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Adrian Ferrero

Un 2021 que expira: un balance y los nuevos desafíos

Creo que la gran lección que me deja el año  2021 es que una de las virtudes mayores en una persona (y uno de los mejores dones que puede recibir o autoconstruir) es la de la sinceridad. También la de la franqueza. No son exactamente lo mismo. O, mejor dicho, no designan de modo completo el mismo significado. Hay un matiz que la distingue. En efecto, si uno coteja las dos palabras en el Diccionario de uso de María Moliner, ella define esos dos términos con claridad. Es cierto. Ambos están connotados axiológicamente de modo positivo. Pero la franqueza puede derivar en actitudes bruscas, producir un impacto en el interlocutor que sea drástico. No me refiero a llegar a ofensa pero sí a un lenguaje demasiado directo. En lo personal prefiero la sinceridad en su vertiente virtuosa, como dije. Invariable de ser posible, condición que es la que la hace devenir garantía de virtud. No que se ponga en acción de manera episódica o esporádica. Eso supuso, con motivo de este largo aprendizaje del corriente año, el escribir de modo sostenido y sin cobardía acerca de dos grandes temas que darían cada uno de ellos para consagrarles una vida entera por separado para su estudio en profundidad o un trabajo creativo, si uno los aborda con seriedad y de modo exhaustivo. Ni aún así alcanzaría a rozar todos sus matices. Uno de esos grandes temas es el de la enfermedad mental. Las personas suelen huir despavoridas frente a su sola mención. Como si cuando alguien la abordara tanto testimonial como informativamente estuviera conjurando una maldición que puede abatirse sobre ellos. Salvo contadas excepciones. Activa las emociones más temidas en las personas, que no suelen afrontarla con naturalidad, espontaneidad e integridad como sí lo hacen frente a las enfermedades orgánicas. También actúan desde la desinformación porque vivimos en una sociedad que se ha ocupado cuidadosamente de sustraer esa información de la esfera pública o de la sociedad. Se ha procedido a una sustracción de datos, estadísticas, entre otros registros de la enfermedad que podrían perfectamente permitir que se la tomara con mucha más seguridad y hasta interés por desentrañar en qué consiste. Se nos ha impartido la orden compulsiva de que han de ser cuidadosamente ocultadas y callar acerca de ellas. Como en la vida cotidiana, suele ser frecuente la negación, la estigmatización del paciente/agente (me gusta más esta denominación si me lo permiten, aunque no responda a una designación de la ciencia médica o la clínica), la descalificación del semejante no considerado como un igual, el desprecio, el desdén, el chiste vulgar, los lugares comunes, el pensamiento cristalizado, los fantasmas, el pánico, las supersticiones, los estereotipos, el irracionalismo, la hipocresía, el disimulo y los prejuicios. Todos elementos que, sumados a un largo etcétera del que me he ocupado en mis trabajos, así como personas mucho más preparadas e inteligentes también han realizado desarrollos teóricos que de modo lúcido pusieron en evidencia esta incapacidad, discapacidad, o falta de voluntad para dedicarse como mínimo a manejar los datos elementales acerca de ella y a pasar por encima de esta cadena de desatinos sociales que acabo de citar. La patología mental desemboca en el abandono, la soledad del paciente y la marginación, salvo honrosas excepciones por parte de personas que se recortan en la sociedad por su grandeza y su capacidad de apertura y desprejuicio, respeto por el semejante y atención a las necesidades que puedan requerir que se solidarizan con ellos. Se comportan a partir de otra clase de premisas: sistemas de ideas abiertos, manifiestan comprensión, no huyen ni rehúyen al enfermo con una patología mental y afrontan desde el apoyo o la compañía cada reflexión o narración testimonial que el paciente/agente realiza. También  leen esos testimonios y dejan sus comentarios o acaso le escriben para interiorizarse acerca de cuál es su situación en la actualidad o cuál ha sido su experiencia respecto de la enfermedad. En lo que a mí respecta no oculto jamás que padezco una patología mental que no es deteriorante, que tiene tratamiento (que hasta ahora ha demostrado con creces ser exitoso) y, por otro lado, me parece francamente cobarde no decir quién se es. Es una forma solapada de mentir.  Hay personas (en su gran mayoría), que caen vencidas frente a una serie de resistencias en ellos muy instaladas e internalizadas producto de su falta de comprensión, creo yo que hasta de inteligencia, de instrucción también, de formación, hacia el semejante, siendo sin embargo excelentes personas. Se desentienden de todo  lo relativo a la salud mental del semejante, apartan de sus vidas a esas personas por considerarlas ignoro si nocivas para su bienestar porque los pone frente a un posible estado de salud que podrían padecer, muchos desaparecen y abiertamente las abandonan, condenándolas al desamparo. Hay quien no dispone de recursos económicos (aclaro que no es mi caso) y debe acudir al auxilio de Hospitales Psiquiátricos estatales, que suelen estar afectados por un recorte presupuestario que en lo relativo a infraestructura, mantenimiento, provisión de medicación y alimentación no son los óptimos y entiendo que hasta deben hacer malabarismos para poder sobrevivir en ese contexto de catástrofe. Esta vez es el propio estado el que desampara al ciudadano y también es quien se desentiende de una buena atención en lo relativo a tratamientos. 

Las cosas son claras para mí. La sociedad en su mayoría considera que la patología mental no forma parte de una agenda urgente que deba ser resuelta o que merezca atención a diario con una intervención tanto del Estado como de instituciones ligadas a la salud que sea eficaz. De ese modo permanecemos en un estatus quo que impide el progreso de la sociedad en el sentido de la realización de sus ciudadanos y ciudadanas más manifiestamente necesitadas. Mi punto de vista y mi experiencia como paciente/agente no es esa. Se trata de actitudes y puntos de vista que un paciente/agente que tenga la posibilidad de hacer oír su voz debe diría que como un mandato ético categórico exigir al Estado y a las instituciones ligadas a la salud (Ministerio de Salud pública en el gobierno, Universidades públicas, concretamente en las carreras de Psicología y Ciencias Médicas con énfasis en el área formativa de la Psiquiatría hacerse cargo de proyectos, por un lado, de concientización. Por el otro, de participación activa y operativa para colaborar con el bienestar social. También se podrían sumar los Colegios de profesionales de la salud, entre otras instituciones para la implementación de servicios a la comunidad con el fin de que mejore su calidad de vida. Así, se torna imperioso erradicar los prejuicios para convivir en una sociedad desde la inclusión y el bienestar de todos sus miembros. Que nadie padezca el malestar de la marginación ni de la exclusión. Si a ello sumamos la desocupación como problema que afecta a los enfermos psiquiátricos porque son expulsados de los sistemas de producción tanto simbólicos como materiales, se producen situaciones de conflicto social que son graves. Y tendrán consecuencias graves a mediano y largo plazos más aún porque esas personas no tendrán la posibilidad de recuperarse de su patología mental. En tal sentido, el trabajo social de profesionales también del campo de la salud como los Acompañantes terapéuticos y los Trabajadores sociales resulta asimismo clave con el engranaje de la labor terapéutica con el propósito de la integración y de brindar recursos a los pacientes/agentes para que promuevan sus propias iniciativas de restitución a sus actividades y, por lo tanto, restitución de su dignidad. Pienso (y lo pienso ahora), que el trabajo con la salud debe comprometer a la sociedad toda. A los medios de comunicación que deben tener la obligación de informar a la comunidad acerca de en qué consiste la enfermedad mental. Cómo se está manifestando en este momento en su país. De qué modo puede revertirse. Y, sobre todo, a quiénes acudir. 

En lo relativo a mi trabajo de periodismo cultural y en ocasiones de investigación o de trabajos creativos, me focalicé en el tema género. Tuvo que ver con una estrecha relación con la sinceridad en lo relativo a la sexualidad. Hice circular representaciones de la sexualidad y de las identidades de género alternativas a las hegemónicas (en particular las masculinas, pero también trabajé con triángulos amorosos en un cuento que publicaré próximamente) muy diversas tanto en cuentos, en artículos, en encuentros imaginarios con escritores que narré mediante sendos intercambios con estas figuras trascendentes del panorama de la cultura. Muchos fueron escritoras y escritores. Otros fueron músicos que saldrán publicados próximamente. Trabajé la sexualidad y el género en trabajos de crítica literaria. Lamentablemente los autores y autoras homosexuales están socialmente marcados. Esto es, si alguien le echa una mirada a mi muro con los distintos artículos en las distintas publicaciones con las que colaboré puede ver que abarqué una pluralidad de autores y autoras tanto heterosexuales como homosexuales. También músicos. Me focalicé en temas de teoría, en relatos autobiográficos adoptando la forma de crónicas familiares, en otros casos mi relación con la lectura de determinados autores o autoras. Pero todo el mundo señalaba y ponía en énfasis el hecho de que me había concentrado en corpus de autores homosexuales. Lo que no es cierto. Y en el caso de que así hubiera sido, no veo el motivo por el cual debería ello llamarle la atención a nadie. Muy por el contrario, deberían manifestarse curiosos por abordajes de corpus que habitualmente son invisibilidados por las editoriales, por la opinión pública, por los medios de prensa más conservadores, por el mercado, por la crítica académica y por el periodismo cultural. 

En tal sentido, realicé trabajos de homenajes a escritores y escritoras de distintas identidad de género que consideré por su valentía que así lo merecían. Fueron grandes precursores de lo que llegaría luego en torno de distintos campos del quehacer cultural o de las conquistas sociales. De los grandes logros igualitarios. Concretamente en el caso de autores y autoras homosexuales, me pareció primordial un reconocimiento y una revalorización de figuras olvidadas o discriminadas que podían volverse socialmente visibles, tarea a la que me aboqué estudiando o informándome acerca de su trayectoria, en ocasiones sin ser experto en esa materia. En otros casos me concentré en grandes creadores o creadoras que habían estado a la vanguardia de la producción literaria o musical, en particular en estos dos campos, con el propósito de dejar constancia de su capacidad de innovar, de producir cambios sustantivos en su disciplina o en las artes a las que se habían consagrado. Y en el caso de los autores o creadores homosexuales (varones o mujeres) adopté la posición de afrontar el desafío de narrar la experiencia creativa que habían realizado a través de propuestas renovadoras con aportes insoslayables sin que ser homosexuales fuera o fuese una condición para que se los estigmatizara sino abordando sus corpus desde un punto de vista estético/ideológico. No asignándoles el lugar de víctimas en una sociedad que los marginaba. Me concentré en ellos y su legado, en sus distintas clases de intervenciones en su disciplina o arte para dar un vuelco respecto de algunos núcleos o teóricos o bien estéticos. No admití bajo ningún punto de vista que la condición de ser homosexuales los condicionara bajo la forma del estigma y sino la de subrayar su capacidad de alcanzar logros con al avance de los años gracias a estas personas pese a que eso tuvo lugar a costa de mucho sufrimiento, por supuesto, en sus vidas. Padecieron la discriminación y también fueron atacados o agredidos en muchas oportunidades, circunstancias todas muy poco felices por parte del comportamiento en lo relativo a  modales y educación de una sociedad que no manifestó inclusión sino repudio o rechazo hacia propuestas que resultaban ser de excelencia. Nuevamente regreso al mismo punto respecto de la enfermedad mental: existen todavía resistencias a aceptar la diversidad y la diferencia en lo relativo a la identidad de género. Hay focos de personas homófobas o bien que deniegan la condición de sujetos dignos a las personas con identidades de género que no sean las hegemónicas. Las denigran. Las ofenden. Tracé en un artículo periodístico en esta misma revista cuál era mi posición sobre ofender al semejante por su opción sexual. Lo hice hacia comienzos de año y no fue una nota fácil de sostener públicamente, al menos en Argentina y en la ciudad de La Plata. Y  digamos que fui sincero en lo relativo al deseo y el poder del género como agente dinámico de cambio si había un consenso con sentido de apertura social. La crítica se dirige hacia quiénes se han erigido con el derecho de gobernar de modo obligatorio el deseo y los intercambios amorosos entre personas ajenas, de modo autoritario, unívoco, y que se sintieron con la potestad de administrar la aceptación con sanciones o exclusiones, con permisos, premios, celebraciones, castigos o dictando qué es lo admisible de qué no lo es en materia de intercambios amorosos o sexuales en la esfera privada de las personas que, como tal me merece el mayor de los respetos para la preservación de su intimidad. Es por ello que me siento satisfecho por mi escritura del presente año, que trazó e instaló en la esfera pública mediante la presente publicación representaciones literarias y reflexiones en artículos desde un medio masivo otras representaciones de la identidad sexual respecto de la hegemónica y  totalitaria en un punto, demandante y que adopta la forma de un mandato de que las personas debían responder naturalmente a la condición heterosexual y bajo una forma de manifestación concretamente heteronormativa. Puse en cuestión esa dominación que se pretendía imponer. Y me siento satisfecho de haber realizado desde mi lugar de colaborador con distintos medios la necesidad de consensos sociales, de evitar situaciones de conflicto o confrontación, de enfrentamientos, de evitar las faltas de respeto de cualquier persona hacia el resto. En un sentido o en otro.  

Ser sincero, en un sentido ya muy distinto, significó también que hablé de la ciudad de La Plata, donde nací, residí toda mi vida, me crié, me eduqué en mi escuela primaria, secundaria, académica hasta alcanzar un doctorado en Letras, haciéndolo sin concesiones. Hubo cosas que no dejé pasar. No me resultaron admisibles ni legítimas. Ni siquiera éticas ni procedentes. Hice señalamientos claros y nítidos respecto de lo que me había tocado vivir aquí. Padecer aquí escribiendo, formándome en talleres de escritura o académicamente con mi doctorado en Letras en la Universidad Nacional de La Plata, hablar de las editoriales en las que había publicado, de su tratamiento hacia mí además de su respeto o su falta de él durante las distintas etapas de la preparación del libro. Si eran o no prolijos. De sus modales hasta la seriedad con que trabajaron durante todo el circuito que supuso la evaluación, el diálogo con los editores, su ética profesional, hasta la publicación de los libros y luego la eficacia de su distribución. No mentí jamás. No me alejé un ápice de lo que me había tocado vivir. De modo que si alguien pretende desautorizarme remito a los hechos y episodios concretos. Puse en evidencia el amiguismo, las conexiones familiares, el nepotismo, los contactos políticos, los favoritismos de figuras sin trayectoria ni obra por encima de otros que largamente las aventajaban, el modo como el personalismo carismático de algunos operaba como trampolín para una carrera exitosa en lugar de una cultura del estudio y del trabajo. Cómo para publicar en ciertos espacios se llamaba a concurso operando en tal sentido selectivamente, porque se publicaban libros sin pasar por tal instancia o condición. Cómo se aspiraba a ser conocido en lugar de lo que a mí me resulta verdaderamente importante en la vida profesional de una persona que consiste en el reconocimiento a una vida consagrada al trabajo y la formación seriamente encarada. A una producción y una laboriosidad incesantes. Pude ser testigo de cómo se favorecía el acceso a ciertos espacios solo a ciertos grupos o personas. Fui testigo de eventos con los que disentí de modo abierto también en lo relativo a la apreciación acerca de los participantes sin trayectoria en desmedro de otros que la tenían en abundancia pero no habían sido convocados para participar de tales eventos. Nuevamente los contactos políticos, familiares y las amistades. O una patética cultura de la celebridad. 

Por otra parte, triste espectáculo el de los improvisados. Tuve palabras que tampoco fueron concesivas hacia la centralización del sistema literario en Buenos Aires, tema al que suelo regresar de modo recurrente en mis artículos. Y hubo personas o episodios que no me merecieron ni media palabra.

Pongo a un costado las publicaciones académicas con las que trabajé, que sí fueron todas serias durante el proceso de publicación, en las Revistas de periodismo cultural del país o de México y EE.UU., con las que habitualmente colaboro. Me mantuve con todas ellas en buenos términos. Pese a alguna que otra desinteligencia pudo surgir (o no) que no viene al caso detallar porque sería caer en una comidilla que no es el propósito de este artículo de saldo de mi trabajo en el periodismo cultural del año 2021 en distintos espacios editoriales. 

Y cerraría diciendo en lo relativo a sinceridad que el capítulo homenajes a los maestros de escritura o los docentes universitarios con quienes me formé o me dirigieron en proyectos de investigación o en mi tesis doctoral, a los escritores o intelectuales que sembraron inquietudes en mí o preguntas para interrogarme acerca de múltiples temas, no solo acerca de la crítica literaria y la poética, que me enriquecieron con la belleza de su arte, a los creadores admirados por el alto nivel de perfección de sus obras, fueron momentos del año de particular intensidad a los que estuve atento. Y a los que estuve atento a no descuidar en ninguno de los casos en que habían tenido lugar. Porque soy ante todo un hombre y un escritor agradecido que se formó leyéndolos y estudiándolos. También a los actos de justicia con artistas olvidados o abiertamente discriminados me resultaron intolerables y una muestra de exclusión. En este caso también debí enfrentar resistencias con motivo de lo relativo a su vida privada o en torno de sus poéticas consideradas por algunos lectores de La Plata o Buenos Aires “menores” o de escasa relevancia. También en lo relativo a temas de teoría o crítica. De modo que para tal punto hizo falta valentía. 

Pero en lo esencial diría que en lo relativo a la idea con la que inicié este escrito en el que me referí a la sinceridad, se vio ampliamente satisfecha. La sinceridad entra en directa relación con la valentía o el coraje. Por ese mismo motivo estoy satisfecho con mi ejercicio profesional. Estoy conforme con mi desempeño en lo relativo a la sinceridad y el compromiso con la libertad de pensar, de hacer, de sentir y actuar. De los libres intercambios entre las personas sin tabús ni prohibiciones. Fueron intervenciones concretas poderosas que no nacieron con objetivos pedagógicos ni demagógicos sino profundamente vocacionales o de intereses personales pero que en los hechos sí cumplieron una función social que fue de expandir la libertad expresiva y de realización de las personas. 

Me resta agradecer a lectores y lectoras devotos, a compañeros y compañeras de emprendimientos en equipo en trabajos interdisciplinarios. Y sí quisiera cerrar este artículo con un reconocimiento y una agradecimiento especial a mi editora en esta publicación, Mariza Bafile, que con honestidad intelectual, valentía, se arriesgó a publicar artículos en los cuales se ponían en un alto nivel de exposición a mí como colaborador pero también con su respaldo la publicación que me estaba avalando en su inquietud por el progreso hacia una sociedad más justa, más igualitaria, más equitativa. Jamás hubo censuras. Mariza Bafile tuvo la deferencia de conversar conmigo las publicaciones que iría haciendo, además de el orden y, con un consenso, la frecuencia de publicación. Deseo a todos los lectoras y lectores de la presente publicación un año 2022 con perspectivas que abran sus horizontes ideológicos y promuevan su intervención en la sociedad y en la esfera pública desde sus respectivos lugares de trabajos con el objeto de lograr mayores logros y una completa realización de las personas, desde la dignidad, el respeto de los DDHH, de la integridad y la defensa, en el caso concreto de quienes escriben, de la libertad de expresión. 

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