Inesperadamente, un incidente casual añadió una cuota de admiración a mi vida. Fue uno de los encuentros más interesantes que tuve durante un reciente viaje a mi provincia natal, Tucumán, ubicada en el norte de Argentina. Allí conocí de forma casual a Roberto Espeche, un escribano tucumano con una historia de vida fascinante.
Conocí a Roberto cuando estaba en una confitería con unos amigos. En un determinado momento un hombre alto, de anteojos y sonrisa franca que caminaba y hablaba con cierta dificultad se acercó a la mesa. Cuando mis amigos nos presentaron, lo primero que me dijo fue: “¿Me querés comprar mi libro?” Desorientado ante tanta franqueza solo atiné a esbozar una negativa. Sin inmutarse, prosiguió: “No importa, te lo regalo. De alguna forma me lo voy a cobrar…” Poco más tarde, estábamos cenando juntos en un restaurant cercano. Fue una cena estupenda, con platos riquísimos y acompañada con un muy buen vino francés. La cuenta, por cierto elevada, la pagué yo.
Ese día, y en días posteriores, entre charlas con él y con otros amigos fui hilando su historia. Roberto nació en Tafí Viejo, un pequeño pueblo aledaño a la ciudad de San Miguel de Tucumán, la ciudad más grande en la región Noroeste de Argentina y Capital de la Provincia de Tucumán.
Desde su infancia fue un alumno destacado y en la escuela primaria llegó a ser abanderado representando a su grupo escolar. Su vida transcurría sin mayores incidentes cuando el 28 de Junio de 1986, teniendo solo 13 años, tuvo un accidente que dio un vuelco total a su vida.
Apurado por llegar a un entrenamiento de su club de rugby salió corriendo de su casa y, al intentar pasar delante de un ómnibus, fue atropellado por el auto de una vecina quien, aterrada, pensó que lo había matado.
Roberto fue llevado a un sanatorio donde, tres meses y medio más tarde, fue dado de alta y pudo regresar a su casa. Había sufrido lesiones múltiples de las que le llevó años mejorar, ya que no recuperarse totalmente. Durante más de una década llevó a cabo sesiones de rehabilitación para funciones básicas tales como caminar, mantener el equilibrio, recuperar su motricidad fina, y hablar sin mayores inconvenientes. Sin embargo, las lesiones en su cerebro provocaron una pérdida de las inhibiciones, lo que provoca a veces, aún ahora, situaciones sociales difíciles.
Años más tarde, el destino nuevamente lo pondría a prueba. Su adorada hija Martina, de un año de edad, tuvo un accidente muy serio durante el cual casi murió ahogada. Sobrevivió pero quedó con lesiones neurológicas aun más graves de las que sufrió su padre. Pareciera que su experiencia lo hubiera preparado para poder ayudar a su hija a la reintegración paulatina a la vida afectiva familiar, tan importante para su recuperación. Pero Roberto, con entereza encomiable, no cesa en sus esfuerzos.
Estas situaciones generaron en él la necesidad de relatar en un libro su experiencia. Contó para ello con la extraordinaria colaboración de Jorge Daniel Brahim, Director Editorial de la revista El Pulso Argentino. El resultado fue Perseverancia, mi vida como historia, un libro donde quedó plasmado su paso de la oscuridad hacia la luz. Se llevan ya vendidos más de 6.200 ejemplares, una cifra extraordinaria, más si se tiene en cuenta que es el resultado del esfuerzo personal de Roberto y de su gran talento como vendedor. Ya se imprimió una tercera edición, más larga que las anteriores.
Pude ser testigo de la capacidad de Roberto como vendedor cuando en una oportunidad, estábamos tomando un café en Las Palmas, un restaurant céntrico. Roberto, como siempre, llevaba una mochila con varios ejemplares de su libro. A intervalos cortos, como hacía habitualmente, se levantaba de nuestra mesa e iba a ofrecer su libro a nuevos clientes cuando éstos ingresaban al restaurant. En un determinado momento vi entrar a una pareja que pensé eran profesionales, ya que venían cargados con varios libros cada uno. Le dije entonces a Roberto: “Mira, Roberto, esa pareja parecen ser clientes potenciales para ti”. Inmediatamente me contestó: “No te aflijas por mi, César. Yo soy un vendedor insaciable. Yo soy como un tiburón, cuando huelo sangre sé exactamente cómo atacar mi presa”.
Otro incidente reciente confirmó la tenacidad que pone en vender sus libros. Unos amigos comunes me contaron cómo, en una oportunidad, Roberto perdió el balance y cayó al suelo de espaldas con toda su voluminosa humanidad. Su editor, que estaba con él, trató de levantarlo sin poder hacerlo. Un transeúnte que vio la escena se acercó y trató de ayudar. Roberto, que parecía que por unos dramáticos segundos había perdido el conocimiento, abrió los ojos y al ver una cara extraña lo primero que dijo fue: “Me querés comprar mi libro?”.