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Una abuela

Estimado Señor Presidente:

Soy abuela de seis nietos cuyas edades oscilan de los 8 a los 3 años. Tanto mi hija, madre soltera con dos hijos, como mi nuera, con cuatro y divorciada, trabajan, de allí que suelan recurrir a las estancias infantiles, una que se encontraba en Tlalpan y otra por la alcaldía de la Benito Juárez. En la Ciudad de México han cerrado el 50% de las estancias, afectando a miles de pequeños y a la cuidadoras que los atendían.

La verdad, Señor Presidente, es que no entiendo por qué decide usted esas cosas tan extrañas, que en lugar de ayudar a centenas de madres de familia mexicanas de pocos recursos, las complica aún más en su triste realidad. Entiendo y por lo que he leído en los periódicos, que haya encontrado muchas irregularidades. Las últimas noticias dicen que la Secretaría de Bienestar ayer mostró muchas transas, padrones inflados y hasta redes de corrupción, pagos de sobornos, prestanombres, problemas de fiscalización y capacitación deficiente «…todo eso ya desapareció. No se va a entregar apoyo a ninguna organización social ni a ninguna organización de la llamada sociedad civil o a las organizaciones no gubernamentales. No se van a transferir recursos o dispersar recursos en beneficio de la gente, a través de intermediarios. Todo va a ser directo de la Tesorería de la Federación al beneficiario», dijo usted en una de sus mañaneras, las cuales, por cierto, con todo respeto le digo que debería de espaciarlas, advierto muy cansado a su gabinete. El pobre señor Gertz Manero lo veo sumamente envejecido tanto que le da un aire al marido de la reina Isabel, a doña Olga la veo también muy cansada, ella por cierto me cae muy bien. ¡Qué bueno que ya les pusieron sillas para que se sienten!

Adoro a mis nietos y afortunadamente aún tienen una abuela activa y curiosa que maneja su tableta, chatea, le gusta hacer selfies, tiene Facebook, comparte videos, juega online y conduce su propio coche, un viejo Datsun austero igualito al que tenía usted. Mi marido, jubilado, y yo vivimos de una forma muy precaria en un pequeño departamento en Obrero Mundial. Ambos estamos a punto de cumplir 78 años, por eso cuando mi hija y mi nuera me ofrecieron los mil 600 pesos por niño cada dos meses, le confieso que me tentó la oferta y lo dudé porque ya no nos alcanza nuestra pensión. Hablé con mi viejo y esto fue lo que me dijo:

«¿Estás loca? ¿Cuántas veces te he dicho que no soporto a esos chamacos tan mal educados, consentidos, que nada más comen pizzas y sopas instantáneas. Todo el día gritan, me quitan mi celular y si a la niña de tres años no le pones a Bob Esponja en tu tableta, se pone histérica. No obedecen, se acaban todas las galletas que me gustan, se meten a mi estudio y toman todos mis plumones de colores. El otro día, nuestra nieta Moniquita se metió a mi computadora y estuvo revisando mis correos. Después buscó en YouTube la serie de narcos y se echó quién sabe cuántos episodios. Ya estamos muy viejos para que ahora tengamos que cuidar a los nietos. ¿Cómo los vas a cuidar con tu ciática, tus cataratas y tu colitis aguda? Yo tampoco los podré cuidar, tengo las rodillas totalmente débiles. Cada vez me caigo más y ya ni el bastón, ni la caminadora me ayudan… Además, la nuera es terrible, muy mal agradecida y a nuestra hija casi nunca la vemos. Es capaz de dejarnos a los chamacos para siempre», así me respondió mi marido, furioso.

«Pero el dinero que nos den nos servirá para nuestras medicinas, y para ir ahorrando…», le contesté.

«Ni una palabra más… Si aceptas esos escuincles, me voy de la casa. ¿Entendido?».

Ay, Señor Presidente, no sé ¿qué hacer? ¿Cómo ayudar a mis nietos? ¿Cómo hacer para que mi marido no me abandone? Yo soy la única abuela, porque mi consuegra ya murió y mi consuegro está en un asilo. Imagínese si acepto a los niños, tendría que comprar juegos educativos, dos camas y una cuna para la chiquita, además de contratar a una muchacha para que me ayude. La verdad es que ya no tengo tanta paciencia. ¿Y qué decir de mi esposo, que de todo se enoja y se queja todo el día? Sin ser tremendista, si mis nietos se vieran obligados a venir a mi casa, sin duda, acabarían traumados.

Ojalá, Señor Presidente, que reflexionara mejor sobre esta medida tan drástica y reabra las estancias infantiles. ¿No que el pueblo manda? Por lo pronto me estoy arrepintiendo por haber votado por usted…

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