publicó hacia el final de su vida una serie de libros vergonzosos. Lo he leído entero, reconozco que tiene bastante talento (tampoco demasiado), pero es alguien que evidentemente ha traicionado la confianza de muchas amistades publicando libros con intimidades. Me parece muy poco serio. Y le fue otorgado el Premio Cervantes. Y es Ciudadano Ilustre de la ciudad de Buenos Aires. 

Hay un límite, que no es difuso. Es nítido y es claro. Si se lo traspasa se agravia y se ofende al semejante convirtiéndolo en una denigrante entidad a quien se le transmite un mensaje claro: su existencia es totalmente prescindible en este mundo. Y en esta sociedad. Es más: se le está diciendo que no tiene derecho a formar parte de esta sociedad o no tiene derecho abiertamente a existir porque no lo merece. Ahora bien: ¿qué autoriza a estos sujetos (varones o mujeres) a denigrar a miembros del colectivo LGBT? ¿han cometido algún delito? ¿han asaltado a alguien? ¿han infringido alguna ley? Pues sí, ese es el punto. Han infringido la ley social. Y en el marco del modo de funcionamiento de una sociedad infringir (digamos) por conducirse en la vida según otra conducta de opción sexual, por elegir libremente a alguien que es de su mismo sexo, por ejemplo, está penado. La ley social sanciona. Ignorantes o sabios, profesionales o empleados públicos, letrados o amas de casa. He detectado ejemplos a lo largo de mi vida de todos estos casos. No se trata de un tema de formación o de instrucción sino de don de gentes, de tolerancia, de capacidad de convivencia. No estoy postulando que todas las sociedades ni todas las personas se comporten de este modo. Pero buena parte de ellas sí lo hacen. De modo que no puedo manifestarme sino anonadado frente a la inscripción de este sujeto al pie del álbum que con tanto talento María Elena Walsh y Leda Valladares, una de las primeras mujeres egresadas de la carrera de Filosofía de la Universidad Nacional de Tucumán, en Argentina, nada menos, habían realizado. Una carrera por cierto compleja, difícil porque supone descifrar textos cognitivamente exigentes. Y no puedo sino repudiarlo como denigrante de la condición humana. Se suma al agravio de lesbianas el agregado de machismo que se deja percibir entrelíneas. Más acá o más allá de que se tratara de personalidades públicas, el efecto no fue grato para mí. Ninguna clase de insulto al  semejante por los motivos que sean me son indiferentes. Lo cierto es que el caso resulta grave. Se omite el valor incuestionable de dos creadoras de valor superlativo en el horizonte de la cultura de la música popular anónima para el caso argentina. Se descalifica a estas dos artistas. Y ya ven, el shock fue tal que amo tanto la figura de ambas, el arte de ambas, no precisamente por su opción sexual, sino porque la considero de un valor superlativo, que sentí ese insulto tan repudiable como digno de un castigo ejemplar.

Los ejemplos podrían multiplicarse. Están en los medios a cada rato. Los medios aspiran al sensacionalismo con estas circunstancias poniéndolos en primera plana para hacer de ello la comidilla del radioteatro de la tarde para que, en tanto se toma mate (en Argentina) o se beben otras infusiones,  como té, café o elijan ustedes cuál otra en otros países, se parlotee incesantemente acerca del tema en un comadreo despectivo. 

Y en torno de estas cuestiones se habla de que se han hecho grandes progresos. Se habla, por ejemplo, del matrimonio igualitario, entre otros avances. Pues a mí no me lo parece en absoluto. Es más, me parece que las cosas prosiguen iguales o empeoran. En la ciudad de La Plata, en la que resido, una ciudad chica, de 195.000 habitantes, con una Universidad pública, laica y gratuita, como dije, en la que me doctoré en Letras, que compite con la Universidad de Buenos Aires, la mejor del país de igual a igual, con complejos de cine, teatros, centros culturales, bibliotecas, varios institutos de idiomas, un centro paisajístico como un Bosque de notables dimensiones, una editorial gubernamental municipal, una editorial universitaria y unas pocas independientes más, el panorama es patético. A mí me ha tocado asistir a reuniones, casamientos o ceremonias en los cuales había o bien una pareja de homosexuales o bien alguien perteneciente al colectivo LGBT o apenas alguien que manifestara formas de moverse, desplazarse o gesticular que no fueran viriles o una mujer que, por el contrario, estuviera vestida o se manifestara gestualmente de modo varonil para que por lo bajo de inmediato surgiera el comentario pérfido. La risa hiriente. El chiste vulgar, aún en las familias supuestamente más aristocráticas (digamos, dentro de lo que de aristocracia puede hablarse en La Plata). De modo que no considero que exista avance alguno. Al menos en mi ciudad y al menos en la clase media a la cual pertenezco y por dentro de la cual me muevo. Incluso la ilustrada. En algunos sectores por el contrario abiertamente las cosas se han agravado. En otras parecieran haberse atenuado por leyes igualitarias o algunas medidas que han tomado los gobiernos o sanciones hacia quienes cometen las agresiones verbales. Pero en lo personal, desde la ciudad de La Plata en la que resido, capital de la provincia más importante de la República Argentina el paisaje consterna tanto como resulta irritante. Resulta dañino y es causante de padecimiento y dolor traumático, como dije, inolvidable. Insoportable al punto de que muchas personas han llegado al punto de cometer intentos de suicidio o directamente quitarse la vida.. . 

La conversación. Ese es el tema. El chisme. El cuento. Las habladurías. Los rumores. Dar cuenta de la reputación de alguien en favor o en contra a partir de bajo qué términos ejerce su sexualidad, que denota prestigio o lo quita. Personas sumamente calificadas y con logros espléndidos en distintos campos del conocimiento de otros, laboriosos en su desempeño, debieron tolerar el desprestigio por ser homosexuales, por ejemplo. Como si tal condición denigrara su trayectoria, fuera vergonzante o bien fuera portadora de alguna clase de falta a la ley. O  bien los volviera casos ejemplares de sujetos a los que no resultaba conveniente acercarse. En tanto un mujeriego o un seductor heterosexual por el mero atractivo y por la habilitación de su elección de objeto de deseo, lo vuelven no solo más atractivo aún y más deseable (cuantas  más mujeres lo desean o ha consumado relaciones acreditan un curriculum frente al resto de las mujeres que ven en ese inventario la marca de un éxito que también desean emular). En tanto ese don Juan en muchas oportunidades no ha realizado aporte alguno a una disciplina o aporte alguno a la comunidad. Estas son cuestiones que me resultan alarmantes en torno de la convivencia social que en realidad son reveladoras de un desorden. Deberían estar a la orden del día en una agenda pública, en la educación y en la capacitación de docentes, trabajadores de la salud, profesionales colegiados y otras ocupaciones atinentes al desenvolvimiento de avance o inhibición de una sociedad. Pero sobre todo una agenda para ser sometida a un debate social en profundidad para detenerla porque resulta de tal magnitud la destrucción del semejante, que me parece deberíamos reflexionar todos a fondo como sociedad, absolutamente todos sus miembros acerca de qué y cómo aspiramos a vivir y a ser tratados. Por todos los grupos que la componen. De qué modo aspiramos a ser  considerados o bien sentimos de modo intolerable la agresión hacia nuestra persona por motivos sin fundamento alguno. En fin, asuntos pendientes, saldo penoso.

La exclusión naturalmente es generadora de ghettos. Ello redunda en beneficio de un aislamiento y una falta de intercambio en el orden de la socialización en términos generales y totalmente nociva en el seno de una sociedad que aspire a un diálogo saludable con el semejante. En tal sentido, el encierro producto de la mofa, la burla, el chiste, el  insulto, la agresión y, he visto por las redes sociales, abiertamente las golpizas, pintan un presente histórico de nulo cambio en la esfera de las relaciones interpersonales. Una socialización incapaz de convivir con personas que no respondan al ideal de expectativas del sistema heteronormativo ha fracasado como sociedad. Porque ha fracasado el respeto. Y ha fracasado el sentido de la ética. El modo en que me refiero, trato o destrato al semejante. En definitiva, el desencantado  mundo en el que hemos caído, causante de infelicidad, promotor de desdicha y  encierro está a la orden del día. No me caben dudas de que las cosas no van a cambiar. Y las conquistas de las cuales se habla son tan relativas con motivo de que a las ideologías, en particular a las sociales, no se las erradica o neutraliza, de modo transformador. Sino en todo caso se convive con ellas del mejor modo posible. El hecho de que se haya decidido que exista un día o un mes en el cual se celebre o manifieste “el orgullo gay” señala la marca de una humillación que lo precede. Estamos en un siglo XXI penoso. Y profundamente incivilizado.

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