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Uber Panamá

En medio de la noche, en una calle transversal y solitaria, de los pocos recodos no congestionados del Casco Antiguo de Panamá, aledaña a una de las plazas más concurridas, a la salida de un restaurante después de una buena cena, estábamos a la espera del Uber para volver a casa. La aplicación decía que el carro iba a tardar 5 minutos en llegar. Pasaron los 5, luego 10, 15… primera llamada:

– Sí, alo, ¿dónde estás?

– Aquí por la calle las Monjas.

– ¿Por dónde? Estamos aquí, esperándote afuera, en la puerta.

– Soy un carro negro.

– Pero si estamos en la calle Las Monjas… déjame ver… en la esquina hay una librería que se llama…

– Sí, yo acabo de pasar por ahí. 

– Pero estamos parados en la puerta, ¿no nos viste?

– Es que no crucé.

– ¿Y entonces?

– Bueno, estoy dando la vuelta. 

– Está bien. Nos acercamos a la otra esquina entonces.

Segunda llamada: 

– Aló… ¿Dónde estas?

– Dando la vuelta. Es que hay tranque. 

Tercera llamada… voy llegando… El tranque panameño es cosa seria. Finalmente llegó el carro, negro, el chofer, un hombre joven y sonreído, nosotros, cansados. Sin mucho preámbulo entramos en materia. 

– ¿Estabas perdido?

– No.

– Cómo te tardaste tanto en llegar… ¿Conoces dónde vamos?

– No, lo que pasa es que yo soy nuevo en esto pero con el Ways no hay pele. 

¿No hay pele…?

– ¿Tu eres venezolano?

– Tengo seis meses que me vine. Primero trabajé de albañil, después pintando casas, y ahora me anoté en esto del Uber, hace un mes. Porque es que yo me quiero traer a mi mamá. 

– ¿Tu mamá está en Venezuela?

– Sí. Y eso está que no se aguanta. Y yo estoy muy solo aquí. Ya no me quedan lágrimas. 

– Pero, ¿no has hecho amigos aquí en Panamá?

– No, sí, tengo amigos y amigas, usted sabe cómo es. Pero me hace mucha falta mi mamá. 

– ¿Y ella está sola allá en Venezuela?

– No bueno ella tiene un concubino…

… dicho sea de paso, concubino lo subraya el corrector de Word como un error, lo único que reconoce son las concubinas…

– …pero ese no sirve pa’ nada.

– ¿Y no tienes más familia?

– No, bueno yo tengo cinco hijos.

– ¿Cinco hijos????!!!! ¿Y qué edad tienes tú?

– Voy a cumplir 37 ahorita, la semana que viene. Pero ya yo le dije a mi mamá que no me llamara ni nada porque yo soy muy sentimental y me pongo mal. 

– ¿Y tus hijos? ¿No te los vas a traer? ¿Y a la mamá de los muchachos?

– No, bueno, lo que pasa es que son cinco mamás también. Imagínese que como yo me quería despedir de mis hijos, yo les dije a cada uno, pero se aparecieron las cinco mujeres allá en el aeropuerto y se encontraron todas, estaban hechas unas cuaimas. Yo lo que quería era nada más despedirme de los muchachos. 

– ¿Y cómo fue que decidiste venirte para Panamá?

– Bueno en realidad nosotros nos queríamos ir era a Chile

– ¿Tú con tu mamá?

– No, es que yo me vine con unos amigos que trabajaban conmigo en PDVSA. O sea, dijimos esto está muy fastidioso, vámonos pa’ Chile. Pero cuando fuimos a buscar los pasajes estaban demasiado caros y le dijimos a la chica de la agencia que cuáles eran los pasajes más baratos y bueno, eran los de Panamá.

– Ah, bueno, pero entonces tienes a tus amigos que se vinieron contigo. 

– No. Lo que pasó es que yo salí primero, usted sabe del pasaporte y eso, y cuando habían pasado quince minutos y no salían, fui y pregunté pero no me dejaron volver a entrar. Me quedé esperando ahí un rato pero no salieron más nunca. 

– ¿Y qué les pasó?

– No sé…

– Pero ¿y tú no los llamaste después, un email, algo?

– Yo me comunicaba con ellos por Wassup pero no supe más. Fue como si se los hubiera tragado el aeropuerto. 

Íbamos por una carretera de vegetación muy tupida y poca luz, de suerte que era difícil prevenir la cercanía de una alcabala móvil. El chofer sin mostrar signo de alteración alguna, nos dio unas rápidas instrucciones antes de detenerse. 

– Cualquier cosa, somos familia. Yo les estoy dando la cola para casa de una tía. ¿Ok?

El chofer abrió la ventana, los guardias se medio asomaron y rápidamente nos dejaron seguir camino, luego de hacer la señal de costumbre. 

– ¿Qué fue eso?

– No, lo que pasa es que a los extranjeros no nos dejan manejar en transporte así público, ¿me entiende? Pero ya yo voy a tener mi cita por lo del asilo que pedí y entonces me saco los papeles. 

– Tu sabes que si te dan el asilo no puedes volver a entrar a Venezuela mientras siga el mismo gobierno…

– Así mismo es. 

– ¿Y tus hijos?

– No, imagínese, ¿usted sabe lo que son cinco muchachos? El más grande ya tiene 10 y la chiquita que tiene dos añitos. Ellos están bien con su mamá. Por eso es que yo me quiero traer a mi mamá también. 

– ¿Y si nos hubieran parado en la alcabala?

– O sea, no es que yo soy el único. Esto del Uber aquí es fácil por eso hay un montón de venezolanos haciendo Uber, aquí y en Miami y en todas partes, porque hay que ganarse la vida. Pero ¿y ustedes? No me han dicho nada. ¿Están aquí de paseo?

Ocurrió un breve silencio… sí, de paseo… ¿Qué mas se podía decir? De paseo, de paso, mientras tú te jodes manejando de sol a sol, arriesgándote a que te metan preso, solo, lejos de tu gente, pero eso sí, sin dejar de decir lo que te pasa por la cabeza… todo y más, estaba dicho, a grandes trazos, el retrato de una cultura de paternidad irresponsable, de una misoginia de la que solo se salva la madre, de una circunstancia política que nos impone el sálvese quien pueda… una cultura ahora expuesta extramuros, dispuesta a lo que sea por un mejor vivir, en mal tiempo pero con buena cara, sin miedo a lo desconocido ni a los desconocidos, dispuestos a compartir lo que importa, porque nunca se sabe, cualquier cosa, somos familia.

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