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Un país de disfraces

Como los niños, que se calzan un sombrero plástico de cowboy para jugar a los pistoletazos, Maduro aparece en cadena nacional con variados disfraces. A veces viste de Juan Bimba. Otras, de campesino, pescador, obrero. Alguna que otra se nos presenta con unas chamarras verdiolivas (tal vez para recordarle a los militares que él es el comandante en jefe). En todo caso, por más que invente, son solo disfraces. Y lo son también sus políticas.

Como su predecesor, cree que todo puede regularse. Que si por decreto se deroga la ley de gravedad, las cosas levitarán. Ya los venezolanos hemos perdido la cuenta de cuantos programas y aventuras sociales se han desarrollado en estos 18 años. Todas han fracasado. Y es lógico: su raíz primaria es un modelo fallido. Pero, como los necios, Maduro cree que falla todo lo demás y nunca su perorata obsoleta.

Su circo, sin embargo, no es cómico. Por el contrario, es trágico. Es una desgracia que, como las calamidades naturales, azota a los pueblos y los empobrece. Esta, además, lo ha depauperado espiritual y moralmente. Le ha despojado de todo rasgo de solidaridad y de humanidad. Ha avivado las conductas viles que ensucian a las sociedades. Sus disfraces no recrean ni causan gracia. Por el contrario, enojan y encienden la llama que bien podría incendiar la sabana. Su circo es un tinglado de dolor y llanto.

¿Cuántos niños más han de morir para que entendamos que todo este carnaval socialista ha sido la causa de las desgracias nacionales? ¿Cuántos pacientes deberán morir de mengua para que el país comprenda la urgencia de una transición? ¿Cuántos ciudadanos más deben apilarse alrededor de la basura para que los politiqueros de oficio dejen de hacer sus sucias maniobras para cuidar cargos? Sobran preguntas como estas… Los ciudadanos solo esperamos una respuesta seria y responsable.

Maduro y sus conmilitones no van a enmendar. Su juego es tramposo. Mienten sin pudor, chantajean y amenazan sin piedad. Carecen de escrúpulos para hacer lo único que les interesa: aferrarse al poder, porque en la interminable instauración de la utopía posible, ellos ganan mucho.

No nos engañemos. La nación debe unirse más allá de los partidos políticos. Cada uno está obligado a aportar su cuota de sacrificio, porque el país es de todos y a todos nos corresponde rescatarlo de esta desgracia. Son muchos los medios. Votar es uno de ellos, pero lo es también protestar, quejarse, ir a huelgas y todo aquello que demuestre dentro y fuera de Venezuela que queremos cambio, un cambio hoy, o ayer, de haber sido posible.

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