Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Todavía más insignificantes

El científico Roger Penrose, junto a su equipo, afirman haber hallado los restos de un universo anterior al nuestro. Se trata de una radiación electromagnética que data antes del Big Bang, lo que podría confirmar la teoría de la Cosmología Cícilica Conforme, es decir, que el universo es una fruta perecedera que se descompone y cuando llega la estación indicada, vuelve a florecer.

Aunque, por supuesto, la afirmación ha encontrado opiniones enfrentadas, podemos admitir al menos la posibilidad y una que es fascinante. Creo que a todos nos llega a afectar la idea de un universo enorme, que nos coloca en una escalera microscópica a la par de Júpiter, el Sol y las estrellas en que el Sol entraría mil millones de veces. No es nada nuevo, lo decía Gloucester en el Rey Lear: “Somos para los dioses como moscas en manos de niños traviesos”.

Pero el tiempo siempre me pareció estable: en la oscuridad inmensa entre las galaxias no había ni ayer ni julio ni primavera, solo la fecha mecánica de los 13.700 millones de años que le calculamos de edad. Si admitimos, entonces, que sufre de vez en cuando un génesis y una destrucción, tenemos que entender que esa cifra es una semilla de mostaza. Tenemos que aceptar, asimismo, que el tiempo puede ser destruido, detenido, se pausan sus agujas y vuelve a marchar.

El eterno retorno estuvo presente en todas las civilizaciones primitivas, juntos a los humanos de madera y barro antes de nosotros en el Popol Vuh, la imagen del úrobros (la serpiente que se come a si misma), el tiempo circular, Perséfone en el inframundo y la tierra. Por lo mismo, este concepto siempre me olió demasiado a humano pero parece, como casi siempre, que la Antigüedad tenía la razón.

Surgen demasiadas preguntas. ¿Entonces que son 13.700 millones de años? ¿Estamos empezando este universo? ¿Ya se está marchitando? Estamos tan perdidos como cuando Copérnico fundó la teoría heliocéntrica, Averroes leyó sobre algo llamado teatro, cuando Colón arribó a América y los aborígenes descubrieron a Colón.

Y, para variar, la estocada va dirigida hacia el ego de la humanidad. No solo somos el centro donde gira el sol, o estamos en el Brazo de Orión (lejos, muy lejos del centro de la galaxia), es que nuestro universo ni siquiera es el primero ni el último. Es decir, somos todavía más insignificantes.

Hey you,
¿nos brindas un café?