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Luis Orozco

Un presidente perfecto para un país que no existe

Si bien no había dudas de que el ex vicepresidente Joe Biden anunciaría su candidatura tarde o temprano, una extraña sensación reinó en el escenario político de la primera potencia mundial cuando este hizo finalmente pública su intención de ser el nuevo emperador del mundo. O al menos del mundo occidental. Del mundo libre.

De alguna forma, fue  la materialización de lo que diferentes analistas han apuntado como el mayor peligro que Donald Trump podría sufrir de cara a las elecciones presidenciales del 2020: que Biden se convirtiese en candidato de las primarias y luego en su principal rival.

A pesar de que el americano promedio suele ser menos susceptible a los escándalos trumpianos de lo que uno cree, los análisis que ven a Biden como el punto y final de la actual administración son sólidos y convincentes. Al fin y al cabo, se trata de uno de esos políticos expertos en el difícil arte de compaginar demagogia y moderación. En alguien que no reniega del capitalismo ni el libre mercado pero que a la vez tiene alta popularidad entre los blue collar. En pocas palabras, en el candidato perfecto para un país como los Estados Unidos.

Y es aquí donde aparece la paradoja: Joe Biden es el candidato perfecto para un país, los Estados Unidos, que simplemente ya no existe. Para un país cuya cosmovisión e ideario colectivo empezó a degenerarse durante la administración de Barack Obama. Más paradójicamente aún, gracias al gobierno en el cual él era vicepresidente. El periodo de una descomposición social, política y cultural que lentamente creó el masivo y silencioso descontento que Trump capitalizó para convertirse en presidente.

Desde el año 2008 hasta el 2016, Estados Unidos se convirtió en un país en el que la cultura reinante pasó de ser de un liberalismo con espasmos socialdemócratas a un izquierdismo conspiranóico y victimista como el que numerosas veces se ha sufrido en el tercer mundo.

La nueva cultura se llama identity politics, una nueva concepción de la marxista lucha de clases en la que en lugar de la clásica dicotomía ´proletariado contra burguesía´, todo tiene que ver ahora con las minorías raciales, religiosas o sexuales en contra de los grupos que la izquierda considera no solo como opresores sino también como privilegiados. Estos son básicamente aquellas personas blancas, heterosexuales, conservadoras, capitalistas y de religiones judeocristianas.

Lógicamente, esto ha llegado al punto en que dentro de la izquierda norteamericana vale más tener la piel obscura o formar parte de una raza históricamente victimizada en lugar de contar con una buena hoja de trabajo.

Por supuesto, otra opción para ser popular dentro de la izquierda si se tiene la mala suerte de ser de piel blanca y además de género masculino es ser lo más izquierdista posible. Y Bernie Sanders lo es, razón por la que hoy es la figura más relevante del Partido Demócrata y la mayor amenaza a las aspiraciones de Biden.

Es por esto que, irónicamente, su desafío más complicado serán las primarias en lugar de un mano a mano frente a Trump. Después de todo, tendrá que convencer a una base de votantes que pide el socialismo y reniega de la moderación centro-izquierdista que el siempre ha profesado.

Y ante esta situación, Biden fácilmente podría caer en la trampa de querer seducir a esta base adoptando posiciones mucho más izquierdistas. Esto hará que dicho grupo vote más rápido por Sanders, tomando en cuenta que en todo proceso político las masas suelen elegir a la fuente original de determinada postura en lugar del repetidor oportunista.

De superar esta brutal odisea, Biden deberá enfrentarse luego a un presidente que mostrará como carta de presentación sus incuestionables logros tanto en materia económica como en política internacional. Y por supuesto, todo se hace más difícil cuando hablamos de quien en medio de los escándalos se maneja con la sórdida naturalidad de un dios hedonista en bacanal griego.

El coloso problema que se presenta frente a Biden es la realidad de un país polarizado y convulso que él mismo ayudó a crear, directa o indirectamente. Y aún de llegar a ganar, el rumbo suicida y tercermundista que ha tomado la izquierda estadounidense será casi imposible de detener.

El neomarxismo que actualmente controla la cultura, la educación y parte de la política norteamericana no hará más que crecer. Y el reciente país equilibrado y pragmático en el que Biden sería fácilmente elegido presidente, será recordado como hoy en día se recuerdan las peores décadas.

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