Los gobernantes mexicanos ven con indiferencia la masacre de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. El presidente Enrique Peña Nieto no lo incluyó en su discurso diplomático durante su gira a China, apenas un mes después de la masacre. Evitó visitar el lugar donde ocurrió. Y cuando por fin fue al estado de Guerrero, llamó a “superar” la matanza de Iguala. El Procurador General de la República se cansó de responder preguntas sobre el caso y el gobernador de Guerrero llamó a un referéndum en medio de la convulsión, para que fuera el pueblo el que decidiera si permanecía o no en el poder ante la petición generalizada de su dimisión. No le importaban las desapariciones y los asesinatos: prefería aferrarse a su puesto, quería probar que el pueblo guerrerense aguanta hasta las peores situaciones. Los medios reproducen discursos indolentes y reportan homicidios como notas de segunda página. Su actuar no es nuevo: es el de muchos mexicanos. Después de todo, las sociedades se reflejan en sus gobernantes y se proyectan a través de sus medios.
Según el semanario Zeta casi sesenta mil personas han muerto en México desde que Peña Nieto tomó el poder, unos catorce mil más que los registrados durante el mismo periodo del sexenio anterior. Cuando surgieron las autodefensas en Michoacán –como respuesta a la violencia generada por el narco–, Peña Nieto tampoco visitó el lugar, y delegó el asunto a una comisión para darle carpetazo. Una forma de actuar que no es exclusiva de su Partido Revolucionario Institucional (PRI). Dos meses antes, un niño murió en el estado de Puebla a causa de una bala de goma disparada por policías que reprimían una manifestación contra el gobierno estatal. El gobernador, afiliado al Partido Acción Nacional (PAN) –opositor al PRI– dijo que no tenía por qué ofrecer disculpas. Y qué decir del presidente de la principal fuerza política de izquierda –el Partido de la Revolución Democrática (PRD)–, quien le dijo a la periodista Carmen Aristegui que para los integrantes de su partido no habría costos políticos por la masacre si antes no los había dentro de los otros partidos. Si afecta a todos, afecta a nadie: lógica electorera invencible.
Los medios de comunicación reproducen los discursos de la indolencia. El 5 de enero de 2015, una nota inaudita ocupó un espacio en los diarios: “Peña Nieto parte rosca de Reyes y le toca ‘muñequito’”, decía el periódico Excelsior. En un ambiente de júbilo –mientras su gobierno no ha explicado que pasó con los estudiantes–, una periodista le dice: “¡Presidente, sí ha corrido con suerte! ¿Verdad? El año pasado también le tocó muñequito”. La política se vuelve un espectáculo y los medios la ofrecen como noticia. Que los padres de los estudiantes se esperen, primero hay que festejar el nuevo año. Lázaro Azar Boldo, colaborador de Reforma, uno de los diarios más importantes del país, calificó de “vándalos” a los estudiantes desaparecidos en su cuenta de Facebook, utilizando el hashtag #YoEstoyHastaLaMadreDeLosAyotzivándalos. Incluso la Universidad Autónoma de Aguascalientes publicó un video en el que alumnos y profesores dicen solidarizarse, pero dejan claro que ellos no son Ayotzinapa. Hacer tal afirmación es un despropósito que contribuye a la confusión, aún más proviniendo de estudiantes universitarios. “Yo soy Ayotzinapa” quiere decir que esta tragedia le puede pasar a cualquiera; el ataque a los normalistas no es un caso aislado.
Es muy probable que el móvil de la masacre hayan sido los 35 kilogramos de goma de opio –sustancia que se usa para producir heroína– que iban en uno de los camiones que se tomaron los normalistas como apuntó Salvador García Soto en una de sus columnas en El Universal. Secuestrar camiones es una práctica muy extendida en el país y bastante tolerada por la autoridad. No valdría la pena para el presidente municipal arriesgar su puesto por eso. Se habla de la posibilidad de que el ataque se produjera por temor a que los normalistas arruinaran el discurso de la esposa del alcalde de Iguala, pero la balacera empezó cuando los camiones tomaban rumbo de regreso a la escuela normal. Guerrero es un estado propicio para el cultivo de amapola e Iguala es el punto de partida de la distribución. Y ya que se han comprobado los lazos del alcalde con el narcotráfico, es lógico pensar que no estaba dispuesto a perder su valiosa carga.
Pero la indiferencia no fue solo de alcaldes corruptos y medios condescendientes. En Acapulco –ciudad costera del estado que dejó de recibir turistas luego del episodio de Iguala– la reacción a la masacre se convirtió en un insulto generalizado, y hasta en celebración de la tragedia. Un video publicado en la página de Facebook “Informe Pelicano” muestra la golpiza a un policía a manos de supuestos estudiantes. En los comentarios las opiniones se dividen: unos dicen que “por eso los matan hijos de perra y después andan llorando que el gobierno es opresor”. Mientras otros aseguran que “si le pasó lo que le pasó es por servir a un gobierno de mierda”. Así, el clamor inicial se desvanece. El debate se desvía hacia otros temas como la violencia en las manifestaciones provocada por fanáticos que no representan al movimiento convocado por los padres de los desaparecidos. Y se aleja la atención del principal problema que es el ataque a los normalistas y lo que eso dice de la inseguridad que vive el país. Al final de la mega marcha que se realizó el 8 de noviembre de 2014 en la capital mexicana, a la que asistieron miles de personas, un grupo reducido se acercó a la puerta del Palacio de Gobierno para prenderle fuego. Pese a que los incendiarios eran pocos, los medios se centraron en ellos. Poco se habló de la indignación por los desaparecidos. Desviaron las miradas. Las acciones de unos pocos valieron para calificar a todos, valieron como excusa para el presidente, que a su regreso de la gira por China amenazó con usar la fuerza pública si las manifestaciones continuaban.
Políticos y medios son el reflejo de la sociedad mexicana. Quizá la indiferencia sea normal en un país donde casi el 40% de la población prefirió no votar en las últimas elecciones generales, en 2012. O donde la recaudación de impuestos es de menos del 10%, uno de los índices más bajos de la región. No votar y no pagar impuestos son dos formas de no ejercer la ciudadanía, y no ejercer la ciudadanía es ser indiferente, pues es no tomar conciencia colectiva. Lo mismo sucede con los gobernantes. No hay límites si nadie les señala sus errores y omisiones. Esa misma indolencia permitió los niveles de corrupción e impunidad que permitieron la masacre de los normalistas. Si el pueblo permite, el gobierno no cambia. Por eso también, en cierta medida, todos los mexicanos provocamos la matanza en Iguala. Todos somos Ayotzinapa porque todos causamos Ayotzinapa.
(GKillCity, 29 de enero de 2015)