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Guadalupe Loaeza

Un último deseo

Querido don Porfirio:

Soy tataranieta de José Manuel Ciriaco Loaeza Caldelas, hermano mayor del general Francisco Loaeza, quien junto con sus hermanos Juan Antonio, Félix Mariano, Domingo, Joaquín y Eliazar combatieron en la batalla de Puebla contra el Ejército francés. En contraste con mis otros tatarabuelos, José Manuel no tenía expediente militar, sin embargo, contaba con un prestigioso dossier como «correo» de los liberales, especialmente de don Benito Juárez. A pesar de los grandes riesgos que representaba su misión de llevar y traer cartas, en medio de numerosas batallas, entre generales y coroneles que luchaban por la causa, siempre lo hizo con una gran valentía y convicción. Era tan honesto y serio en todo lo que emprendía que al ser nombrado usted presidente de la República, le entregó las llaves de su casa de Oaxaca, para que la cuidara. Por allí conservo varias cartas con su rúbrica, dirigidas a mi tatarabuelo, en donde le solicita, con mucho afecto y respeto, diferentes diligencias.

Mi tío tatarabuelo José Manuel nació el 8 de agosto de 1828 en la cabecera de Jamiltepec, Oaxaca, con unos ojos azules enormes y en la cabeza una pelusita rubia como el trigo. Siendo aún muy pequeño, sus padres, don Manuel y doña Manuela, se percataron de que su hijo mayor no era como los otros niños. «Es que nació en un cuerpo diferente. Su nahual es un animal hembra», les dijo la nana. Sus padres no entendieron lo que les dijo la indígena. Andando el tiempo, mi tío tatarabuelo tenía un aspecto físico más de mujer que de hombre. El timbre de su voz era muy delicado, así como sus modales. Empezó a usar aretes, llevaba el pelo muy largo y su vestimenta era muy excéntrica. No tardó el rechazo social, pero sobre todo, familiar. En esa época en Oaxaca, el homosexualismo estaba penado legalmente. De allí que lo llevaran varias veces a la cárcel, en donde lo despertaban en la madrugada, lo cubrían de plumas y lo obligaban a barrer las calles. Inteligente como era José Manuel, optó por crearse una nueva personalidad, una que no provocara tantas agresiones y burlas. Comenzó a vestirse como una verdadera mujer, usaba faldas largas, blusas con olanes, aretes más vistosos y ondulaba su cabellera larga y rubia. Gracias a su transformación, llegó a ser, como sabe, don Porfirio, un espléndido «correo», pasaba frente al Ejército francés sin el menor problema.

José Manuel se ayudaba económicamente vendiendo en Oaxaca y en la Ciudad de México lienzos bordados, rebozos y aretes de oro de filigrana. Los que lo conocieron describen su casa en la calle de Reloj, ahora 5 de Mayo, llena de antigüedades. Cuentan que era muy mal hablado, muy bravo, seseaba al hablar, y organizaba muchas fiestas. No obstante, murió completamente solo el 24 de diciembre de 1891.

Le cuento todo lo anterior, don Porfirio, porque hace dos noches soñé con mi tío tatarabuelo. En mi sueño me comunicaba su preocupación debido a que su tumba, en el cementerio de Montparnasse, está en peligro ya que está a punto de vencer la perpetuidad de 100 años. De alguna manera mi tío continuaba viendo por su última morada. Desafortunadamente sus familiares no han pagado la renovación del uso de lote. Le he de decir que seis años después de su muerte, en 1921, su esposa, Carmelita Romero Rubio, cambió sus restos de la Iglesia de Saint Honoré d’Eylau, en ese momento su viuda hizo todo lo posible porque sus restos regresaran a nuestro país, pero el gobierno denegó su petición. «Los familiares tienen que presentar las escrituras de propiedad y hacer los pagos correspondientes, de lo contrario los restos de Don Porfirio serán exhumados», me decía entre sueños mi tío José Manuel. Lo veía tan triste, pálido y desconsolado que al despertarme lo hice con un nudo en la garganta.

Si me permití escribirle esta carta, fue para anunciarle que a pesar de que el presidente Andrés Manuel López Obrador le tiene horror a todo aquello que tenga que ver con el porfirismo, está dispuesto a repatriar sus restos. «Por lo general, no me gusta meterme con los muertos, son temas muy polémicos. Pero no tendría yo, la verdad, ningún inconveniente si se planteara traer los restos de Porfirio Díaz, siempre y cuando lo solicitaran familiares, si hubiese un acuerdo general». Lo anterior lo dijo el 18 de junio del 2019. Espero que ahora que urge que regrese a México, se mantenga en su dicho.

Me despido de usted tan preocupada como está mi tío tatarabuelo, no obstante le confieso que nada me gustaría más que regresase a México y se cumpliera su último deseo, estar enterrado en Oaxaca, al lado de su madre.

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