Isis, Hathor, Cibeles, Ishtar, Tara, Astarté, Daphne, Kali, Venus, Tlazolteotl, María… Diosas que comparten una misma identidad. Lunas eternamente ligadas al principio femenino y a los ciclos de la vida. Serpientes enigmáticas, intuitivas y prudentes que cambian de piel periódicamente, capaces de curar o de envenenar. O tal vez, tímidas palomas que, castas y lascivas al mismo tiempo, pasan de un estado o mundo a otro.
Dueñas de la vida, inclusive más allá de la muerte, como son los casos de Tammuz, Marduk y Osiris. Mientras que otros como Dionysos, Attis, Orpheus, Mithra, Adonis, Odin… deberán volver al útero de la Madre Tierra para alcanzar la resurrección.
Durante el Medioevo, los ojos del mundo occidental conocido están vueltos hacia la búsqueda del Santo Grial o “Sang Real” que se perpetua a través de Magdalena, mientras que los kabalistas hablan de la androginia de Dios, completo y perfecto en comunión con sus dos opuestos. Los alquimistas, por su parte hablan del “Aqua Cremantix” que es el producto de la unión de dos opuestos: agua y fuego. El“Aqua Cremantix” es elemento indispensable para la “Solutio Perfecta” o para la “Coincidentia Oppositorum”.
Estos conceptos ya eran manejados con muchísima anterioridad por las filosofías orientales en su búsqueda del balance universal entre los elementos Yin y Yan como símbolo supremo e indivisible de integridad y creatividad de los opuestos complementarios y el logro de la armonía en cualquier escala de la naturaleza.
En Hinduismo, Shiva constaba de una parte Shakta y otra Shakti. El Taoísmo y la mayoría de las culturas americanas pre-colombinas, otorgan a la Luna características femeninas mientras que al Sol, masculinas y consideran de especial magnetismo las horas cuando ambos astros se encuentran: amanecer y atardecer. Y le atribuyen poderes mágicos a los eclipses.
Con la aparición de Zoroastro y más tarde el Judaísmo, donde se le rinde a una deidad masculina, parecen ellas, las Diosas, haber perdido fuerza escénica. Como bien lo demuestra De Riencourt en su obra “La mujer y el poder a través de la historia”, las descendientes de las Diosas, conocedores de sus poderes, lejos de someterse al reinante culto masculino, han venido ejerciendo estos poderes, a veces abiertamente, otras, con rostros velados como aquel que reconoce dentro de su propia supremacía, la necesidad del opuesto para mantenerla. Más, el ejercicio del poder subrepticio no equipara la balanza.
Se puede encontrar una sorprendente sabiduría en una sencilla leyenda Yarura: Kumá, la gran Diosa de ropajes cuajados de oro, idea la creación del mundo. Pero es Puaná, la gran serpiente emplumada la que realiza y lleva a cabo los pensamientos y deseos de Kumá.
“El gallo escapado” de D.H. Lawrence, redescubre con una simplicidad desgarradora el poder del vínculo estrecho entre las fuerzas físicas y las emocionales, ambas vinculadas al mundo de las sensaciones. En el relato de esta novela, Lawrence nos presenta una semi Diosa encumbrada en su propio Olimpo, quien, ante el conocimiento del sentido vital de las pasiones (única realidad permanente por debajo de cualquier dogma o doctrina), desciende de su mundo para volver a la vida a un hombre muerto. La pasión se enfrenta al horror bestial de la seducción emocional. La pasión se convierte en razón. Pasión que no se convierte en razón, muere. Se aniquila el discurso hipócrita, de propaganda reducida al absurdo y misógino.
En una época donde prevalece el culto a lo tecnológico, donde la sociedad parece haberse convertido en una serie de fotocopias de las que es prácticamente imposible rastrear al original, en la cual se vive con los sentidos aturdidos por una constante sobre-información y sobre-estimulación en negativo, adquieren transcendental importancia las realidades que han tenido continuidad a través de los siglos: el sentido solemne del momento y la penetración de lo visceral por lo racional.
Para aquellos embriagados con el elixir de la seducción impregnada de odio e ignorancia, la razón es la mayor Herejía… así… con H.