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Todos los narcos, el narco

Si las series son la nueva narrativa, las narcoseries son los nuevos espejos de América Latina. El fenómeno de narrar la villanesca de los capos no cesa y para muestra El Chapo, quien cayó queriendo contar su historia en la gran pantalla

Si hacen o no apología al delito es tema de otro foro. Lo cierto es que Colombia y México están sabiendo capitalizar sus desgracias al contar las historias que enlutaron —y enlutan— a sus países. Todas las entrevistas, artículos de prensa, tesis de grado y ensayos sobre los capos latinoamericanos han sido insumo primario para las grandes cadenas de cine y televisión, que no dejan de producir películas y series con los malos como protagonistas.

Primer intento

El país pionero en esta estética fue Colombia. Antes de lanzarse al infinito narrativo de las narcoseries, estrenó La Saga: Negocio de familia, serie de culto escrita por Dago García, que abarca la historia de la familia Manrique, dedicada al crimen desde la década de 1940 hasta 2005; tres generaciones con un mismo sino: ningún miembro de la familia moriría de viejo. Así, el drama de la familia criminal, la corruptela de las instituciones y el inexorable brazo de la ley sirven solo como decorado del fatal destino de los Manrique. La producción fue un éxito en Colombia y América Latina por la sesuda ambientación de época, actuaciones, crudezas y guiños literarios a tragedias griegas y shakespereanas dentro de la trama.

El cartel de los sapos

Llegó en 2008 narrando, en clave de ficción, las realidades del poderío de los carteles de Cali, Norte del Valle y Pacífico después de la muerte de Pablo Escobar. El ícono pop del narcotráfico es mencionado en los dos primeros capítulos que, a ritmo acelerado, cierran la historia del jefe del Cartel de Medellín y cuentan la ficción escrita por Andrés López López, otrora narco conocido bajo el mote de Florecita, en la serie hecho Fresita. Después de romper récords de audiencia se emitió una segunda temporada y una película.

https://www.youtube.com/watch?v=RsMpJm7ly3k

Estética definida

Instaurado el género, solo era cuestión de matizarlo. Gustavo Bolívar escribió Sin tetas no hay paraíso y después de la historia de Catalina, dio vida a Pedro Pablo León Jaramillo, El Capo: una mezcla ficcionada, en palabras de su escritor, de Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha, Amado Carrillo y Joaquín Guzmán Loera. El Capo es la violencia y paternalismo de Escobar; lo estratega de Rodríguez Gacha; lo mujeriego de Carrillo y lo dadivoso de Guzmán.

El coctel funcionó tan bien que El Capo tuvo tres temporadas.

 Siempre el patrón

En 2012 llegó a las pantallas colombianas Pablo Escobar: el patrón del mal. La serie, basada en el libro La parábola de Pablo de Alonso Salazar, marcó un antes y un después en el ya explotado género de las narcoseries. Su protagonista, Andrés Parra, dictó cátedra a todos los actores que alguna vez interpretaron a Escobar.

De narrativa barroca y empeñada en ahondar en la psique de todos los personajes que la componen, excede los cien capítulos, que relatan los años más tétricos de la historia contemporánea de Colombia.

 El otro Pablo

El éxito de El patrón del mal no intimidó a Netflix. Tan seguros de sí mismos están en la productora estadounidense que su Pablo Escobar es brasileño. Interpretado por Wagner Moura —el Capitán Nascimento de las inmensas Tropa de élite, Narcos no cuenta la historia de Escobar; cuenta las pericias de las autoridades estadounidenses para darle cacería al jefe del Cartel de Medellín valiéndose de un narrador omnisciente —Stephen Murphy, agente de la DEA— que, en diez capítulos, resume los orígenes de Escobar hasta su escape de la cárcel La Catedral.

https://www.youtube.com/watch?v=U7elNhHwgBU

 Narco futuro

Mientras las cadenas televisivas y guionistas de cine no hallan por dónde atajar la historia de Joaquín “El Chapo” Guzmán, quien al parecer es el ícono del narcotráfico del siglo XXI, la propia narrativa se decanta hacia el nuevo paradigma de la legalización de las drogas.

La tercera temporada de El Capo es el epílogo de la historia de León Jaramillo, mafioso ávido de redención, quien elabora y ejecuta un plan para acabar con el narcotráfico: repartir cocaína gratis mientras le declara la guerra a los cárteles de la droga y hace ver a los gobiernos del mundo que la violencia generada por el narcotráfico se reduce si el precio de la cocaína llega a cero.

Trama ambiciosa, presupuesto corto y clímax demasiado flojo, que terminó desmeritando la supremacía de su primera temporada y decencia de la segunda. Sin embargo, abarca el tema de la legalización, tan nuevo en la palestra que la ficción todavía no sabe bien qué hacer con él.

 Hablemos de El Chapo

Pinta ser el nuevo ícono del narcotráfico del siglo XXI; fue contactado por una actriz que en la ficción también jugó a ser narco y fue entrevistado por el comunacho de Hollywood. Todo un cuadro hipertextual del villano más famoso del momento quien, dándose a la tarea de pertenecer al gremio de los villanos de la pantalla grande o chica, perdió, otra vez, su forzada libertad.

Quizás en veinte o treinta años se abra el casting para interpretar a Kate del Castillo, Sean Penn y Joaquín Guzmán en la feria de nuestras desgracias bien contadas.

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