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roberto ponce cordero

Ucronía y distopía (Parte I): This is Our World

Quizás por el efecto del “fin de la historia” propuesto por Francis Fukuyama en 1992, que en menos de una generación se convirtió, ahora, en el “fin de la historia” como la conocemos producido por la llegada al poder de Donald Trump (the end of the world as we know it, diría R.E.M…. but we don’t feel fine), o acaso por el impacto iconográfico de la caída de las Torres Gemelas, que quince años después sigue reverberando –con el obligatorio soundtrack de Enya– en el mundo actual, o tal vez incluso por una sensación de malestar general basada en el sentimiento de culpa que, como especie, consciente o inconscientemente tenemos por esto de que ya la embarramos sin remedio con el calentamiento global (This Changes Everything: Capitalism vs. the Climate de Naomi Klein fue publicado hace dos años y medio ya), la ficción distópica, es decir aquella en la que el mundo es un infierno, ha experimentado un auge indiscutible durante el siglo XXI.

Es verdad que, con las posibles excepciones de la novela The Road de Cormac McCarthy (2006) o –forzando la cosa un poco– de las películas The Matrix de los hermanos Wachowski (1999) y Children of Men de Alfonso Cuarón (2006), ninguna de las numerosas distopías recientes rivalizan directamente, en cuanto a la pura “importancia”, con los grandes clásicos del género: hoy por hoy no tenemos, propiamente, algo equiparable a Brave New World de Aldous Huxley (1931), a 1984 de George Orwell (1949) o a A Clockwork Orange de Anthony Burgess (1962). Pero lo que sí tenemos es una verdadera miríada de artefactos culturales distópicos de todo tipo y de diversa calidad (algunos de ellos realmente buenos) que constituyen parte importante del mainstream actual y que tienen notable éxito y acogida: baste mencionar The Hunger Games (con esa sola archifamosa serie de novelas de Suzanne Collins y de películas de Gary Ross y Francis Lawrence [2008-2015] creo que el punto ya estaría probado), las muchas películas de Terminator (1984-2015), el blockbuster de Tom Cruise y de Steven Spielberg titulado Minority Report (2002), la excelente película de animación Wall-E de Andrew Stanton (2008), la serie de televisión The Walking Dead (2010-2017), el universo de videojuegos, cómics, juguetes y películas en torno a Resident Evil (1996-2017) o la nueva adaptación de la saga de desolación desértica australiana Mad Max: Fury Road de George Miller (2015), entre otras muchas posibles obras de diversos géneros, medios y formatos, para constatar que el apocalipsis ahora es, efectivamente, un topos que nos obsesiona, now.

La distopía es, sin embargo, un género que nos dice cómo podrían ser las cosas si el mundo se fuera a la mierda. El género que nos cuenta cómo podrían ser las cosas en este instante, si el mundo se hubiera ido a la mierda ya, es el de la así llamada ucronía: ¿qué hubiera pasado si el asteroide que eliminó a los dinosaurios de la Tierra se hubiera desviado unos pocos cientos de miles de kilómetros? ¿Si pocos cientos de miles de años después hubiera caído otro asteroide más? ¿Si el homo sapiens neanderthalensis se hubiera podido imponer sobre el homo sapiens sapiens? ¿Si nos hubiéramos extinguido, todos, en algún glaciar? ¿Si Alejandro hubiera invadido Roma, si Bruto no hubiera matado a César, si los aztecas hubieran llegado a las costas de Irlanda, si Atahualpa no se hubiera dejado ejecutar, si Napoleón hubiera llegado a Moscú, si Trotski le hubiera ganado a Stalin, si Hitler hubiera ganado la guerra, si la matanza de Tiananmén de 1989 se hubiera repetido en el Berlín del mismo año, si Messi metía ese penal? 

Estamos en un mundo más ucrónico que distópico, hoy, me parece: superficialmente, es el mismo mundo de ayer; no hay rupturas mayormente dramáticas o violentas (a nivel general, discursivo: estoy plenamente consciente de que hay rupturas altamente dramáticas y violentas en las historias personales de los sujetos jodidos, en diversos lados, por hechos recientes de la política y de la economía a nivel regional y mundial), pese a las conmociones del año 2016; todo sigue rigiéndose por la lógica convencional de las constituciones, de las leyes o por lo menos, en teoría, de los intereses económicos y políticos fundamentados en una cierta racionalidad comprensible para todos los actores involucrados… pero, al mismo tiempo, queda una sensación de que no, de que algunas acciones demenciales del nuevo “presidente” estadounidense, por ejemplo, son eso, puramente demenciales, pero no propias tanto de una desolación post-apocalíptica sino más bien de un universo paralelo en el que la realidad que conocemos (conocíamos, mejor dicho) ha sido suspendida y se ha creado una nueva realidad extraña, alternativa, siniestra por lo similar que es, por lo extrañamente similar que es, de todos modos, a la antigua “realidad”. The Twilight Zone, realmente. Alternative facts!

No estamos ante el fin de los tiempos, en otras palabras, ni ante una catástrofe hollywoodense: nuestro quizás sorprendentemente temprano descenso a la medianoche del siglo XXI es más L’Année dernière à Marienbad de Alain Resnais (1961) que Armageddon de Michael Bay (1998). Pero tampoco es moco de pavo, lo que está pasando, porque el hecho de que la capitulación ante el fascismo no siga exactamente el guión de los años treinta del siglo XX y de que, pongamos, Trump (o Farage, o Le Pen, o Petry, o Wilders) no tenga ejércitos paramilitares de camisas pardas o de camisas negras férreamente organizados en los que apoyarse (como sí los tuvieron Hitler y Mussolini, respectivamente, payasos sin cualidades que en sus tiempos también fueron considerados como tales y a quienes es más la distancia histórica, y la destrucción que causaron, la que les concede el aura de grandes y “brillantes” villanos que tienen hoy), o de que no existan las condiciones geopolíticas para que se produzca una guerra mundial de inmediato, no quita que, en el contexto actual… nada, que estamos muy cerca del final: the end is nigh, como se repite insistentemente en otra distopía legendaria, la novela gráfica Watchmen de Alan Moore (1987). Pero no estamos todavía quite en el fin, y menos aún después de él; es por eso que la ucronía, más que la distopía, es la que describe esta extraña y terrible época por la que nos ha tocado pasar: estamos, literalmente, experimentando el what if. ¿Qué pasaría si Estados Unidos de América, en su amor enfermo por las armas, se pegara un tiro en el pie? ¿En el muslo? ¿En el hígado? ¿Si se lo pegara en el páncreas y saliera toda la bilis, qué pasaría? Good luck to us all. 

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